53. Dionne

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Sentía que una gran roca me había caído encima

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Sentía que una gran roca me había caído encima.

Ni siquiera entendía como es que me mantenía parada, parecía que me habían clavado algo en los pies para mantenerme en esa posición. Todo mi rostro dolía tanto que podía sentir un leve latido en mi mejilla. Pero nada se comparaba a mi dolor de garganta, no podía respirar sin que un inmenso ardor atravesara aquella zona. Jamás me había sentido de esta forma.

De repente, todo desapareció. El dolor se atenuó hasta ser una simple molestia.

Mis piernas dejaron de temblar,  volviendo a recuperar su fuerza. Parecía que nunca había estado nada en mí.

—De nada—dijo una voz detrás de mí, al instante reconocí a Mávros.

Me giré hacia donde se encontraba. La esfinge estaba absorta observando sus filosas garras, su bonita melena peinada en una trenza. Esperé unos segundos a que me devolviera la mirada, pero no lo hizo.

Eso no me alarmó, podría estar ocupada admirándose, si algo la caracterizaba era el ego que poseía, pero lo que sí lo hizo fue la masa negra detrás de ellas. Las sombras estaban inquietas allí, se desplazaban con velocidad de un lado a otro, como si estuvieran nerviosos.

Mi ceño se frunció mientras me acercaba a ellas. La inquietud crecía con cada paso que daba, en ningún momento dirigieron su atención a mí.

Luego, como una avalancha, los recuerdos aparecieron Recordé todo lo que había pasado en el barco, cada momento casi me quebró y estuve a punto de vomitar cuando Gregor pasó por mi mente. Tuve que sostenerme de la cabeza por el dolor creciente que estaba sintiendo. Era demasiado.

Cuando terminó, miré a Mávros, ahora con la vista hacia el suelo, si no conociera cómo son exactamente todos aquellos relacionados a este mundo de dioses, juraría que había visto culpa. Pero eso no podía ser posible.

Hubo un ruido a mi derecha, me giré hacia allí, encontrándome con las almas de los guardias, todos alineados en fila y mirándome con desesperación, parecían esperar algo.

—No —murmuré, las lágrimas cayendo por mi mejilla.

Tapé mi boca con mi mano para que los sollozos no se escaparan.

Ellos habían muerto por mi culpa. Todos ellos.

Un suspiro de Mávros me hizo volverme hacia ella. Esa simple imagen, de ella y las sombras me hizo comprenderlo todo. Hizo que me diera cuenta que todo lo que sucedió no fue una coincidencia.

La tristeza se fue, dando paso al enojo, al rencor. Está había sido su intención todo este tiempo.Me sequé las lágrimas con dureza mientras acortaba la distancia.

—Dame una buena razón por la que no debo intentar matarte en este momento.

—Tenía que hacerse.

—¿Matarlos a todos tenía que hacerse? —dije enfurecida. Una de las sombras intentó acercarse a mí, pero di un paso atrás antes de que lo hiciera—. No te atrevas a tocarme, no las quiero cerca de mí nunca.

Huellas y SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora