«El pasado siempre atormenta».
Dionne y Némesis Ducreux guardan un profundo secreto. Ellas se vieron obligadas a vivir en el mundo de los mortales por quince años tras la muerte de su madre. Lo que nadie sabe es que ellas son las únicas dos hijas de...
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Cuando tenía 15 años, salté del segundo piso de mi casa.
No fue una caída tan mala. Esa noche se festejaba el festival de invierno en el pueblo, y ciertamente prefería ir allí a celebrar que a la estancia de un noble, donde estaría rodeada de oportunistas y sonrisas falsas.
Así que fingí estar indispuesta y me encerré en mis habitaciones, esperé a que Érix y Némesis se fueran para abrir la ventana de mi habitación y salir por ella.
Por supuesto que no todo salió muy bien, mi tobillo me dolía levemente y mi vestido se había manchado de tierra. Pero, ¿quién iba a decirme algo por ello?
Ignorando el leve dolor, fui caminando hasta la casa más cercana, conocía a los dueños y me llevaba bien con ellos, así que no me tomó mucho tiempo convencerlos para que me prestaran el carruaje.
Terminé bailando y riendo toda la noche, mis pies ardían con cada paso, pero valió absolutamente la pena. Fue una de las pocas ocasiones en la que realmente me divertí y me olvidé de todo lo que me pesaba.
Por lo que no debería ser tan diferente al momento en que fuera a saltar por la ventana de Ren, ¿no?
Anteriormente me había acercado para ver el exterior, y aunque estábamos en planta alta, no estaba muy lejos del suelo.
La desventaja sería que llamaría la atención, quiero decir, una muchacha saltando de una ventana daría mucho que hablar, más aún si llegaban a reconocerme. Ya me ocuparía de eso luego.
Para que todo saliera bien, tenía que distraer a Ren. Entonces hice lo primero que se me ocurrió: observé detrás de su hombro, un punto fijo en la pared, mis ojos se abrieron con sorpresa y pasmada terminé diciendo:
—¿Abuela? —Lo cual fue estúpido, considerando que ni siquiera sabía cómo lucía mi abuela.
Sin embargo, Ren no sabía aquello. Sus hombros se tensaron y lentamente giró la cabeza para mirar a mi supuesta abuela.
Era ese momento, le propiné un golpe en la nuca con la sartén. Pero pareció escuchar mis pasos, porque antes de que diera contra él, detuvo mi mano y nos lanzó a la cama.
Repitiéndose la historia, Ren quedó encima de mí y yo comencé a removerme para que me soltará. Esa vez, no vacilé. Levanté mi rodilla y golpeé su entrepierna.
Él gimió adolorido, pero su fuerza no flaqueó, tomó mis muñecas y las sostuvo por encima de mi cabeza. Perdió altura y su rostro quedó a tan solo unos centímetros del mío. Nuestras narices casi se tocaban. Podía sentir su aliento contra mis labios.
Estábamos tan cerca...
Dejé de retorcerme, me había paralizado, con la esperanza de que al no moverme, las partes de nuestro cuerpos dejarán de chocarse.
—Podría acostumbrarme a esto —expresó, su boca rozando la mía. Juraría que por un segundo sus ojos se detuvieron en mis labios.
El simple pensamiento me hizo enrojecer, volteé mi cabeza hacia la izquierda, solo porque no quería verlo a los ojos, porque no quería que la cercanía me distrajera.