10. Némesis

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Extremo caos

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Extremo caos. Eso fue lo que sucedió tras el grito del guardia que, poco después fue atrapado por una cabeza diabólica que lo devoró por completo.

Un monstruo colosal estaba tratando de acceder al castillo. O mejor dicho, había roto gran parte de la pared para hacerse su propia entrada. Daba miedo, auténtico pavor. Tenía cincuenta cabezas con ojos rojos observando a todo el mundo, rugiendo atemorizando a las personas que encontraba a su paso. Y cien brazos que tenían la fuerza suficiente como para arrancar las columnas de los alrededores de cuajo.

Por todos los dioses.

Me giré, alarmada, con la bilis en la garganta y grité por encima de los chillidos de la muchedumbre.

—¿¡Papá!? ¡Papá!

No estaba. No lo encontraba. Abrí la boca para volver a gritar.

—¡Némesis! —gritó él en respuesta.

Me volví y vi a Érix. Corrió hacia a mi y me arrastró al otro lado de la habitación, justo cuando una de las cabezas de la monstruosa criatura reventaron dos de las grandes columnas que sostenían el palco superior.

—¿¡Qué demonios es esa cosa!? —cuestioné, aterrorizada.

Mi padre tiró nuevamente de mí para salir hacia uno de los pasillos. La gente nos arrastraba como la marea y la angustia y el miedo me estaban dando ganas de llorar. Mis manos temblaban y Érix pareció notarlo, porque se aferró con mi con más fuerza.

En cuanto vio el primer pasillo vacío, me colocó a un lado y posó mis manos sobre mis hombros.

—Escúchame, Némesis. —Su tono de voz me hizo querer llorar más—, busca a tu hermana y salid de aquí. El carruaje no está lejos, y si veis que tardáis mucho, coged los caballos y volved a casa a galope.

—¿Qué es eso, papá? —volví a preguntar.

—Tifanus, Némesis. Conocido como el Castigo de los Dioses.

Parpadeé confusa. Por un momento me detuve a recordar todos los libros que mi hermana me había hecho leer y lo recordé. Uno de los monstruos favoritos del Dios de los Dioses para castigar a aquellos que no lo respetaran, que no siguieran sus reglas. Vinculado al infierno, con un ansia atroz de devorarlo todo.

Entonces, nuestro verdadero padre lo sabía. Nos había encontrado. Tenía que buscar a Dionne y alejarla de allí tan rápido como nos fuera posible.

—Tenemos que irnos —alegué, y tiré de su brazo. Él no se movió—, ¿papá?

—No puedo irme, Némesis. Hay soldados míos aquí, y yo debo quedarme con ellos. El rey necesita toda la ayuda posible para enfrentarse a ese monstruo.

Huellas y SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora