VEINTICINCO

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Era una tarde fría cuando mi padre llegó con Draco y Adrian. Al verlos, me acerqué corriendo, primero abracé a mi hermano. Estaba tan feliz de volver a estar con ellos, que no me importaba parecer demasiado cariñosa.

—¡Hermanito! —dije.

—Cass, qué bueno es volver a verte —dijo él.

Luego, me acerqué a mi mejor amigo y le di un fuerte abrazo.

—¡Cass! —exclamó Adrian.

Le di un beso en la mejilla y en ese momento, apareció mi tía Bella. Se acercó a Draco y le dio un abrazo.

—Sí que has crecido —dijo.

Mi hermano la miró como si no supiera quién era, iba a decírselo, pero pronto lo supo.

—Tía Bella —dijo, y sonrió.

Adrian me miró, a la espera de que le dijera quién era ella.

—Tía Bella —dije. Ella se quedó mirando a Adrian con curiosidad—, él es Adrian Pucey, mi mejor amigo. Adrian, ella es mi tía, Bellatrix Lestrange.

De inmediato, él extendió su mano y ella la tomó.

—Gusto en conocerla, señora Lestrange.

—Igualmente, querido —me miró con suspicacia, sonrió y se acercó para hablarme al oído—. Este debe ser el de las cartas.

Asentí despacio y ella sonrió. Me fui con Adrian a mi habitación y estuvimos allí, largo rato hablando sobre aquella ida a Azkaban, y sobre mi tía Bella.

Después, estaba parada frente al armario, pensando en qué ponerme para la cena de navidad. Saqué una gran cantidad de prendas hasta que encontré un vestido de terciopelo rojo, que no recordaba haberme puesto nunca. Me lo puse, me cepillé el cabello hasta que quedó brillante y me puse algunas joyas sencillas. Comprobé mi aspecto en el espejo y sonreí, sintiéndome a gusto con como me veía. Salí de la habitación, pues ya era hora de cenar, y me encontré con Tom cuando iba a bajar las escaleras.

—Definitivamente el rojo es tu color —dijo, mientras me miraba de arriba abajo.

—Y el negro es el tuyo —sonreí y lo miré con atención, sonrió también y comenzamos a bajar las escaleras—. Después de la cena, deberías pasar un momento a mi habitación, es que tengo algo para ti.

Se detuvo un momento y me miró con sorpresa, luego asintió. Cuando entramos en el comedor, los demás ya estaban ahí. Me senté entre Draco y Adrian y desdoblé la servilleta para ponerla sobre mi regazo.

—Te ves espectacular, Cass —susurró Adrian y me dedicóuna mirada llena de admiración.

—Gracias —le sonreí.

Comenzamos a comer, y la cena transcurrió entre algunas conversaciones sobre lo que estaba pasando en Hogwarts. Mi tía Bella quería saber qué había estado haciendo Draco en todos esos años que ella había estado en Azkaban. Su esposo, Rodolphus, rara vez hablaba, y ellos no parecían tanto una pareja, aunque compartieran habitación. Mientras comía, me puse a reflexionar sobre el matrimonio y a pensar si cuando me casara sería como mi tía Bella y Rodolphus, o más bien como mis padres, que, aunque no fueran muy cariñosos, se querían y eso era visible. En ese momento, estaba casi segura de que pasarían muchos años antes de que tuviera que pensar en casarme. Después de la cena y el postre, bebimos una botella de whisky de fuego. Yo solo tomé un par de copas, pues no acaba de gustarme el ardor que causaba en la garganta. El primero en irse a dormir, fue Draco. Me despedí de él con un abrazo y poco después, pensé en que lo mejor era irme yo también. Le di las buenas noches a todos y subí a mi habitación. Estaba sentada frente al tocador, quitándome las joyas, cuando llegó Tom.

—Dijiste que viniera —dijo, mientras cerraba la puerta.

Asentí y me levanté. Abrí el primer cajón de la mesa de noche y saqué de ahí un paquete cuadrado, no muy grande. Me acerqué a él y se lo entregué.

—Yo... hice mi mejor esfuerzo, pero no sabía qué te gustaba —dije.

Él se dispuso a abrirlo inmediatamente. Era un reloj, lo sacó y lo sostuvo en alto, mirándolo con atención.

—Gracias, Cassiopeia —dijo. Aunque trataba de disimular, pude ver en sus ojos un destello de emoción. ¿Cuántas veces le habrían dado un regalo de navidad?

Lo dejó sobre la mesa de noche, regresó a mi lado y me tomó de la cintura para besarme. Poco a poco, el beso fue aumentando su intensidad, y el deseo no tardó en manifestarse. Pasó un largo rato antes de que nos separáramos unos cuántos centímetros. Sin palabras, entendí la pregunta que quería hacerme, solo con ver sus ojos.

—Ponle seguro a la puerta —susurré—, a mi padre le gusta entrar en todas partes sin tocar.

Hizo lo que le dije, en menos de un minuto y regresó a mi lado, para seguir besándome. Pronto, sus manos fueron a mi espalda, encontró el cierre del vestido y lo bajó. Toda la ropa que teníamos puesta, no tardó en desparecer y poco después, estaba sobre mí, en la cama. Sus labios recorrían mi cuello, mientras sus manos me acariciaban suavemente. Su mano bajó hasta mi entrepierna, y comenzó a acariciar con dos dedos entre los pliegues, sin dejar de besarme, y haciéndome sentir cosas indescriptibles. Con mucho cuidado, introdujo un dedo, y después otro. Comenzó a moverlos dentro de mí, primero despacio, y luego mucho más rápido, hasta que comencé a temblar, cerré los ojos y arqueé la espalda, sintiendo cómo me invadía el placer. Cuando abrí los ojos, mi mirada se encontró con la de él. Separé las piernas y le rodeé la cintura con ellas. Tomó algo de distancia y con un movimiento rápido, me penetró. Por la expresión de dolor que puse, se dio cuenta de que me había lastimado un poco, así que me dedicó una mirada de disculpa, y esperó un poco antes de dar la siguiente embestida. Entraba y salía una y otra vez, cada vez más bruscamente, y yo movía las caderas contra él, haciéndolo llegar un poco más profundo. Mientras tanto, nuestros labios se devoraban, como si no hubiera un mañana. Me parecía que pasaban horas, pero solo podía pensar en el indescriptible placer que sentía, y en que cada vez parecía ser más intenso. Después de que acabó, se acostó a mi lado y cerró los ojos.

—Eso estuvo muy bien, ¿sabes? —murmuró, mientras se acercaba un poco para rodearme con un brazo.

Sonreí y me cubrí con la sábana.

—Sí, es cierto.

No tardó en quedarse dormido. Nunca hubiera pensado que alguien pudiera verse tan bien mientras dormía, tenía el cabello un poco despeinado, y su rostro reflejaba completa serenidad. Lo arropé con las mantas y me acomodé para dormir, pensando en lo que había pasado entre nosotros. Habíamos llegado muy lejos, pero no creía que hubiera nada malo en eso. El único problema, eran mis sentimientos, que se estaban saliendo bastante de control, y no podía hacer nada para evitar sentir lo que sentía. El hecho de hacer con él, cosas que no había hecho con nadie más, solo aumentaba la sensación de que eventualmente, me enamoraría sin remedio.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora