CINCUENTA Y CUATRO

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Draco me informó de todos lo movimientos de Dumbledore en el colegio durante varias semanas, hasta que Tom y yo supimos que el momento de ir por esa espada, había llegado. Ese día habría un partido de quidditch, y todos estarían muy distraídos en eso, de manera que nadie se daría cuenta de lo que yo iba a hacer. Llegué temprano a Hogsmeade y me oculté en el sótano de Honeydukes, hasta que estuve casi segura de que todos los estudiantes y profesores de Hogwarts estarían en el campo de quidditch. Seguí el túnel hasta que estuve en el castillo, y me encontré con Draco.

—Creo que no hay moros en la costa, Cass —me dijo al verme.

—Gracias, hermanito —me acerqué y le di un breve abrazo.

Nos encaminamos hacia la oficina de Dumbledore sin encontrarnos a nadie por el camino. Cuando me detuve frente a la gárgola de piedra de la entrada, recordé que había una contraseña.

—¿Y la contraseña? —pregunté.

—¡Píldoras ácidas! —exclamó Draco, y la gárgola se movió, revelando la escalera de caracol que ascendía.

—Gracias. Quédate aquí vigilando que nadie venga, aunque voy a entrar y salir lo más rápido que me sea posible.

Él asintió y yo entré. En todos los años que estuve en Hogwarts, solo había entrado en la oficina del director un par de veces, y estaba exactamente igual a como la recordaba. Los retratos de los antiguos directores se movían dentro de los marcos y algunos hacían comentarios. Un magnífico fénix descansaba sobre una percha dorada y tuve que esforzarme por no ir y tocar sus brillantes plumas. Recorrí la oficina con la mirada hasta que encontré la espada. Caminé rápido hacia ella, pero me detuve junto al escritorio, pues había un pensadero de piedra en el que flotaba un pensamiento. Intenté dominar mi curiosidad y repetirme a mí misma que no era mi problema en lo que pensara Dumbledore, pero al final, pensé en que no pasaría nada si miraba, así que me asomé. Era un recuerdo del director de Hogwarts muchos años atrás. Caminaba a paso rápido por una calle llena de personas y entraba en un edificio bastante antiguo. Intenté seguirlo, pero tenía que caminar muy rápido para alcanzarlo. Antes de entrar en el edificio, pude ver que era un orfanato. Lo perdí de vista, pues entró en una oficina y tardó bastante en salir. Comenzaba a preguntarme qué significaría todo eso, pero poco después lo comprendí. Dumbledore siguió a una mujer hacia una habitación y en cuanto abrió la puerta, supe a quién había ido a ver. Un niño estaba sentado en la cama, y yo conocía muy bien esos ojos cafés que miraron al profesor con desconfianza. Yo veía esos ojos todos los días y me parecían tan hermosos. Aunque ahí tenía solo once años, Tom ya mostraba indicios de la etérea belleza que tendría más adelante. Dumbledore había ido a decirle que era un mago, y a hablarle de Hogwarts, pero él ya había descubierto que tenía algo especial porque podía hacer cosas que los demás niños no podían hacer. Mientras escuchaba la conversación que tenían, pensé en que realmente sabía muy poco de sus orígenes, de su infancia o de los años que pasó el Hogwarts. Quería saberlo todo sobre él, pero no iba a preguntarle, porque si no me lo había dicho, seguramente era porque no quería que lo supiera, y no iba a intentar sacarle información que se negaba a darme. Le di una última mirada a ese niño que había sido Tom, el recuerdo terminó y salí del pensadero. Cuando me encontré de nuevo en la oficina, recordé a qué había ido y fui a tomar la espada. Una vez la tuve en mis manos, me dispuse a salir, pero la puerta se abrió y seis aurores me apuntaron con sus varitas.

Maldije por lo bajo, si hubiera tomado rápido la espada, en lugar de husmear en los recuerdos de Dumbledore, no me hubieran atrapado. Pero yo no me iba a dejar capturar tan fácilmente, así que busqué en mis bolsillos y encontré un pequeño paquete de polvo de oscuridad instantánea. Había sido un acierto llevarlo, en silencio le di las gracias a Fred y George, y lo arrojé. La oficina quedó en total penumbra y yo aproveché para correr hacia la salida. En el camino empujé a alguien y rompí algo, pero pude encontrar la puerta. Bajé las escaleras corriendo y me encontré con Draco.

—¡Cass! —exclamó.

—Llévate esto —dije, y le entregué la espada— y corre. Ya encontraremos la forma de sacarla de aquí.

Él asintió, tomó la espada y se fue corriendo. Yo también corrí, pero en dirección contraria, tenía que salir por donde había entrado. No pasó mucho tiempo antes de que comenzaran a perseguirme. No pensaba permitir que me atraparan, así que corrí lo más rápido que pude. Al ver que no me alcanzaban, optaron por lanzar hechizos aturdidores y tuve que arreglármelas para esquivarlos. Comenzaba a cansarme y sentía que me dolían mucho las piernas, pero no iba a detenerme. Hice acopio de toda mi energía y seguí corriendo, pero tal como presentía, uno de esos hechizos aturdidores me alcanzó. ¿Quién iba a sacarme del problema en que me había metido?

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora