21. Dionne

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La sociedad era una auténtica mierda

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La sociedad era una auténtica mierda.

Recuerdos sobre la señora Fersbyn me invadieron mientras íbamos en el carruaje. Sus lecciones de disciplina y comportamiento en la corte comenzaron cuando yo tenía once años y Némesis contaba con nueve recién cumplidos.

Érix había tratado de atrasarnos aquello por bastante tiempo, pero, al fin y al cabo, era algo inevitable. Desde que él nos adoptó, automáticamente nos hicimos parte de la Corte y se exigía nuestra presencia en las festividades.

La señora Fersbyn era viuda, sus hijos se habían mudado a Pritano después de que su padre falleciera de una enfermedad del corazón, ya que se habían quedado sin dinero. Al ser buena amiga de mi padre, él nos confió a ella. No podía decir si mi opinión de ella era buena o mala.

Tenía sus momentos.

Algunos más buenos que malos.

Pero en mi caso, yo siempre tomaba más en cuenta lo malo antes que lo bueno.

Solo por precaución.

Habíamos comenzado con el "cómo caminar correctamente", luego nos enseñó los códigos de vestimenta y qué cubiertos usar a la hora de comer, seguido de unas cuantas cosas más que tanto Némesis como yo nos vimos obligadas a aprender rápido y perfectamente luego de los tantos bastonazos que nos daba en los brazos. Ahí estaba lo malo. Desde entonces, tomaba distancia de las personas que usaban bastón.

De todas formas, no me importaba que me lastimase, pero quería cortarle los dedos cuando lo hacía con Némesis. Interesantes pensamientos de una niña de once años, pero en ese tiempo yo era muy sobreprotectora con mi hermana, incluso más que actualmente.

Una vez intenté vengarme, fue de las primeras travesuras que hice con la ayuda de Theron. No fue la gran cosa, tan solo horneamos un pequeño pastel y le agregamos caca de caballo. Nos costó demasiado disimular el olor, pero finalmente logramos engañarla. Ella se comió dos rebanadas antes de darse cuenta de qué realmente eran los ingredientes.

Me gané un castigo de dos semanas, pero no me arrepentía en lo absoluto.

Los bastonazos pararon y las miradas de muerte que me lanzaba no me hacían daño. De hecho, hasta llegué a disfrutarlas.

Sin embargo, lo que más recalcaba en mi mente eran las palabras que nos había dicho una vez: "Pueden comportarse exactamente como les enseñé, pero eso es inútil si se dejan llevar por sus emociones. Cuando vean que alguien murmura sobre ustedes, cuando alguien tenga el descaro de juzgarlas, muéstrense indiferentes. No dejen que vean debilidad, porque siempre querrán usarla en su contra. No dejen que tengan tal poder en ustedes. Esas hienas siempre hablaran, es por eso que no deben dejarles ganar".

Eso realmente me había ayudado a sobrellevar una gran cantidad de eventos.

Era obvio que no me gustaban los bullicios, detestaba a tantas personas juntas en un solo lugar porque demasiadas charlas y voces me recordaban a mis pesadillas, a los gritos de los muertos.

Huellas y SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora