VEINTIOCHO

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La sensación de desconcierto generalizada, permaneció con mi familia durante un par de días, y Adrian seguía sin dirigirme la palabra. Era todavía temprano, y Tom y yo acabábamos de despertar.

—No entiendo por qué lo de la boda —comenté—, te estás quedando casi todas las noches en mi habitación, y para hacer lo que hacemos, no se necesita estar casados.

Me miró alzando las cejas y buscó mi mano para entrelazar nuestros dedos.

—No es tan difícil de entender, Cassiopeia —dijo—, yo quiero que seas mi esposa, no solo mi amante.

Me acerqué y le di un beso en la mejilla. Si bien, tenía un caos de sentimientos hacia él, hablar de casarnos era un paso muy grande, sin embargo, no me molestaba la idea, seguramente debería estar asustada, o negarme a hacerlo, pero no me parecía tan malo.

—Tu amigo habló conmigo —dijo de repente. Fruncí el ceño y lo miré.

—¿Qué te dijo Adrian? —pregunté, imaginándome lo que habría podido decirle.

—Quiere ser un mortífago.

Eso no lo esperaba, estaba casi segura de que había ido a hablarle de la boda, jamás había mencionado que quisiera unirse a los mortífagos.

—¿Vas a aceptarlo? —pregunté. Rogando por que dijera que no.

—Por supuesto —respondió, mirándome a los ojos.

—¿Crees que puede hacerlo bien?

Sonrió y se quitó un mechón de cabello que le caía sobre la frente.

—Eso no puedo decírtelo, no le tengo mucha fe, pero te seré sincero: a los amigos hay que tenerlos cerca, y a los enemigos aún más cerca. Sé que ahora intentará de todo para alejarte de mí, y eso no lo pienso permitir.

Sus palabras me causaron una profunda preocupación. No parecía que quisiera matarlo, pero cualquier cosa podía pasar. Tenía que convencer a Adrian de que se mantuviera lejos de todo eso, incluso estaba pensando en decirle que al menos por un tiempo, no se apareciera por la mansión Malfoy. Después de que me bañé y me vestí, fui a buscarlo, con toda la intención de hacerlo entrar en razón. Llamé a la puerta dos veces y pasó un rato antes de que dijera algo.

—Adelante.

Abrí despacio, entré y cerré la puerta tras de mí. Estaba sentado en la cama, y se veía como si no hubiera dormido ni un minuto la noche anterior.

—Iba a ir a hablar contigo —dijo, en un tono de voz muy impropio de él—, pero no quise interrumpir. Me imaginé que otra vez estabas acostándote con él.

Odiaba que me hablara de esa manera, en ese tono tan agresivo.

—Si vas a hablarme así, mejor me voy —dije, lo más calmadamente que me fue posible, aunque acababa con mi paciencia.

—Lo siento —se disculpó, mucho más calmado—, ¿pudiste convencerlo de que eso de la boda es una locura?

Negué lentamente con la cabeza y di un par de pasos hacia él.

—No creo que pueda hacer que cambie de opinión —dije.

—El deseo no es suficiente para mantener a dos personas juntas por mucho tiempo.

—Lo sé, pero él cree que puede funcionar.

—Y tú también, Cass. Ni siquiera te molestes en ocultar que te encanta la idea de ser su esposa.

Realmente estaba acabando con mi paciencia. Sabía que si seguía hablándome de esa manera, iba a terminar tratándolo muy mal, así que preferí cambiar de tema.

—Vine porque él me dijo que quieres unirte a los mortífagos —dije.

—Tengo que hacerlo, por ti.

Me acerqué y me senté en la cama junto a él.

—No puedes hacer eso, Adrian, y menos por mí.

—Tengo que hacerlo, Cass, por favor entiende.

—No puedo entender que vayas a arruinar tu vida por mí. Yo no tengo salvación, tengo que casarme con él igual, pero tú puedes hacer lo que quieras con tu vida, no te metas en esto, por favor, no va a pasarte nada bueno si lo haces.

—Yo lo único que quiero es protegerte.

—Y te lo agradezco, pero no pienso permitirlo. Nadie podrá protegerme, porque él no es un mago igual a los demás. Tú no has visto lo poderoso que es y todo lo que sabe sobre artes oscuras.

—Entonces moriré en el intento.

No podía creer lo que estaba escuchando. Si algo le pasaba, pesaría sobre mi conciencia, y eso era algo que no quería. Lo miré a los ojos y pude ver que en realidad estaba decidido, no había nada que pudiera hacer para que cambiara de opinión. Me acerqué y le di un abrazo.

—No tienes idea de en qué te estás metiendo, Adrian —le dije en voz baja.

—Te equivocas, yo sé muy bien lo que hago. No permitiré que te haga daño.

Resoplé y me alejé para mirarlo con atención.

—Él no me haría daño.

Adrian me miró con incredulidad.

—Que no lo haya hecho hasta ahora, no quiere decir que vaya a ser siempre así. Algún día, cometerás un error, Cassiopeia, y entonces lo vas a ver tal cual es.

Esas palabras quedaron grabadas en mi mente, aunque estuviera tan segura de que no me haría ningún daño, en el fondo sabía que Adrian tenía razón.

En la noche, cuando bajé a cenar, Tom estaba en la sala. Se quitó la capa y la dejó sobre uno de los sillones.

—Tengo algo para ti —dijo.

Aunque había estado todo el día pensando en lo que me esperaba si me casaba con él, en ese momento, todas mis dudas desaparecieron. Emocionada, me acerqué a él y le di un beso en la mejilla. Buscó en los bolsillos hasta que sacó una pequeña cajita de terciopelo negro. La abrió y me dejó ver un anillo plateado, con un pequeño y solitario diamante, que brillaba. Lo sacó, tomó mi mano y me lo puso en el dedo.

—Gracias, Tom. Es un anillo muy hermoso —dije, mientras lo miraba con admiración. Él sonrió.

—Es para hacer algo más oficial nuestro compromiso.

Cuando lo miré a los ojos, supe que no había posibilidad de que cambiara de opinión sobre eso.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora