TREINTA Y UNO

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Y al final, cambió de idea. A Tom le pareció mejor ir a ver al tal Barty a la mañana siguiente. Después de la cena, subió a mi habitación, como de costumbre. Como pensaba que esa iba a ser nuestra última noche juntos, intenté olvidarme de lo sucedido y me dediqué a besarlo y acariciarlo todo lo que pude.

—¿Puedo saber a qué ibas a salir esta noche? —pregunté, mientras le acariciaba la mejilla.

—Me enteré de que uno de mis más leales seguidores está vivo, y quiero ir a hablar con él —explicó. Asentí y él se quedó mirándome a los ojos—. ¿Hay algo que no me estás diciendo?

Tenía tantas ganas de ponerme a llorar, que se me estaba haciendo imposible no hacerlo. Intenté disimular lo más que pude y negué con la cabeza.

—Te quiero —dije, casi sin pensarlo. Él tenía que escucharlo, aunque fuera una sola vez. Por su expresión, supe que nunca nadie le había dicho esas dos palabras.

—¿Qué? —preguntó.

—Que te quiero, Tom —repetí.

Estaba totalmente confundido y no tenía idea de lo que había que decir en ese caso. Le ahorré el dilema acercándome para besarlo. Nunca sabría si había llegado a quererme, o qué era específicamente lo que sentía por mí. Al menos él ya sabía qué era lo que yo sentía por él.

A la mañana siguiente, cuando desperté y lo vi, en mi mente se hizo un caos. Se veía tan perfecto ahí, profundamente dormido, que quise quedarme, solo para poder verlo así cada mañana. Pero yo ya había tomado una decisión y no podía dar un paso atrás. Le acaricié la mejilla suavemente para no despertarlo y los ojos se me llenaron de lágrimas.

—Hasta ahora me doy cuenta de lo mucho que he llegado a quererte —susurré—, antes no hubiera pensado que se podía querer tanto a alguien.

Pero por más que lo quisiera, algo en mí me impedía seguir a su lado. Saber que la misma persona a la que tanto quieres, puede hacer de tu vida un infierno cuando quiera, no es nada agradable. Me apresuré a secarme las lágrimas y fingir que todo estaba bien. Cuando él abrió sus bonitos ojos cafés y me miró, no se dio cuenta de nada.

—Buenos días, Cassiopeia —dijo.

—Hola.

Sonreí y me acerqué para darle un beso. Miró el reloj que estaba en la mesa de noche y se levantó. Cuando estaba en la ducha, aproveché a llorar todo lo que pude, solo para no hacerlo después. Cuando salí me puse algo cómodo y bajé a desayunar. Cuando vi a mis padres, quise ponerme a llorar de nuevo, pero ya había sido suficiente, me sentía como una estúpida. El primero en terminar fue Tom, se levantó y salió. Yo terminé después y fui a buscarlo en la sala.

—¿Ya te vas? —pregunté.

—Sí, pero no creo que tarde mucho en regresar —dijo.

Tomé la capa que estaba sobre uno de los sillones, con un movimiento ágil se la puse y la abroché.

—Que te vaya bien hoy —dije.

Me tomó de la cintura y me dio un beso largo y suave.

—Nos vemos más tarde —dijo.

Intenté sonreír, pero comenzaba a sentir un horrible vacío en el pecho. Después, cuando lo vi desaparecerse, las lágrimas llegaron de nuevo a mis ojos. Mis padres y Adrian salieron del comedor y se quedaron mirándome con confusión.

—Será mejor que nos vayamos —dije, e intenté en vano dejar de llorar.

Subí a mi habitación por la maleta y me quedé un rato mirando ese lugar que era tan especial para mí. ¿Qué tan estúpido era lo que estaba haciendo? Salí y bajé a la sala, donde mis padres y Adrian me esperaban. Me acerqué a mi madre y le di un fuerte abrazo.

—Te quiero, hija —me dijo en un susurro.

—Y yo a ti, madre —le dije.

Mi padre parecía no tener idea de cómo despedirse de mí, así que le di un abrazo antes de que pudiera decirme algo más. Él no era una persona cariñosa, y no recordaba cuándo había sido la última vez que nos habíamos abrazado.

—Adiós, padre —dije.

—Adiós, Cassiopeia —dijo él.

Parecía bastante triste. Respiré profundo y miré a mis padres una última vez.

—¿Lista? —preguntó Adrian.

Asentí, lo tomé de la mano y nos desaparecimos. Aparecimos en un callejón vacío, había una puerta a mi derecha, Adrian sacó su varita y le apuntó.

¡Alohomora! —dijo.

La puerta se abrió, revelando unas escaleras angostas que parecían interminables. Subimos y nos detuvimos frente a otra puerta. Al abrirla, nos encontramos con una habitación grande, con una cama sencilla y un sofá. Al otro lado había una pequeña cocina y una puerta que seguramente era la del baño.

—Sé que no es una mansión, pero aquí estaremos seguros por un par de días —dijo Adrian, mientras dejaba las maletas sobre el sofá.

Pasé el resto del día mirando por la ventana. No era un lugar muy elegante, pero tenía una vista agradable de Londres. No recordaba haberme sentido tan triste antes, ni tan vacía. Cuando se hizo de noche, Adrian preparó café y me llevó una taza.

—¿Todo bien? —preguntó— no has dicho ni una sola palabra en todo el día.

Lo miré a los ojos, era mi mejor amigo, tenía que contarle cómo me sentía.

—Lo extraño tanto —confesé y de inmediato, las lágrimas que llevaba reteniendo, empezaron a salir. Comenzaba a cansarme de llorar—. No llevo ni un día lejos y ya quiero regresar a su lado.

Él pasó su brazo sobre mis hombros.

—Cass —dijo con voz suave—, aunque lo ames, él no es como todo el mundo. Estoy seguro de que no corresponde a tus sentimientos.

—Eso no hay manera de saberlo. Nunca me lo ha dicho con palabras, pero algo me dice que al menos soy un poco importante para él.

—Pero si te equivocaras, no dudaría en matarte o en hacerte mucho daño.

Me bebí rápidamente el café, porque no quería decir nada más.

—Me voy a dormir —informé.

Saqué una pijama de la maleta y me cambié en el baño. Cuando me acosté en la cama, la tristeza que sentía, se hizo peor. Me había acostumbrado a dormir casi todas las noches con Tom. Esas sábanas frías solo me hacían sentir peor. Entonces, supe que no duraría mucho ahí, al final iba a terminar regresando a su lado. Cuando me viera, seguramente iba a matarme, pero ya ni eso me importaba, todo lo que yo quería era verlo de nuevo.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora