Pintaba sombras y oscuridad.
No entendía por qué lo hacía. En cuanto me sentaba delante del lienzo y comenzaba a deslizar el pincel, solo podía dibujar lo que había en mi mente, y me asustaba verlo. Me asustaba tener que enfrentarlo.
Me había despertado al alba. Nunca dormía más de un par de horas o tres porque mi cuerpo no me lo permitía. Era como si estuviera siempre alerta. Sabía que mi hermana no dormía por pesadillas, pero lo mío era distinto. Siempre tenía energía aunque muchas veces me encontrara cansada, con el cuerpo entumecido.
Por eso, la mayor parte del tiempo estaba pintando o leyendo. Mi cerebro necesitaba un estímulo constante. A papá le sorprendía mi habilidad de leer libros tan deprisa o de poder estar sentada delante del lienzo durante horas sin moverme. Mientras me mantuviera entretenida, podía sobrevivir.
Y siempre me sentía observada.
Tal vez se trataba de una paranoia, o era una reacción natural del cuerpo. Tampoco entraría en materia, tan solo me preocupaba el pasear por el campo que había junto a la mansión Ducreux y pensar que siempre había un par de ojos vigilándome la nuca. Era desquiciante. Muchas veces había querido decírselo a mi hermana o a mi padre, y lo había hecho, cuando era pequeña. Pero ahora, con mis diecinueve años, temía que me tomaran por loca.
Asociar mi poca cordura con fantasmas o mucha imaginación había sido la mejor solución.
Acaricié la paleta y tomé un pincel en la mano. Siempre había visto a papá cada mañana en la terraza superior con un buen té y unas pastas, mientras pintaba el paisaje. A menudo pintaba rostros.
Érix Ducreux había perdido a sus tres hijos de una enfermedad trágica que había arrasado con Revant y con el norte de Borneu. Había sido devastador para él, y nosotras aparecimos en el momento propicio, casi para salvarle la vida, o eso me había explicado Dionne.
No recordaba nada de nuestra vida cuando éramos pequeñas. Dionne hablaba de que habíamos sido nueve hijas y que nuestro verdadero padre era un monstruo. El Dios de los dioses. El que había querido matarnos, y el que lo habría conseguido de no ser por nuestra madre, que en el último segundo se había sacrificado por nosotras para salvarnos.
Tampoco la recordaba a ella, y dolía. Dolía no ser capaz de tener siquiera sueños que me permitieran ver más allá. Sólo sombras. Sombras de tortura, sombras desquiciantes que me llevaban al borde de la locura lentamente. Y que me acercaban a la nada.
Nada. No era capaz de pintar nada.
Di un brinco en el asiento cuando escuché la puerta. La galleta que tenía en la mano se me cayó al suelo y despotriqué maldiciendo a todo y todos.
—Esa lengua, jovencita —dijo mi padre en cuanto abrió la puerta.
—Perdón yo... me asusté, y...
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Huellas y Susurros
Fantasy«El pasado siempre atormenta». Dionne y Némesis Ducreux guardan un profundo secreto. Ellas se vieron obligadas a vivir en el mundo de los mortales por quince años tras la muerte de su madre. Lo que nadie sabe es que ellas son las únicas dos hijas de...