SESENTA Y UNO

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—Vamos a entrar en un edificio lleno de aurores, Draco —dije, mientras bajaba las escaleras de la mansión Malfoy, poniéndome una capa sobre los hombros—. Esto va a ser peligroso, ¿cómo crees que voy a permitir que vengas conmigo?

Me detuve al llegar al primer piso y me volví para mirar a mi hermano con impaciencia.

—Pero Cass —replicó y yo levanté mi mano para hacerlo callar.

—No, Draco —me acerqué y puse mi mano sobre su hombro—. Entiende que todo lo que yo quiero es que estés a salvo. No puedes venir conmigo porque es muy peligroso.

—Cass, yo ya soy mayor de edad.

—Lo sé. Yo sé que ya creciste, pero para mí siempre vas a ser mi hermanito y siempre voy a querer protegerte.

—¿Y si te pasa algo a ti? Nunca lo he dicho, pero temo que algún día salgas, algo malo te suceda, no regreses y no volvamos a verte.

Pude ver en sus ojos grises que no mentía, estaba preocupado por mí. Me acerqué y le di un fuerte abrazo, profundamente conmovida por sus palabras.

—No es tan fácil acabar conmigo, Draco. Todo seguirá saliendo muy bien y vas a poder contar conmigo por muchísimos años más.

—Eso espero.

Puse mi mejor sonrisa tranquilizadora y le di un beso en la mejilla.

—Hazle compañía a nuestra madre, va a estar muy preocupada por mi padre y por mí.

Asintió y subió las escaleras despacio. Cuando supe que no me veía, traté de respirar profundamente y calmarme. Ese día, tal vez sería el más importante y el más decisivo en la guerra que estábamos llevando a cabo. Como siempre, intenté aparentar serenidad y me recordé a mí misma que era poderosa y que no iba a fallar. Caminé con la frente en alto hasta los jardines, donde los mortífagos esperaban, charlando en pequeños grupos. Al verme llegar, guardaron silencio y me miraron, expectantes.

—Señores —dije en voz alta y clara—, nos vamos a jugar el todo por el todo. El ministerio caerá hoy, y haremos lo que sea para lograrlo.

Un murmullo de aprobación recorrió el grupo y a continuación comenzaron a desaparecerse para aparecer en el ministerio. Cuando llegamos, todo estaba en completa calma, pero tan pronto nos vieron llegar, el pánico se apoderó de todos los que estaban allí.

—Tenemos que llegar hasta la oficina del ministro —le dije a mi tía Bella, que estaba a mi lado. Para mi sorpresa, asintió y me tomó del brazo.

Caminamos lo más rápido que pudimos hasta llegar al ascensor. Ya comenzaban a escucharse explosiones y ruidos de cosas al romperse. Nadie se atrevía a entrar en el ascensor, por lo que pudimos llegar sin problemas hasta el piso donde se ubicaba la oficina del ministro. Cerca de la entrada, cuatro aurores se paseaban por el pasillo, sujeté con fuerza mi varita y les apunté.

¡Bombarda!

Eso me bastó para terminar con ellos, pero sabía que llegarían más. Así que me apresuré a correr hacia la puerta de la oficina.

¡Alohomora!

Eso no fue suficiente para abrirla, pero mi tía Bella no tardó en lograrlo. Irrumpimos en la oficina, y encontramos al señor ministro, sentado tras el escritorio.

—Cassiopeia Riddle y Bellatrix Lestrange —dijo, sin ocultar del todo su sorpresa.

—Qué bueno que ya sabe quiénes somos —dije—, así no perdemos tiempo en presentaciones —sacó su varita, pero yo le apunté de inmediato— ¡Expelliarmus!

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora