DOCE

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Era muy temprano en la mañana cuando mi padre entró en mi habitación. Tenía la mala costumbre de entrar en todas las habitaciones sin tocar, y yo ni siquiera había despertado.

—Cassiopeia —me llamó, con impaciencia. Abrí los ojos despacio y me senté.

—Padre, ¿qué haces aquí tan temprano? —le dije. Me quité el cabello de la cara y bostecé.

—Me voy, y puede que tarde en llegar —explicó y yo me fijé en que estaba vestido con ropa de calle, incluso se había puesto la capa.

—Él te encargó algo, ¿no? —dije arqueado las cejas.

—Eso no es asunto tuyo. Ya tengo que irme.

—Adiós, padre.

Le di un rápido beso en la mejilla y lo observé salir y cerrar la puerta tras él. Me pregunté a dónde tendría que ir. Como no había manera de saberlo, me dispuse a dormir un rato más, pues eran las cinco de la mañana y todavía tenía mucho sueño.

Tal como había predicho, mi padre tardó dos días más en llegar. Mi madre comenzaba a inquietarse demasiado y se paseaba por la habitación que compartían, caminando con nerviosismo.

—Ya debería estar aquí —decía—, no hay razón para que tarde tanto. ¿Y si algo le pasó?

Draco estaba sentado en la enorme cama que estaba en el centro de la habitación y abría y cerraba los cajones de la mesa de noche.

—Estás siendo demasiado exagerada, madre —dijo con tono de aburrimiento—, si le hubiera pasado algo, ya lo sabríamos.

Me acerqué a ella y puse mi mano sobre su hombro.

—No te preocupes, en cualquier momento aparecerá —dije en un tono mucho más compasivo que el de mi hermano, luego le dirigí una mirada reprobatoria. De inmediato, dejó de abrir y cerrar los cajones y se quedó quieto.

De repente, escuchamos un ruido que venía del primer piso. Intercambiamos miradas confundidas y salimos de la habitación para ver qué había sucedido. En efecto, mi padre había llegado, pero por su expresión, no le había ido nada bien.

—Por fin llegas —le dijo mi madre—, ¿cómo te fue?

—Ni lo preguntes, Narcissa —respondió— ¿Él está aquí?

—No ha llegado —le respondí, aunque habían pasado unas pocas semanas, ya sabía cuál era su horario y todavía era muy temprano para que hubiera regresado. Mi padre pareció un poco aliviado.

—Entonces todavía no va a castigarme.

Draco y yo intercambiamos una mirada y luego lo miramos con el ceño fruncido.

—¿A qué te refieres con que va a castigarte, padre? —preguntó mi hermano.

—¿Has oído hablar de la maldición Cruciatus, Draco?

—Sí.

—Pues cuando sepa que fallé en lo que me pidió, la va a usar conmigo.

Jamás había visto a mi padre demostrar miedo, pero en ese momento, me di cuenta de que estaba realmente asustado. Se quitó la capa y se la dio a mi madre, que subió a su habitación. Yo también iba a irme, pues todavía no era hora de la cena, pero en ese momento, Tom se apareció en la puerta. Tenía el cabello y la ropa mojados, lo que me hizo preguntarme de dónde vendría. Sacó su varita del bolsillo y se secó con magia. De repente, reparó en nuestra presencia, se pasó los dedos entre su cabello oscuro y miró fijamente a mi padre.

—¿Y bien, Lucius? —preguntó con voz calmada.

Mi padre se puso nervioso al instante y ocultó las manos tras la espalda para que Tom no viera que estaba temblando.

—Yo... no pude hacerlo, señor —respondió.

La expresión relajada de Tom se transformó en segundos en una de completa ira. Sus ojos se oscurecieron y apuntó a mi padre con la varita.

—¿Me estás diciendo que no lo hiciste? —preguntó en voz baja.

—No, señor.

Mi padre bajó la mirada, y yo estuve a punto de salir corriendo de ahí. Realmente daba miedo, estaba demasiado furioso y parecía que en cualquier momento iba a decir: Avada kedavra. Lo que le esperaba a mi padre no era nada bueno y comencé a sentirme mal por él.

—Ya sabes lo que te va a pasar, ¿no? —dijo Tom, elevando un poco su tono.

No supe de dónde salió, pero una extraña valentía que no sabía que tenía, se apoderó de mí.

—No —me atreví a decir. Tom dejó de mirar a mi padre para mirarme y su expresión se suavizó un poco—. Por favor, señor... no lo castigues, solo por esta vez... por favor.

Pasaron unos minutos, que me parecieron una eternidad. Él se veía como si intentara decidir qué hacer, mientras miraba hacia el suelo. Dio un par de pasos hacia mí y me miró a los ojos.

—Bien —dijo con voz calmada—, solo porque tú me lo pediste, voy a dejarlo por esta vez.

—Gracias, señor —le dije.

Él esbozó una pequeña sonrisa, luego se alejó y subió las escaleras a paso rápido. Poco después, mi padre hizo lo mismo. Draco se me acercó y me miró como si estuviera completamente loca.

—¿Cómo te atreviste a tanto? —me preguntó en voz baja. Pude ver un destello de miedo en sus ojos grises— podría haberte torturado a ti en lugar de a nuestro padre.

—Tenía que hacer algo —dije, y me encogí de hombros.

—Que esto no te haga creer que puedes con él. Te hizo caso por una vez, pero no creo que eso suceda de nuevo.

—Draco... ustedes son mi familia y también es mi deber protegerlos. Mi padre puede ser muchas cosas, pero jamás querré verlo sufrir.

—Yo sé de lo mucho que nos quieres, Cassiopeia, pero esto pudo haber salido muy mal. Que tu amor por nosotros no te haga cometer estupideces y ponerte en peligro.

Dicho eso, dio media vuelta y se fue a su habitación. Sus palabras se repetían en mi mente una y otra vez. Tal vez tenía razón, estaba llegando muy lejos.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora