TREINTA Y OCHO

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Durante los siguientes meses, no se habló de nada más que del torneo de los tres magos, y de la participación de Harry Potter en él. Pocos días después de mi cumpleaños número diecinueve, estaba en casa cuando llegó Yaxley, él era uno de los que habíamos logrado infiltrar en el ministerio.

—Buenas tardes, Cassiopeia —saludó.

—Yaxley —dije a modo de saludo.

—¿Mi señor está?

—Sí, ya lo llamo.

Iba a subir las escaleras, pero Tom apareció en ese momento.

—Te buscan —le dije.

—Ahora vamos a salir, Cassiopeia —me informó—, ve por una capa porque hace frío.

—Sí, señor —le dije y él sonrió, como hacía siempre que le hablaba de esa manera.

Me fui a mi habitación mientras me preguntaba a dónde iríamos. Cuando abrí la puerta, me encontré con Adrian, que estaba sentado en la cama.

—¡Adrian! —exclamé, emocionada.

Él se levantó y fue a darme un fuerte abrazo. En cuanto había salido de San Mungo, habíamos logrado infiltrarlo en el ministerio y, aunque cada pocos días iba a casa a hablar con Tom, era poco lo que hablábamos.

—Mira lo que tengo que hacer para poder tener una conversación medio normal contigo —dijo, y sonrió—. Mi señor me mira como si quisiera mandarme de nuevo a San Mungo cada vez que me acerco a menos de dos metros de ti.

—Ya sabes cómo es —dije, con algo de impaciencia.

—Escuché que van a salir...

—A él le encantan las sorpresas, así que no tengo ni idea de a dónde va a llevarme.

La sonrisa que tenía, desapareció lentamente de su rostro y me miró muy serio.

—¿Eres feliz con él, Cassiopeia? —preguntó en voz baja.

—Sí —respondí sin dudarlo. En realidad y aunque a todo el mundo le pareciera extraño, yo sí era feliz con Tom. Tal vez no hacíamos cosas que todas las parejas harían, pero me sentía bien con él. Había llegado a quererlo mucho y aunque él no fuera muy expresivo, ni me dijera que me quería, sabía que a su manera, lo hacía.

—Jamás lo hubiera pensado.

—Pero es verdad.

Puse mi mano en su hombro y le dediqué una sonrisa tranquilizadora. Luego, me dirigí al armario y saqué de ahí una capa. De repente, la puerta de la habitación se abrió y entró Tom.

—Pucey —dijo a modo de saludo, con la voz fría que reservaba para tratar con los mortífagos y le dedicó a Adrian una mirada hostil.

—Mi señor —Adrian hizo una profunda reverencia y salió de la habitación sin decir nada más.

—¿Lista? —preguntó, en un tono de voz muy diferente al que había usado antes.

Asentí, tomé la capa y me la puse sobre los hombros. Bajamos al primer piso, me tomó del brazo y nos desaparecimos para aparecer en una playa.

—¿Y esto? —pregunté, mirando a mi alrededor.

—Es que... nunca estamos realmente a solas y pensé que te gustaría estar en un lugar diferente —respondió con algo de incomodidad, y se pasó los dedos entre su cabello oscuro.

No pude evitar sonreír y me acerqué para besarlo. Aunque corría una brisa fría, el clima era agradable y el paisaje muy bonito. Sin pensarlo dos veces, me quité los zapatos y comencé a caminar descalza.

—¿Qué haces? —preguntó Tom, frunciendo un poco el ceño.

—Deberías hacer lo mismo —le dije.

Pasó unos momentos mirándome como si no supiera qué hacer, al final se encogió de hombros y se quitó los zapatos también.

—Mejor así, ¿no? —pregunté.

—Tú me haces hacer cosas que normalmente no haría jamás —respondió, mientras me tomaba de la mano.

—¿Y eso es bueno o malo?

—Supongo que... un poco de ambas.

Me puse un mechón de cabello tras la oreja y observé el agua del mar, en la que se reflejaban los colores del cielo que comenzaba a atardecer. Me parecía que pocas veces en mi vida me había sentido tan en paz como en esos momentos. Pasó un largo rato, y de repente apareció un búho, con una carta para Tom.

—¿Pasó algo? —pregunté mientras lo observaba abrir el sobre de la carta y leerla muy rápidamente. Cuando levantó la vista para mirarme, supe que algo malo había sucedido.

—Ese inútil de Colagusano —dijo, visiblemente furioso—, dejó escapar a Barty.

—¿Barty no está en Hogwarts? —pregunté, muy estúpidamente.

—Es que su padre se llama igual, Bartemius Crouch —respondió, con toda paciencia—. Hace un tiempo que empezó a resistirse a la maldición imperius que le había echado y se estaba dando cuenta de las cosas, así que no tuve más remedio que obligarlo a que se quedara en su casa y enviara cartas al trabajo diciendo que estaba enfermo. Envié a Colagusano a que lo vigilara de cerca y me acaba de decir que lo dejó escapar.

—Parece que no estaban muy creativos con los nombres. No sabía que se llamaban igual.

—Yo también tengo el nombre de mi padre.

Me di cuenta de que en realidad no me había hablado nada sobre sus padres, así que me quedé mirándolo con atención. Él parecía cada vez más frustrado, pero incluso así, se veía atractivo.

—¿A dónde habrá ido? —preguntó en voz baja.

—A Hogwarts, ¿no? —dije— puede haber ido a hablar con Dumbledore, y de paso a pedirle protección, como hace casi todo el mundo.

Él me miró, y esbozó una pequeña sonrisa.

—Tienes razón... de nuevo. Voy a avisarle a Barty que su padre se escapó, para que se encargue de él, y creo que debería decirle también a Severus. Hay que evitar a toda costa que hable con Dumbledore.

—No —dije, tan pronto terminó. Había convencido a Tom de no decirle nada a Severus sobre el plan que teníamos, pues mi desconfianza hacia él no hacía más que aumentar. Sentía que no era tan leal como Tom pensaba—. Sigue dejando a Severus fuera de esto. Se le puede escapar algo en frente de algún miembro de la orden o del mismo Dumbledore y nos veríamos descubiertos. Perderíamos todos estos meses que llevamos planeando esto y Barty terminaría otra vez en Azkaban.

Pude ver en sus ojos que estaba de acuerdo conmigo. Siempre me escuchaba y tomaba muy en cuenta mi opinión, y eso era algo que me hacía sentirme muy bien.

—Hay muchas cosas que me impresionan de ti, Cassiopeia —dijo con voz suave, mientras me ponía un mechón de cabello tras la oreja—, pero a veces parece que tú puedes ver cosas que yo no puedo ver. Bien, vamos a seguir dejando a Severus fuera de esto.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora