CINCUENTA Y CINCO

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—Que su belleza no te engañe, Dawlish —decía la voz desconocida de un hombre—. Es una criminal peligrosa.

—¿Qué peligro podría representar sin su varita? —preguntó otra voz, mucho más grave.

Abrí los ojos de repente y me encontré en una habitación desconocida. Sin ventanas y con escaso mobiliario. Estaba sentada en una silla y tenía las manos atadas. Me puse en pie despacio y me quedé mirando una hoja de pergamino que estaba sobre la otra silla.

Nombre: Cassiopeia Riddle (De soltera: Malfoy)
Fecha de nacimiento: Dieciocho de febrero de 1976.
Estado civil: Casada.
Cónyuge: Tom Riddle (Más conocido como: Lord Voldemort, señor oscuro, El Que No Debe Ser Nombrado)
Estatus de sangre: sangre pura.
Padre: Lucius Malfoy.
Madre: Narcissa Malfoy (De soltera Black)
Hermano: Draco Lucius Malfoy.

Se le acusa de pertenecer a la organización criminal conocida como Los Mortífagos, así como del uso de maldiciones imperdonables como la maldición imperius y la maldición asesina. También del asesinato de Severus Snape, el secuestro de Alastor Moody, y asaltar la prisión de Azkaban en dos ocasiones para liberar a otros criminales de alta peligrosidad como Bellatrix y Rodolphus Lestrange, Antonin Dolohov, entre otros. Se relaciona indirectamente con otros asesinatos y desapariciones.

Volví a sentarme donde estaba, y poco después, la puerta se abrió. Un hombre de cabello entrecano entró y me miró con desprecio. Cerró la puerta y se acercó.

—Señora Riddle —dijo a modo de saludo, era el que había dicho que no representaba ningún peligro sin mi varita—. Tengo que hacerle algunas preguntas, usted tiene información valiosa que debemos obtener antes de enviarla a Azkaban, a donde pertenece.

Lo miré muy fijamente, sin ni un poco de miedo. Creía que me iba a asustar con la simple mención de Azkaban, pero yo no iba a permitir que me llevaran a prisión. Todavía no sabía cómo, pero lo iba a evitar a toda costa.

—Pregunte —le dije.

—¿Qué hacía en Hogwarts?

Esbocé una sonrisa burlona y lo miré alzando las cejas.

—¿En serio cree que voy a confesar todo así como así? Tendrá que esforzarse un poco más si quiere información.

Me miró con impaciencia y sacó su varita.

—Esto es algo serio, señora Riddle.

—Y lo estoy tomando muy en serio.

Exageré aún más mi sonrisa burlona, y él me miró con impaciencia.

—Si lo estuviera tomando en serio no estaría tan tranquila. ¿O es que piensa que su esposo la va a salvar de ir a prisión?

—¿Qué le hace pensar que necesito que alguien venga y me rescate? Esto no es un cuento de hadas y yo no soy una indefensa princesita que espera a que alguien la salve.

—Otros en su lugar estarían muy asustados.

—Cassiopeia Riddle no le tiene miedo a nada.

El hombre negó lentamente con la cabeza y comenzó a caminar despacio por la habitación, mientras repetía una y otra vez la misma pregunta.

—¿Está con ella? —dijo la conocida voz de Kingsley, afuera de la habitación— ¿solo?

No escuché si le respondieron algo o no, estaba demasiado ocupada pensando en qué hacer para salir de ahí. El hombre que me estaba interrogando, se detuvo por fin a mi lado y entonces se me ocurrió una idea. Me puse en pie despacio y levanté los brazos lo más rápido que me fue posible. Le di un fuerte golpe en la nariz con el codo y de inmediato se llevó las manos a la cara, porque estaba sangrando mucho. Aproveché que se le resbaló la varita y se la quité. Aunque no tenía mucha práctica en hacer hechizos no verbales, necesitaba que ese saliera bien.

¡Petrificus totalus! —pensé, y funcionó.

Encontré la manera de desatarme las manos y por fin pude sostener la varita con una sola mano. Abrí despacio la puerta y me encontré con Kingsley, que estaba recostado en la pared de en frente.

—Hola, Kingsley —lo saludé.

—Hola, Cassiopeia —me dijo en un tono amable.

—Lo siento mucho, Kingsley, pero... ¡Desmaius!

El hechizo lo golpeó y yo comencé a darme cuenta de que lo que había hecho había sido algo muy loco. No iba a conseguir salir del ministerio sin que nadie se diera cuenta, eso era imposible, pero iba a dar la pelea, iba a hacer lo que tuviera que hacer para no terminar en Azkaban. Estaba en medio de un angosto pasillo con muchas puertas, así que lo que hice fue intentar llegar hasta el final, con la varita lista para atacar por si alguien aparecía. Lo que pareció un largo rato después, me encontré con dos hombres, que al verme se detuvieron e intercambiaron miradas llenas de confusión.

¡Lacarnum inflamare!

El fuego los hizo apartarse y yo pude seguir mi camino. De repente, me encontré con que había gran caos, nadie me estaba prestando atención porque todos estaban corriendo de un lado a otro, y había mucho pánico alrededor.

—¿Pero qué...? —pregunté en voz baja.

—¡No vamos a salir de aquí sin ella! Así que, o me entregan a mi esposa ahora mismo, o juro que los mato a todos —escuché que decía la conocida voz de Tom, y no pude evitar sonreír. Corrí hacia el ascensor y entré junto a otras personas, entre ellas, Arthur Weasley.

—Señor Weasley —lo saludé en un susurro. Él me miró muy sorprendido.

—¿Cassiopeia? —preguntó, frunciendo el ceño.

Cuando se detuvo en el atrio, me di cuenta de que Tom había aparecido con los mortífagos, y estaban teniendo una pelea con los aurores. Tan pronto me vieron salir del ascensor, todos se quedaron muy quietos.

—¿Qué haces aquí? —pregunté mientras me acercaba a Tom.

—No creías que iba a permitir que te lleven a Azkaban, ¿o sí? —me respondió.

—Bueno...

—Pero veo que te las estabas arreglando bastante bien tú sola.

Esbozó una sonrisa radiante y me tomó de la mano.

—Señores, nos vamos —ordenó.

Entonces, los mortífagos comenzaron a desaparecerse, y después nosotros hicimos lo mismo. Al llegar a la mansión Malfoy, mi madre llegó corriendo a darme un abrazo.

—¡Qué bueno que estés a salvo! —exclamó.

—Tranquila, madre. No voy a volver a dejar que me capturen.

Entonces recordé la espada de Gryffindor, necesitaba saber si Draco había logrado ocultarla.

—¿Qué pasó con la espada? —pregunté, acercándome a Tom.

—Draco me la entregó —me respondió mentiras volvía a tomar mi mano. Sentí un alivio inmenso.

—Entonces no fracasé del todo.

—Claro que no, tú nunca fallas.

—Pero me capturaron.

—Pero te estabas escapando sin ningún problema —los dos sonreímos—. Estamos en medio de una guerra, Cassiopeia, cosas como esas pueden pasar.

—Tú y yo vamos a ganar esta guerra, te lo aseguro.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora