CINCUENTA Y SEIS

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Hubo un gran escándalo en el mundo mágico por lo sucedido en el ministerio cuando me capturaron, y aunque el ministro de magia, Rufus Scrimgeour llevaba solo unos cuantos meses en el poder, ya estaban hablando de su incompetencia.

«¿Cómo es posible que El Que No Debe Ser Nombrado entre en el ministerio con los mortífagos, se lleve a su esposa y nadie haga nada por detenerlo? —Decía una tal Rita Skeeter en El Profeta».

Pero la verdad era que el ministro sí hacía cosas. Había sido un auror y estaba haciendo hasta lo imposible por detener a los mortífagos, pero nada era suficiente y al final, Tom se haría con el poder, tal como planeaba. El verdadero problema era Albus Dumbledore, que seguía en Hogwarts, protegiendo a Harry Potter y todos sabían que solo ellos dos podrían evitar que Tom se saliera con la suya. Draco seguía espiándolos, y parecía que tramaban algo. Tom y yo estuvimos fuera de la mansión Malfoy por un par de días y a nuestro regreso, nos encontramos con algo nada agradable. Entramos en el estudio con la intención de escribir una carta, pero nos encontramos con que alguien estaba revolviendo todo, en busca de algo. Yo había visto a esa mujer antes, pertenecía a la orden del fénix y su nombre era Emmeline Vance.

—¿Qué está haciendo usted aquí? —pregunté.

Al vernos, ella se quedó muy quieta, como si se hubiera convertido en piedra. Sin perder tiempo, saqué mi varita y le apunté.

—Hice una pregunta —dije, pero no respondió, ni se movió— ¡incarcerous!

Cuando la cuerda apareció alrededor de su cuerpo, me acerqué a ella y le quité la varita que tenía en el bolsillo.

—Aquí vamos otra vez —dije con fastidio—, ¿qué demonios hacía aquí?

—Vamos a tener que usar otros métodos para hacer que hable —intervino Tom. Sacó su varita del bolsillo y le apuntó— ¡Crucio!

Cuando la maldición la golpeó, hizo una mueca de dolor, pero no abrió la boca para gritar.

—Dumbledore me envió —dijo al fin.

Tom y yo intercambiamos una mirada, eso era de suponerse.

—¿Con qué fin? —pregunté.

—Quería que buscara algo. Él lo describió como un anillo con una piedra grande, muy antiguo.

Me quedé pensando un momento y recordé el día que Tom me había llevado a Little Hagleton. Era casi seguro que el anillo que quería Dumbledore fuera el mismo que sacó Tom de entre esas ruinas.

—¿Para qué quiere ese anillo? —preguntó Tom, y me pude dar cuenta de que estaba realmente furioso.

—No... no lo sé. No lo dijo.

—Maldita sea. ¡Crucio!

Cuando volvió a lanzarle la maldición, lo hizo con mucha más fuerza, de manera que ella no pudo quedarse callada. Comenzaba a preguntarme qué tendría de especial ese anillo, pero como hacía mucho tiempo no lo veía tan furioso como estaba en ese momento, me pareció que lo más prudente era no preguntar nada sobre eso.

—Quédate aquí —me dijo, en un tono de voz mucho más suave.

Asentí y él salió rápidamente del estudio.

—¿Lo encontró? —pregunté en cuanto supe que él no podía oírme.

Emmeline negó en la cabeza.

—No, no lo encontré.

Pasó un rato antes de que Tom regresara, con el anillo en la mano. Se acercó a ella y le apuntó con la varita.

¡Avada kedavra! —exclamó.

Cerré los ojos para no ver el destello verde que salía cuando se pronunciaba la maldición asesina, y no pude evitar recordar cuando yo la había usado contra Severus. Me tomó del brazo y salimos del estudio.

—Escúchame bien, Cassiopeia —me dijo en voz baja, mientras me miraba a los ojos. Pude ver en ellos algo parecido a la preocupación—. Tengo que ir a buscar algo y puede que tarde.

—¿Ahora mismo? —pregunté.

—Sí, es urgente. Yo... no puedo explicarte esto ahora porque es algo largo y muy complicado, pero lo haré después.

Asentí despacio, mientras me preguntaba de qué se trataba. Por la forma en que lo había dicho, me parecía que era un tema muy delicado. Puse mi mano sobre su hombro y me acerqué para besarlo.

—Nos vemos luego —dijo.

Después de que se desapareció, quedé con una incómoda sensación de que me ocultaba algo muy grave, pero intenté ignorarla. Mientras lo esperaba, el tiempo parecía pasar muy lento, y yo daba vueltas por la casa, pensando en mil cosas a la vez y haciendo suposiciones.

Cuando por fin regresó, pude ver que lo que fuera que hubiera ido a hacer, no había salido bien. Por el ardor en la marca, supe que había llamado a los mortífagos. Poco a poco, comenzaron a aparecerse y ocuparon sus lugares habituales en la mesa.

—Ha llegado el momento, señores —dijo Tom con la voz fría que reservaba para hablarle a sus seguidores—, Albus Dumbledore y Harry Potter morirán esta noche. Vamos a entrar en Hogwarts y acabaremos con ellos de una vez por todas. Ellos se interponen entre el poder y yo, así que tengo que sacarlos del camino como sea para poder alcanzarlo.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora