CUARENTA Y OCHO

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Los mortífagos estaban sentados alrededor de la gran mesa y miraban a Tom con nerviosismo. Yo ocupaba el asiento a su derecha y desde ahí lo observaba con atención. Si bien, las cosas entre nosotros no habían regresado del todo a la normalidad, por lo menos nos dirigíamos la palabra sin ningún inconveniente. A pesar de que se esforzaba por dejar nuestra discusión en el pasado, yo sabía muy bien que no confiaban en mí, y que me ocultaba cosas.

—Vamos a solucionar dos asuntos importantes de una vez —dijo, con aquel frío tono de voz que usaba en ese tipo de reuniones—. Encontré la manera de atraer a Harry Potter al departamento de misterios y así alejarlo de la protección de Dumbledore para poder sacarlo de mi camino por fin. Además, aprovecharemos para tomar la profecía, porque no pienso quedarme sin escucharla en su totalidad.

Me quedé muy quieta, observando cómo explicaba su brillante plan para hacerse con la profecía y matar a Harry Potter. Una vez hubo terminado, ninguno de los presentes hizo ni una sola pregunta, se eligió el día y la hora y todos se retiraron haciendo reverencias. Todos, menos yo.

—¿Algo que decirme? —preguntó Tom mientras estiraba su mano sobre la mesa para tomar la mía.

Me acerqué un poco y lo miré a los ojos.

—Permite que sea yo quien tome la profecía —dije.

Él me miró con incredulidad y negó lentamente con la cabeza.

—Cassiopeia...

Levanté una mano para indicarle que guardara silencio.

—No voy a permitir que sigas desconfiando de mí, Tom. Al menos deberías darme la oportunidad de demostrarte mi lealtad, porque parece que todo lo que he hecho antes no ha bastado para que estés convencido de eso.

Se quedó callado unos segundos, y parecía costarle un gran esfuerzo decir las siguientes palabras.

—Yo... creo que me equivoqué... no estuvo bien afirmar que estás traicionándome, no después de todo lo que has hecho, de que nunca has fallado en nada de lo que te he pedido. Lo... lo siento.

Al escucharlo, supe que jamás en su vida le había pedido disculpas a nadie.

—Si en verdad lo sientes, deberías dejar que yo vaya y tome la profecía.

—¿Cómo se supone que vas a hacerlo?

—Antes de explicarte, quiero que me expliques cómo piensas engañar a Harry Potter para que vaya al departamento de misterios.

Pude ver en sus ojos que estaba dudando sobre si contarme o no. Yo no soportaba sentir su desconfianza, y estaba dispuesta a todo por demostrarle que no debía dudar de mí nunca.

—Hay una extraña conexión entre él y yo —dijo, en voz baja—, por momentos, él puede entrar en mi mente, y ver lo que estoy haciendo, también funciona en sentido contrario. Por mucho tiempo, me pasó inadvertido, pero hace poco lo descubrí, y no me voy a quedar sin usarlo a mi favor. Lo que voy a hacer, es mostrarle una visión equivocada y como sé que le gusta hacerse el héroe, va a venir corriendo. Una vez esté en el departamento de misterios, iré y acabaré con él.

—Permite que yo vaya antes que tú y los demás. Tomaré la profecía y la traeré aquí, a un lugar seguro. Sabes que puede haber un enfrentamiento, es probable que algo salga mal y no puedas escucharla.

Por unos momentos, pareció estar teniendo un gran debate dentro de su cabeza y no saber qué hacer, eso era algo muy extraño en él, que siempre parecía tan seguro y confiado.

—¿En verdad te preocupa tanto demostrarme que no te estás cambiando de bando? —preguntó.

Me acerqué un poco más y lo miré fijamente.

—Sí, porque no me parece justo que dudes de mí, y ya no soporto esta situación entre nosotros.

—No sé si permitir que lo hagas, o no.

—Eso es porque tu desconfianza hacia mí es demasiado grande.

—No es solo eso, Cassiopeia. Las cosas pueden salir muy mal y es peligroso.

Lo miré con impaciencia.

—Como si fuera la primera vez que corro peligro por ti. Ya admite que temes que no te entregue la profecía o que se la dé a algún miembro de la orden.

De nuevo se quedó en silencio y supe que lo estaba considerando, por lo menos.

—Bien —cedió al fin—, pero tienes que entrar y salir del ministerio antes de que Potter y los demás lleguemos.

Asentí rápidamente y lo miré, tratando de parecer muy segura de mí misma.

—Te voy a entregar esa profecía y así sabrás que nunca debes dudar de mi lealtad.

Me levanté y me acerqué para darle un beso.

—Está en el pasillo noventa y siete —dijo.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora