TREINTA Y CINCO

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Se me hizo casi imposible conciliar el sueño, así que al final, mi madre terminó dándome una poción para dormir y un tónico para los nervios. Cuando abrí los ojos ya había amanecido y supe que jamás en mi vida había estado ni volvería a estar tan nerviosa. Mi madre y mi tía Bella me llevaron algo de desayunar, pero solo pude comer un poco, porque sentía que el estómago me daba vueltas. Me recogieron el cabello en un elegante moño con algunos mechones sueltos, y tuve que maquillarme un poco porque estaba demasiado pálida.

—Pellízcale las mejillas, Cissy —dijo mi tía Bella—, parece un inferi.

Mi madre la miró mal y me puso un poco más de rubor.

—¿Siempre tienes que estar haciendo esos comentarios, Bella? —le dijo, indignada.

Ella levantó las manos en gesto defensivo.

—Era broma. Cassiopeia se ve muy bien.

Terminaron el peinado y el maquillaje y lo siguiente fue ponerme el vestido. Cuando me miré en el espejo, me sentí tan feliz, como pocas veces me había sentido antes. Llamaron a la puerta, mi madre fue a abrir y entraron mi padre, Draco y Rodolphus. En pocos minutos, la escena cambió y se convirtió en el momento más emotivo que había vivido junto a mi familia.

—Te ves hermosa, Cass —dijo Draco.

—Gracias, hermanito —dije.

Me acerqué y le di un fuerte abrazo. Todos me miraban con atención y ya comenzaba a sentirme incómoda.

—Me recuerda al día de mi boda —comentó mi tía Bella, y pareció perdida en los recuerdos.

—Ella no tiene la cara de arrepentimiento que tenías tú —dijo Rodolphus.

—¿Y qué? Han pasado muchos años y sigo contigo.

Mi madre se puso a llorar y mi padre le pasó un pañuelo. Quería ponerme a llorar yo también, pero lo pensé dos veces porque no quería dañar el maquillaje. Mi padre llevaba una caja cuadrada de terciopelo azul oscuro, allí había un hermoso collar plateado con diamantes.

—Es una reliquia familiar —explicó—, tu madre la usó el día de nuestra boda y mi madre antes que ella, ahora que tú te vas a casar... ahora te toca a ti.

Él también parecía a punto de ponerse a llorar.

—No me digas que el gran Lucius Malfoy se va a poner sentimental —dijo mi tía Bella.

Mi padre la miró mal, luego me tomó de la mano.

—Tú no entiendes, Bella. Es mi hija, mi niña, mi princesita y en un rato tendré que entregársela a él. No pensé que este día llegara tan pronto, estaba seguro de que faltaban muchos años.

Ella lo miró con impaciencia, como si no comprendiera el por qué de tanto sentimentalismo. Rodolphus le dio una palmada amistosa en el hombro a mi padre y Draco abrazó a mi madre, que seguía llorando copiosamente. Mi padre sacó el collar y me lo puso. Casi había llegado la hora, así que mi madre se acercó y me dio un fuerte abrazo. Poco después, cuando ya iba a salir de la habitación, me di cuenta de que no me había puesto los zapatos. Antes de bajar las escaleras, me recogí el vestido hasta la rodilla porque temía enredarme y caerme. Afuera, hacía un clima excelente, el sol brillaba sobre un cielo despejado y casi desprovisto de nubes. Habían puesto una gran carpa en el jardín y allí esperaban casi todos los invitados. Se suponía que mi tía Bella iba a ser la madrina, así que le entregué la caja con los anillos y ella entró primero.

—Ahora es un buen momento para decirte que estamos muy orgullosos de ti —dijo mi madre. Ya había dejado de llorar, pero la tristeza destacaba en sus ojos azules. Era la primera vez que me decían eso, y escucharlo, me llenó de alegría.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora