38. Némesis

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El golpeteo de algo contra la puerta de mi habitación hizo que abriera los ojos

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El golpeteo de algo contra la puerta de mi habitación hizo que abriera los ojos.

Al principio creí que era tan solo una alucinación, pero al escuchar la persistencia, me puse en pie y, de evidente mal humor, abrí la puerta, topándome con el príncipe Conan, pulcramente vestido y una mirada de susto.

—¿La desperté, señorita Ducreux? —preguntó.

—Conan, hemos hablado de esto durante varios días. Tienes que empezar a llamarme Némesis —aduje, cruzándome de brazos. Habían pasado tres días desde que Bastian regresó a casa y, durante 72 horas estuve organizando todo para ir a buscar a Dionne. Conan me había hecho el favor de ayudarme en todo momento, en parte por amabilidad. La otra parte fue principalmente por librarse de su madre que se estaba poniendo excesivamente intensa.

—Lo siento, sigo muy estrictamente el protocolo. Y hablar... Hablarte de manera tan informal se me hace raro.

—Somos amigos, Conan —le recordé con una sonrisa amable.

Él me la devolvió con algo de timidez. No tardé en descubrir que había sido siempre una persona demasiado apartada de la sociedad y de las amistades, puede que porque Cyrilla a veces, era demasiado estricta con su hijo y quería mostrarle el mundo como lo que era para esa familia. Un lugar para reinar y llegar a la cima sin titubear. Pero lo que Conan no sabía era que, para reinar un lugar, debes conocerlo de corazón.

—¿Qué ocurre? ¿Necesitabas algo? —inquirí, ya algo más tranquila y despejada.

—Era sólo que si te encontrabas bien para dar un paseo conmigo. Estaba algo aburrido y me preguntaba si...

—Me siento ofendida, ¿sólo me hablas cuando estás aburrido?

—Yo... no yo...

—Conan. —Me eché a reír—. Era una broma. Claro que me encantaría dar un paseo contigo.

—Ah, perfecto. —Me dedicó una sonrisa agradecida—. Entonces, te espero en la puerta principal.

Cuando Conan se marchó, yo abrí las cortinas, recibiendo de mala gana la luz del sol. Era una suerte que los vestidos que llevaban en Asteria fuesen fáciles de manejar y de poner, porque no estaba segura de ser capaz de soportar más contacto humano.

Esos tres días no había dormido bien. Había tenido que aplicar un poco de polvos en mi rostro para evitar que la gente viera mi cara moribunda con enormes ojeras. No podía dormir. Podía tratarse de diversos motivos, pero era consciente de cuáles eran los principales. No había contactado con Bastian desde que lo dejé en su casa y eso me angustiaba. Pese a que no fuera a aceptarlo había sido un apoyo incondicional en mi camino para ir a encontrar a mi hermana.

Otra preocupación era que ahora el camino que tenía por delante debía hacerlo yo sola sin ayuda de nadie. Había sido una suerte que Conan se hubiese ofrecido para echarme una mano y poner todas las facilidades a mi disposición para cuando tuviera decidido irme de Acraven, pero aún así, en cuanto tomara el barco y me encaminara hacia el archipiélago del oráculo tendría que afrontar todas las dificultades por mi cuenta.

Huellas y SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora