DIECISIETE

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Se me hacía difícil de entender por qué un solo beso me había causado tanta felicidad. Cuando desperté a la mañana siguiente, el primer pensamiento en llegar a mi mente fue el recuerdo del beso que me había dado Tom. Cuando bajé a desayunar, todavía tenía una enorme sonrisa en el rostro. Me senté frente a Tom e intercambiamos una mirada. Mi padre estaba leyendo el periódico muy concentrado. En la primera plana decía algo de un tal Sirius Black, que se había escapado de Azkaban.

—¿Quién es ese? —preguntó Draco, señalando la foto del fugitivo.

Mi padre bajó el periódico y miró a mi madre antes de responder.

—Un tipo que mató a unos muggles hace años —dijo.

—Lo peor de todo es que los del ministerio dicen que es un mortífago —intervino Tom—, incluso llegaron a decir que es mi lugarteniente —la expresión que puso me hizo pensar en que eso era algo realmente absurdo—. Jamás ha tenido nada que ver conmigo.

—Claramente no —dijo de nuevo mi padre—, ese nunca hubiera podido llegar a ser un mortífago.

—Me pregunto cómo escapó de Azkaban —dijo Tom con expresión pensativa, acariciándose la barbilla con los dedos.

—Decían que era imposible escapar de ese lugar —comenté.

—Pues este encontró la manera —dijo Adrian, mientras destapaba el frasco de mermelada de naranja.

Yo también me preguntaba cómo habría logrado escapar de un lugar como ese. Tan pronto terminamos de desayunar, nos levantamos de la mesa y Tom salió, como todos los días.

—¿Te pasa algo? —me preguntó Adrian mientras caminábamos fuera de la mansión, a los jardines.

—No, ¿por qué la pregunta? —dije. No planeaba decirle nada a nadie sobre el beso, sentía la necesidad de guardar el secreto, además, no pensaba que se repitiera y me daba vergüenza que alguien supiera que me estaba haciendo ilusiones con algo tan simple como eso.

—Tú nunca estás de buen humor por las mañanas —se encogió de hombros.

—Debe ser porque anoche dormí muy bien.

Por la mirada que me dirigió, supe que no me creía del todo, sin embargo, no dijo nada más. En ese momento, apareció un búho con una carta, la dejó caer y yo la atrapé en el aire.

—Fred y George —murmuré al reconocer la letra.

Adrian frunció el ceño.

—Al final no me dijiste que habías arreglado las cosas con ellos.

—De hecho sí, hemos estado intercambiando cartas todo el verano.

No lo había pensado, pero si al final tomaba la decisión de no regresar a Hogwarts, era casi seguro que no volvería a ver a los pelirrojos. Esa idea me causó un poco de tristeza. Guardé la carta en el bolsillo, con la intención de leerla y responderla más tarde.

Tom no llegó para la hora de la cena, lo esperamos un largo rato, hasta que se hizo algo tarde y decidimos cenar sin él. Mientras le daba vueltas a la comida en mi plato y miraba su lugar vacío, me di cuenta de que en esas semanas me había acostumbrado a convivir con él, y eso era algo realmente malo. Me pregunté si algo le habría sucedido, pero tan pronto lo pensé, me pareció una idea muy tonta. ¿Quién podría hacerle daño a él? Eso era casi imposible. Tal vez llegaría más tarde o pasaría la noche fuera. Hice mi mejor esfuerzo por comer, aunque no tenía hambre. Tan pronto terminé, le di las buenas noches a todos y me fui a mi habitación. Primero intenté leer un libro, pero me costaba concentrarme. Me sentía tonta por preocuparme por Tom, por echarlo de menos y odiaba esa sensación de no tener control sobre mis sentimientos. Me di una ducha para relajarme y despejar mi mente, luego me puse la pijama y me senté frente al tocador a cepillarme el cabello. Solía llevarlo siempre corto a la altura de los hombros, pero durante el verano había crecido unos pocos centímetros por debajo. Cuando estuvo brillante, me hice una trenza e iba a irme a dormir, pero llamaron a la puerta. Me imaginé que se trataba de Adrian o de Draco y como me daba pereza caminar para ir a abrir, dije:

—Adelante.

La puerta se abrió lentamente y apareció Tom. Llevaba la capa puesta, por lo que supuse que acababa de llegar. Entró y cerró la puerta. Quise golpearme a mí misma por la emoción que sentí al verlo.

—Buenas noches, Cassiopeia —dijo, mientras caminaba hacia mí.

—Buenas noches, Tom —saludé—, pensaba que no vendrías esta noche.

—¿Tan tarde es?

Se quitó la capa, la dejó sobre la cama y se sentó. Yo miré el reloj que había en mi mesa de noche, ya era casi media noche.

—Sí, es un poco tarde —dije.

—Yo... quería verte, antes de irme a dormir.

Se me escapó la sonrisa. Me levanté y fui a sentarme junto a él. Me acerqué despacio, esperando a que me dijera que no lo besara, o algo así, pero no lo hizo. En lugar de eso, puso su mano sobre mi hombro y se acercó un poco más a mí. Estuvimos besándonos por un largo rato más.

—Debería irme —dijo Tom, mientras me miraba a los ojos.

—Que descanses —le dije.

Sonreí y me acerqué para darle un beso más. No pude evitar preguntarme si, al final, si me hacía mortífaga, podría seguir besándolo por lo menos una vez al día. Odiaba que eso fuera a influir en mi decisión, pero era inevitable. Él esbozó una sonrisa radiante, se levantó y salió de la habitación. Me acosté en la cama, sintiéndome como en una nube. Traté de recordar si alguno de los chicos a los que había besado antes o con los que había salido, me habían hecho sentirme de esa manera. La respuesta era no. Yo era alguien que se aburría fácilmente de todo el mundo y le costaba un poco desarrollar sentimientos hacia los demás. Mi mente era un completo caos, no lograba entender por qué estaba cayendo tan fácilmente con Tom. Cualquier persona le tendría miedo y preferiría mantener las distancias, pero todo lo que yo deseaba era estar cerca de él. De repente, lo tuve muy claro, iba a decirle que sí.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora