«El pasado siempre atormenta».
Dionne y Némesis Ducreux guardan un profundo secreto. Ellas se vieron obligadas a vivir en el mundo de los mortales por quince años tras la muerte de su madre. Lo que nadie sabe es que ellas son las únicas dos hijas de...
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CUMPLEAÑOS N° 15 DE NÉMESIS
—¡Feliz cumpleaños!
Las cortinas de mi habitación se abrieron y yo me arropé con la sábana hasta la cabeza. Algo me zarandeó los pies y me sacudí, balbuceando un "mhnmbdm" de enfado. Una almohada cayó sobre mí varias veces, despeinándome.
Retiraron la sábana de golpe. Y yo apreté más los ojos para evitar que la luz me diera de lleno.
—¡Vamos Ném! —exclamó Dionne. Estaba saltando sobre mi cama con energía. Me tomó de los hombros—, ¡es tu cumpleaños!
—Tú no celebras nunca los cumpleaños —dije colocándome la almohada en la cara.
—Pero sí celebro los tuyos —me zarandeó nuevamente con tanta fuerza que me arrebató el cojín y me sonrió al ver mi rostro rojo del enfado—. Venga, no todos los días se cumplen quince años.
Puse los ojos en blanco. Ella hablaba como si fuese vieja como los demonios. Y sólo me sacaba dos años. Le lancé un gruñido y me volví a tumbar. Ella me arrastró hacia el borde de la cama para impedirlo.
—¡Oye pero suéltame! —me quejé. Mi mano casi se movió sola cuando le golpeé varias veces la muñeca.
—¡Qué salvaje, ten modales! —se burló ella.
Sí, como era evidente no tenía un buen despertar. Al ver que no iba a servir de nada, pasé mis manos por mi rostro, alicaída y agotada. Dionne escrutó mi rostro durante unos momentos, sentándose al borde de la cama y tomando mis manos.
—¿No has dormido bien?
—Sabes que duermo poco —dije yo, interrumpiendo la frase con un ligero bostezo—, pero dentro de lo que cabe he dormido bien.
—¿A qué hora te acostaste? —cuestionó, inquisitiva.
Me mordí el interior de la mejilla antes de carraspear.
—A las seis de la mañana.
Por un momento creí que me regañaría, pero tan solo tomó aire cerrando los ojos y su rostro se volvió serio. No me gustaba ver a mi hermana preocupada. Siempre que ocurría algo o que me sentía mal, ella se inquietaba en exceso. Bastante tenía encima con todo el barullo de pensamientos que tenía en la cabeza como para hacer hueco a los míos. Sentía que no lo merecía.
—Debes decírselo a Érix. No puedes estar sin dormir.
Titubeé.
—Tú tampoco duermes —me defendí.
Ella hizo una mueca y miró a la nada por un instante.
—No intentes evitar el tema de la conversación juzgando lo que yo hago o no —dijo con voz seria. Casi me estremecí—. ¿Qué estuviste haciendo hasta entonces?