VEINTISIETE

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En los días siguientes, mi relación con Adrian fue muy tensa. No me hablaba más que lo estrictamente necesario, pero insistía en quedarse hasta el fin de las vacaciones.

—Si no va a hablarte, ¿para qué se queda? —me preguntó Draco. Estaba sentado en mi cama, mientras yo buscaba algo qué ponerme para la cena de la víspera de año nuevo. Me encogí de hombros.

—De igual manera, no voy a decirle que se vaya —dije, mientras sacaba un vestido blanco del armario y lo sostenía en alto para mirarlo con atención.

—No, claro que no. Ya se le pasará el disgusto.

Mi hermano se encogió de hombros y comenzó a jugar con mi varita, que estaba en la mesa de noche.

—El problema es que, cuando se le pase el disgusto, nada va a ser como antes —dije.

Se quedó quieto y me miró con preocupación.

—Al final, va a aceptar que no lo quieres como él quisiera.

En verdad esperaba que tuviera razón, no me sentía bien estando en tan malos términos con mi mejor amigo. Me vestí y me arreglé lo mejor que pude para bajar a cenar. Me senté en el comedor, y poco después, apareció Tom. Habíamos pasado la noche anterior juntos, y no lo veía desde la mañana. Permaneció en silencio durante casi toda la cena, completamente abstraído en sus pensamientos. Fue hasta después del postre, que por fin dijo lo que llevaba días pensando.

—Quiero casarme con Cassiopeia —dijo, sin rodeos y esas cuatro palabras causaron muchas reacciones distintas en los presentes.

Mi tía Bella intercambió una mirada de absoluto desconcierto con Rodolphus. Draco estuvo a punto de caerse de la silla. A mi padre se le cayó el tenedor de la mano e hizo mucho ruido al impactar contra el plato. Adrian derramó el vino de la copa que estaba bebiendo sobre su camisa. Mi madre palideció y comenzó a negar lentamente con la cabeza, visiblemente consternada. Yo, por mi parte, creía que no era más que una broma, o que no había escuchado bien, pero cuando sus ojos se encontraron con los míos, supe que hablaba muy en serio.

—¿Qué? —preguntó mi padre.

—Incluso los grandes hombres como yo, algún día pensamos en casarnos y, por qué no, tener descendencia —explicó Tom con toda tranquilidad.

Ninguno de los presentes salía del asombro. Yo sentía que en cualquier momento iba a desmayarme. ¿Por qué se le había ocurrido semejante idea?

—Señor, por favor no, mi hija no —murmuró mi madre, y la angustia se apoderó de cada una de las facciones de su rostro.

Tom sonrió y puso los codos sobre la mesa.

—Narcissa... lo dices como si hubiera dicho que voy a matarla o algo así. No voy a hacerle ningún daño, solo quiero casarme con ella —no comprendía por qué estaba tan tranquilo, cuando los rostros de todos los demás reflejaban la palabra tragedia.

—Pero ¿por qué ella?

Él cambió de expresión y eso me hizo saber que estaba perdiendo la paciencia.

—Escúchame bien, Narcissa, porque esto no te lo voy a repetir. Yo sigo siendo el mago oscuro más grande de todos los tiempos, no hay nada que no sea capaz de hacer para conseguir lo que quiero, y en estos momentos, ella es todo lo que quiero. Si intentas algo, lo que sea, para apartarla de mí, lo pagarás muy caro.

—Todavía es una niña, ese es un peso demasiado grande para que ella pueda soportarlo.

—Ella me ha demostrado de muchas maneras que ya no es una niña, por eso no voy a cambiar de opinión.

Se puso en pie y lanzó la servilleta con fuerza sobre la mesa. Mi madre comenzó a llorar y Tom la miró con mucha ira antes de salir del comedor, caminando a paso rápido.

—Estoy segura de que esto fue tu idea, Lucius —dijo mi madre. Se secó las lágrimas y miró acusadoramente a mi padre.

