TREINTA Y DOS

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Tom's POV

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Tom's POV

Nunca me había sentido tan vacío, ni tan desesperado, ni tan furioso. ¿Por qué no llegaba? Debería haber regresado muchas horas atrás. Ese asqueroso imbécil de Pucey tampoco estaba... qué sospechoso. Tenía que comprobar si lo que estaba sospechando era cierto, así que me fui a la habitación de Cassiopeia, entré y abrí el armario. Una horrible mezcla de ira y dolor, se apoderó de mí en cuanto comprobé que faltaba ropa.

—¡Maldita sea! Se fue.

Y sí, se había ido, me había dejado y yo estaba sufriendo por eso. ¿Qué había hecho ella conmigo? ¿Por qué me estaba sintiendo tan mal? ¿A dónde se habría ido? Eran demasiadas preguntas sin respuesta. Habían pasado solo unas pocas horas desde la última vez que la había visto, desde que me había dicho que me quería. A pesar de lo furioso que estaba, se me escapó la sonrisa. Ella pensaba que yo estaba dormido todavía, y dijo todas esas palabras tan bonitas, que nadie nunca me había dicho. Ninguna sensación en el mundo se comparaba con el sentir que alguien te quiere de verdad.

—Tengo que encontrarla y traerla de vuelta.

Me fui a la habitación de Lucius y Narcissa, si Cassiopeia se había ido, era culpa de ellos, sobre todo de Narcissa, que no quería que nos casáramos. Abrí la puerta sin tocar, los dos estaban ahí y me miraron, llenos de miedo.

—Señor... —dijo Lucius.

Saqué mi varita y le apunté.

—¿Dónde demonios está Cassiopeia? —pregunté, levantando mucho la voz.

Ellos intercambiaron una mirada.

—No lo sabemos, señor —respondió Narcissa.

Jamás permitía que me mintieran tan descaradamente, me faltó poco para lanzarle un avada kedavra.

—No creas que soy tan estúpido. Si ella se fue, fue por tu maldita culpa. Pero te advertí que si hacías algo para alejarla de mí, lo pagarías caro, y yo no pierdo el tiempo con amenazas.

—Ella se fue sin decirnos nada, señor —insistió Narcissa.

—Yo sé que sabes a dónde fue. Necesito saber dónde está, ella tiene que regresar.

—Señor, nosotros no...

—¡Ya deja de mentirme, maldita sea! ¡Crucio!

La maldición la golpeó, y por más que quería matarla, no logré hacerle mucho daño. Parecía que, sin Cassiopeia, ni siquiera mis poderes eran los mismos. ¿En qué momento me había acostumbrado tanto a ella? ¿por qué su presencia era tan importante cuando yo, el gran Lord Voldemort jamás había necesitado de nadie? Pues sin ella, me sentía insignificante y tan vacío como si no hubiera nada dentro de mí. De repente, escuché un ruido, como si alguien hubiera llegado y sin pensarlo dos veces, salí de la habitación, guardando la esperanza de que ella hubiera regresado. Pero no, los que habían llegado eran Bellatrix y Rodolphus. Ya ni siquiera recordaba a qué los había mandado.

—Mi señor —dijeron al verme, e hicieron una reverencia.

Se me ocurrió que Bellatrix podía saber dónde estaba Cassiopeia, después de todo, era su sobrina, aunque nunca las había visto hablando mucho.

—Necesito hablar contigo, Bella —le dije.

Ella llegó casi corriendo a mi lado y se quedó mirándome con la misma admiración de siempre. Pero yo estaba tan furioso y desesperado, que me fastidió. En esos momentos, no quería soportar a nadie, lo único que quería era que Cassiopeia regresara.

—¿Sabes a dónde fue Cassiopeia? —pregunté.

—No, mi señor —respondió, y me miró como si no comprendiera el por qué de mi pregunta.

—Tengo que encontrarla.

—No se preocupe, mi señor, yo voy a averiguar dónde está —sin esperar a que le dijera nada más, hizo una reverencia y se alejó unos pasos— ¡Rodolphus! Tenemos que encontrar a mi sobrina.

Él llegó a su lado en segundos y se fueron a buscar a una de las habitaciones. Yo regresé a la habitación de Lucius y Narcissa.

—Señor, por favor —se apresuró a decir Lucius—, nosotros en verdad no sabemos dónde está nuestra hija.

—¿Otra vez lo mismo? —dije, mi autocontrol estaba arruinado, estaba tan furioso que hubiera podido acabar con el mundo entero— Voy a encontrarla, a traerla de vuelta y a casarme con ella, aunque tenga que pasar por encima de sus malditos cadáveres. ¡Crucio!

Antes, disfrutaba de hacerle daño a los demás, pero eso era antes. En esos momentos, no había nada que pudiera hacerme sentir bien, nada, solo ella. Concluí que lo mejor era salir de ahí. Así que me fui para la habitación de Cassiopeia, cerré la puerta y me acosté en la cama. Las sábanas seguían teniendo el olor de su perfume, y una cantidad de recuerdos de todo lo sucedido entre nosotros en ese mismo lugar, invadió mi mente. Yo, que había logrado hacer tantas cosas que nadie más había podido hacer antes, yo, que era el mago más poderoso del mundo, me sentía como nadie solo porque ella no estaba. Pero es que nada se comparaba con ella, ni con lo que lograba hacerme sentir cada vez que me miraba, o me tocaba. Recordé la noche de mi regreso, que se sentía tan lejana. En cuanto los ojos de Cassiopeia se encontraron con los míos, sentí algo tan indescriptible y hermoso, y después, cuando me dio la mano el día que regresó a casa... ella era lo mejor que me había pasado, lo más bonito que había en mi vida. Me había abierto las puertas de un mundo completamente desconocido para mí, gracias a ella, había podido saber lo que se sentía tener el amor de alguien. Yo no iba a perderla, la iba a tener de regreso, sin importar lo que tuviera que hacer. Me levanté de la cama y busqué en todas partes alguna pista, algo que me dijera dónde podía estar. Al final, pensé en que lo mejor era reunir a mis mortífagos y enviarlos a buscarla, cuanto antes mejor. Iba a salir, pero en ese momento, llegó Bellatrix.

—Encontramos algo en la habitación de Pucey, mi señor —informó—, tenemos una idea de dónde puedan estar.

De repente, mi corazón comenzó a latir a una velocidad antinatural. Una mezcla de alivio y rabia, se apoderó de mí.

—Cuando encuentre a ese maldito hijo de puta, va a desear no haber nacido —murmuré, pensando en las mil maneras en que le haría pagar los horribles momentos que estaba pasando lejos de Cassiopeia. Pronto, ella y yo estaríamos juntos de nuevo, y me iba a encargar de que fuera para siempre— ¡Vámonos!

—¿Vamos a ir ahora, señor? Es más de media noche.

La miré, como si me hubiera hecho la pregunta más estúpida del mundo.

—¿Y a mí qué demonios me importa qué hora sea? —le grité—, voy a traer a Cassiopeia y va a ser ya mismo.

La idea de que pronto iba a tenerla frente a mí y a poder tocarla, me llenó de una alegría que ninguna otra cosa en el mundo podría causarme. No sabía qué me había hecho ella, pero había provocado un cambio profundo en mí. Cuando la encontrara, íbamos a tener una larga conversación, desde ese momento, ya estaba pensando en todo lo que le diría.

𝓔𝓵 𝓻𝓮𝓰𝓻𝓮𝓼𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓱𝓮𝓻𝓮𝓭𝓮𝓻𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora