Algunos días después, estábamos desayunando en el comedor, en silencio, como casi siempre. Estaba poniéndole mermelada de fresa a una tostada mientras observaba cómo Tom leía atentamente El Profeta, que tenía abierto sobre la mesa.
—¿Muchas cosas interesantes? —le pregunté.
Él levantó la vista del periódico y me miró fijamente.
—Nada nuevo —respondió—, siguen asegurando que no he regresado.
—¿Todavía no considera oportuno que todos lo sepan? —intervino mi padre. Tom lo miró muy serio.
—No, Lucius. Por ahora es mejor que sigan negándolo.
Una vez más, me pregunté qué planeaba, pues seguía saliendo a diario y recibiendo visitas a altas horas de la noche. Un búho entró por la ventana y dejó caer una carta sobre mi regazo. La guardé con disimulo y tan pronto terminé de desayunar, me disculpé y corrí a mi habitación a leerla. Era de Fred y George, que me contaban cómo iban sus vacaciones. Fui a escribirles una respuesta, pero me encontré con que ya no me quedaba tinta. Dejé la carta sobre mi escritorio y salí rumbo al estudio, a conseguir otro frasco de tinta. Como siempre, la puerta estaba cerrada, la abrí sin tocar y entré. Era una habitación muy grande, con las paredes cubiertas de estanterías con libros, algunos sillones cómodos de cuero, una chimenea y un escritorio de madera oscura. Tom estaba sentado tras el escritorio escribiendo una carta. Iba a salir antes de que me viera, pero él ya se había percatado de mi presencia. Dejó la pluma y me miró.
—Disculpa —me apresuré a decir mientras miraba los estantes llenos de libros, los muebles, la alfombra que cubría el suelo, la chimenea y cualquier cosa que no fuera él—. No sabía que estabas aquí.
—¿Necesitabas algo? —preguntó sin dejar de mirarme.
—Solo venía a buscar un poco de tinta.
—Pues tómala.
Asentí y me dirigí al mueble que había tras el escritorio. Pasé junto a él y abrí el cajón donde mi padre guardaba los frascos de tinta. Tomé un par y me dispuse a irme, pero cuando pasé junto al escritorio, alcancé a ver la carta que Tom estaba escribiendo. De inmediato dos recuerdos aparecieron en mi mente. Ya había visto antes su caligrafía casi perfecta: la primera vez, cuando escribí en el diario; y la segunda, en la nota que encontré en mi habitación en Hogwarts el día del funeral de Ginny.
—¿Algo que decirme? —preguntó Tom, regresándome a la realidad. Sacudí un poco la cabeza y lo miré.
—¿Tú me dejaste una nota en mi habitación en Hogwarts hace unos meses? —pregunté sin pensarlo dos veces.
—Sí.
—¿Cómo entraste?
Sonrió y me miró como si acabara de hacer la pregunta más estúpida que hubiera escuchado.
—Encontré la manera.
—Entonces estuviste en el funeral de Ginny...
Asintió.
—Sí, fui a ver algo... y me encontré con que tú también estabas ahí.
—No podía dejar de ir.
Pensé que con eso finalizaría la conversación, pero no fue así. Él se acomodó en la silla y comenzó a enrollar la carta sin dejar de mirarme.
—El vestido que tenías ese día, te queda muy bien.
—Gracias. Por eso me escribiste esa nota, ¿no?
—Sí, en parte, pero pensaba que ya sabías que había sido yo.
—En ese momento no lo recordé, igual que cuando nos vimos por primera vez y me dijiste tu nombre, no recordé que ya lo había visto antes.
—Desde que escribiste tu nombre en el diario, quise conocerte.
—¿Por qué exactamente?
—Ginny escribió sobre ti en un par de ocasiones. Dijo que eras amable con ella y que algo en ti le inspiraba confianza.
—No esperaba que hubiera hablado de mí.
—Lo hizo y yo me pregunté cómo serías.
—Ahora ya lo sabes, ¿no?
Se me hacía extraño hablar de Ginny con él, finalmente, por su culpa, ella había muerto. Lo correcto sería sentir un enorme desprecio hacia él, pero por alguna extraña razón, eso no era así. Si ella se hubiera salvado, él no podría haber regresado y en esos momentos no lo tendría frente a mí. A pesar de eso, me sentía extrañamente cómoda en su presencia, aunque sabía que muy seguramente eso no debería ser así.
—No eres en absoluto como hubiera esperado —dijo con voz calmada.
Fruncí el ceño.
—¿Decepcionado? —pregunté.
—No, yo diría que sorprendido.
—¿Por qué? No hay en mí nada fuera de lo común.
Sonrió y sus ojos oscuros brillaron un poco.
—En eso te equivocas, Cassiopeia. Nada en ti es común, ni siquiera tu nombre.
Me quedé mirándolo con los ojos entrecerrados, preguntándome qué pensaría él de mí.
—¿Y eso es bueno o malo? —pregunté.
—Para mí, es bueno. Creo que tú y yo nos vamos a llevar muy bien.
Por el tono en que lo dijo, supe que en realidad pensaba eso. No pensaba que hubiera mucho en común entre nosotros, por lo que me pregunté qué lo llevaba creer que nos llevaríamos bien.
—Ya veremos si es verdad —dije—. Con permiso.
No me dijo nada más, solo esbozó una pequeña sonrisa y yo salí del estudio, pensando en todo lo que me había dicho. Mientras redactaba una respuesta para Fred y George, pensé en hablarles acerca de lo que había pasado durante el verano, cuando nos viéramos, pero me pregunté si haría bien en confiar en ellos. Tal vez era mejor quedarme callada, finalmente, nadie debía saber que Tom estaba viviendo en mi casa y seguramente planeando cómo apoderarse del mundo y acabar con los muggles y sangres sucias. A veces olvidaba quién era él en realidad, cuando lo veía, no estaba viendo en realidad a un peligroso mago oscuro, sino a alguien como yo, y eso no estaba bien. Mi padre tenía razón, yo debía recordar cuál era mi lugar y guardar mis distancias.
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𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮
Fanfiction«Soy un recuerdo, guardado en un diario durante cincuenta años». Lucius Malfoy le entrega el diario de Tom Riddle a la pequeña Ginny Weasley, y encarga a su hija mayor, Cassiopeia Malfoy, la misión de vigilarla de cerca. ¿Qué pasaría si el gran Har...