—¿Todo lo que pasa tiene que ser mi maldita culpa, Narcissa? —mi padre parecía realmente furioso— Yo no tuve nada que ver en esto. Seguramente te habrás dado cuenta de que tu hija no ha hecho más que coquetear con él desde que llegó aquí. ¿Nunca lo has visto saliendo de la habitación de Cassiopeia en la madrugada? ¿Qué crees que ha estado pasando entre ellos durante todo este tiempo?

—No vamos a hablar de esto con Draco aquí presente.

—Por favor, madre —intervino Draco, irritado—, tengo casi catorce años, no crean que no sé de qué están hablando.

Me quedé mirando a mi hermano con el ceño fruncido. Mis padres no le hicieron mucho caso y continuaron su discusión.

—A ella le pareció muy fácil convertirse en su amante —dijo mi padre—, ahora va a tener que ser su esposa.

—Es que no entiendo por qué querría casarse con ella —dijo mi madre, un poco más calmada—, es casi una niña.

—En menos de dos meses cumple dieciocho, Narcissa —dijo mi padre—. Legalmente es una mujer adulta.

—No está lista para casarse.

Mis padres y mi hermano me miraron, a la espera de que dijera algo.

—Esto no fue mi idea —dije, y levanté las manos en gesto defensivo—, jamás le había mencionado el matrimonio, no sé por qué se le ocurrió. De igual manera, hablaré con él sobre esto, creo que ni siquiera sabe de qué está hablando.

—¿Y si no cambia de opinión y sigue queriendo casarse contigo? —preguntó Draco.

Me encogí de hombros tratando de restarle importancia al asunto.

—Entonces tendré que casarme con él.

Mi madre comenzó de nuevo a llorar y mi padre la rodeó con un brazo, mientras la miraba con impaciencia.

—El señor oscuro necesita a su lado a una mujer de verdad, no a una niñita estúpida —dijo de repente mi tía Bella.

Sus palabras me ofendieron profundamente, yo no era ninguna niñita estúpida, y no entendía por qué me había hablado de esa manera.

—¿Por qué no vas y le dices eso, tía Bella? —le dije, mientras la miraba, airada— puede que lo hagas cambiar de opinión con respecto a esta idea tan loca que se le ocurrió.

—Tendría que ser muy estúpida como para cuestionar las decisiones de mi señor —dijo—. Por supuesto que no voy a decirle lo que pienso.

Yo sí pensaba en ir a decirle lo que pensaba, así que me levanté, dejé la servilleta sobre la mesa y me fui. Tom estaba en mi habitación, acostado en mi cama, mirando al techo. Cerré la puerta y me recosté en ella. Él se levantó despacio y se quedó sentado, mirándome muy fijamente.

—Pensé que querrías hablar conmigo, por eso vine —dijo.

—¿Estabas hablando en serio cuando dijiste que querías casarte conmigo? —pregunté, y él asintió.

—Muy en serio, Cassiopeia. Llevo pensando en eso desde ese día que me dijiste que nunca habíamos hablado de exclusividad.

—Tom... yo dije eso sin pensar.

Se levantó y caminó hacia mí.

—Y cuando tu amigo se puso a gritar a los cuatro vientos que te amaba y te pidió que le permitieras demostrarte lo que siente,  supe que tenía que hacer algo, porque... No, Cassiopeia, no soporto la idea de que estés con alguien más. No podría impedírtelo, pero si te conviertes en mi esposa, entonces será diferente.

No podía creer que me estuviera diciendo algo así. Me acerqué un poco más y lo miré a los ojos.

—¿Tú crees que podríamos funcionar casados? —pregunté.

—Estoy muy seguro de eso —respondió, completamente convencido—. No te diré que te cases conmigo ahora, podemos esperar un tiempo.

—Hasta el verano —dije, pensando en que en seis meses, podrían cambiar mucho las cosas. Él asintió.

—Bien. Entonces nos casaremos en el verano.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora