25. Dionne

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Avanzó un paso, el sonido de sus patas al tocar el suelo retumbando por el lugar

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Avanzó un paso, el sonido de sus patas al tocar el suelo retumbando por el lugar. En consecuencia, me moví hacia atrás, la vista de sus filosas y largas garras asustándome. Pero como siempre, trastabillé y caí hacia atrás.

Me preparé para el doloroso impacto, sin embargo, algo firme y blando me recibió. Cuando vi de que se trataba, no pude evitar gritar de la impresión.

Era una especie de sofá. Un sofá hecho de sombras.

Las siluetas similares al color negro ónix ondeaban de un lado a otro, como si tuvieran vida propia.

Me volví hacia la esfinge al escuchar su risa. Sus ojos grises se estrecharon, la diversión brillando en ellos. ¿Se estaba burlando de mí?

—Y yo aquí pensando que con todo lo que has pasado nada podría sorprenderte —negó con la cabeza, su melena roja agitándose con el movimiento—. Enderézate, sino cuando crezcas te dolerá la espalda.

¿Acaso me encontré a Theron en versión criatura?

—¿Vas a quedarte mirándome boquiabierta o vendrás a tomar el té?

¿Tomar el té? Antes de que pudiera preguntar, una mesa, también de sombras, apareció a su costado. Encima había dos tazas de porcelanas, la esfinge se sentó, y no tengo idea como lo hizo con esos dedos grandes, pero cogió una taza y la llevó a sus labios, para luego tomar un sorbo.

Era mucho más grande que la criatura que vi en el castillo real. Sus imponentes alas la rodearon, cubriendo la parte superior de su cuerpo. Mi atención se enfocó en ellas, las plumas eran hermosas, de color negro como la noche y brillantes como las estrellas. Parecían firmes y fuertes.

Mis ojos se dirigieron a su cola, era larga y escamosa. Tenía puesto una diadema de oro, con una piedra preciosa de color rojo adornándola en su cabeza.

El reconocimiento hizo clic en mi mente y su nombre escapó de mis labios.

—Eres Mávros Thánatos, guardiana del Nekróum.

Las esfinges habían estado bajo el mando de Jeno por siglos, él les permitía hacer lo que quisieran en el Olasis, les daría tierras y refugio si les juraban lealtad y lo obedecían plenamente. Todas lo hicieron, menos una, ella no confiaba en Jeno y creía que había una trampilla en su propuesta.

Y tuvo razón, todo había comenzado bien, el Dios les otorgó casas, riqueza, comida y diversas bebidas, hasta que, de un día al otro, sus beneficios desaparecieron. Dejó de enviarles recursos y a medida que pasaba el tiempo, las esfinges estaban hambrientas y abatidas.
Entonces la que no le juró lealtad, cansada de la situación que vivían sus hermanas, partió al trono del dios del cielo y de los dioses, a exigir que cumpliera su palabra.

Hubo una gran disputa entre ambos y por su atrevimiento, el Dios castigó a la esfinge. Ella debía habitar en el Nekróum por el resto de su vida, su obligación sería ayudar a cruzar a las almas de los muertos, guiándolos en la emancipación de sus cargas. Estaría sola, apartada de su familia, trabajando cada segundo de su existencia.

Huellas y SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora