VEINTITRÉS

7.9K 672 50
                                    

Amaneció y yo no había dormido más de dos horas. Me levanté temprano e hice mi mejor esfuerzo por estar tranquila, nada podía salir mal en mi primera misión con los mortífagos. Salía de bañarme cuando Tom llamó a la puerta y entró.

—Buenos días, Cassiopeia —saludó.

—Buenos días, Tom.

Se acercó y me dio un beso largo y suave. Luego, se apartó un poco y se quedó mirándome a los ojos.

—¿Tienes miedo? —preguntó.

—Cassiopeia Malfoy no le tiene miedo a nada —le respondí con seguridad.

Él sonrió y yo lo tomé de la mano.

—Me parece bien que seas valiente, porque para el camino que elegiste, se necesita mucho valor.

Me acerqué y le di un beso en la mejilla.

—Hoy te demostraré que no te equivocaste al pedirme que hiciera parte de esto.

—Yo sé que no me equivoqué, de eso estoy muy seguro.

Me dio un beso más y salió de la habitación. Poco después, entró mi madre, tan pronto la vi, supe que estaba preocupada por lo que podría pasarme y me imaginé qué iría a decirme.

—¿Vas a ir? —preguntó.

—Tengo que ir —respondí—, tengo que traer a la tía Bella.

Al mencionar a su hermana, mi madre esbozó una pequeña sonrisa, que desapareció tan rápido como llegó.

—Desde que dijiste que ibas a hacer parte de esto, no he tenido un momento de tranquilidad.

Puse mi mano sobre su hombro e intenté que viera que no había de qué preocuparse.

—Madre, yo elegí mi camino, no tiene caso que te preocupes tanto por mí.

—Siempre lo haré, eres mi hija y te quiero.

—Yo también te quiero, madre.

Le di un abrazo fuerte e intenté permanecer lo más tranquila que me fue posible. Un par de horas más tarde, volaba hacia Azkaban, al lado de Tom y delante de mi padre. Cuando la fortaleza apareció en mi campo de visión, mi corazón comenzó a latir más de prisa y a medida que nos acercábamos, sentía más y más frío. Los mortífagos rompieron la bien organizada formación en la que íbamos y rodearon la fortaleza. Tom sacó su varita y no tardó mucho en abrir un gran agujero en una de las paredes. Se volvió para mirarme y ordenó:

—Ve y haz lo que te dije.

Asentí.

—Sí, señor.

Él sonrió y yo entré caminando con paso decidido. Saqué mi varita del bolsillo y comencé a preguntarme dónde estaría mi tía Bella. Las manos me temblaban ligeramente y no pude evitar pensar en que era muy probable que yo terminara ahí, en Azkaban, algún día. Sentí un escalofrío y caminé un poco más rápido mientras buscaba. Me detuve de repente, cuando creí que la había encontrado. Sostuve con fuerza la varita y le apunté a la puerta de la celda.

¡Reducto! —murmuré. Después de que saltó en pedazos, entré despacio—. ¿Tía Bella?

Estaba sentada en un rincón, al escuchar mi voz, se apartó el largo y enmarañado cabello oscuro que le cubría el rostro. Era ella, aunque no era como la recordaba, pues nadie podía pasar doce años en Azkaban y permanecer intacto. Antes era una mujer muy hermosa, pero los años de cautiverio habían terminado casi por completo con esa belleza. Se puso en pie lentamente, apoyándose en la pared. Sus ojos oscuros me estudiaron y supe que estaba tratando de saber quién era yo. Iba a decirle mi nombre, pero pareció reconocerme y sonrió.

—¿Eres tú, Cassiopeia? —preguntó en voz muy baja.

—Soy yo, tía Bella —le respondí.

—Parece que he pasado mucho tiempo aquí. La última vez que te vi eras una niña.

—Vine por ti.

—Mi señor te envió a sacarme de aquí, ¿verdad?

Al nombrarlo, sus ojos brillaron y su sonrisa se hizo mucho más grande.

—Sí —le respondí.

—¡Lo sabía! ¡Sabía que él había regresado! Si él te envió por mí, eso quiere decir que tú...

Me recogí la manga hasta el codo y le mostré la marca tenebrosa en mi antebrazo. Ella sonrió y me miró, orgullosa.

—Creo que será mejor que salgamos de aquí, tía Bella.

Ella asintió, la tomé del brazo y salimos rápidamente.

—¿Y tu madre? —preguntó, después de un rato.

—Bien, en casa.

—¿Y tu hermano?

—En Hogwarts.

—¿Y Lucius?

—Debe estar por aquí también.

Lo que me pareció una eternidad más tarde, estábamos de regreso a casa. No había fallado, mi tía Bella estaba sana y salva, tal como Tom me había dicho. Al ver a mi madre, ella corrió y la envolvió en un fuerte abrazo.

—¡Cissy! —exclamó.

—Bella, creía que no volvería a verte.

Estuvieron abrazándose durante un buen rato, hasta que llegó mi padre.

—Bella —dijo a modo de saludo.

—Lucius —dijo ella.

Intercambiaron un apretón de manos y poco después, apareció Tom. Entró en la sala y tan pronto lo vio, mi tía Bella corrió hacia él y se puso de rodillas a sus pies. La mirada de admiración en sus ojos fue indescriptible. Levantó las manos con la intención de tocarlo, pero él retrocedió un paso y la miró muy serio.

—Bienvenida, Bella —dijo, en un tono de voz muy frío y nada parecido al que usaba cuando me hablaba. Su rostro inexpresivo parecía tallado en piedra.

—Mi señor —dijo ella—, gracias por haber enviado a mi sobrina a que me sacara de ese horrible lugar.

—Imagino que puedo contar de nuevo con tu lealtad.

Ella asintió rápidamente y se quitó el enmarañado cabello de la cara.

—Siempre. Mi vida le pertenece a mi señor, hasta el día de mi muerte.

Tom asintió y ella se levantó despacio del suelo. Pronto, los demás mortífagos comenzaron a llegar en pequeños grupos.

—Rodolphus —saludó mi padre y fue a estrecharle la mano a un hombre que acababa de llegar. Era el esposo de mi tía Bella, Rodolphus Lestrange.

Ella no parecía muy feliz de verlo, se saludaron sin mucha emoción y él se quedó mirándome con curiosidad.

—Tú debes ser Cassiopeia —dijo.

—Así es.

Nos dimos la mano. Por un rato hubo gran desorden, yo subí a mi habitación lo más rápido que me fue posible y me dejé caer sobre la cama. Me sentía tan cansada como si hubiera corrido varios kilómetros. Todavía era temprano, así que pensé en que no estaría mal descansar un poco. Cerré los ojos y me estaba quedando dormida cuando la puerta se abrió, Tom entró y se sentó a mi lado en la cama. Me levanté despacio y me senté a su lado.

—No tendrás ninguna queja de mí, ¿o sí? —le dije. Él sonrió.

—No, todo lo contrario, aunque no esperaba menos de ti —dijo.

Me sentí feliz al escuchar sus palabras, todo había salido bien, al menos por esa vez. Me acerqué y le di un beso en la mejilla. Él me miró alzando las cejas y puso las manos en mis hombros, luego se acercó para besarme. Mientras sus labios se movían suavemente contra los míos, me sentía tan indescriptiblemente bien, que me parecía que el mundo a nuestro alrededor había desaparecido por completo. Un sentimiento desconocido e indómito comenzaba a crecer dentro de mí, alimentado por cada beso, cada caricia, cada mirada y cada pequeña conversación.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora