No nos quitaron las esposas cuando nos encerraron en las mazmorras del palacio.
Al contrario, tomaron unas cadenas que dejaron atadas a unos eslabones desgastados anclados en la piedra, haciendo que Bastian terminase en la pared opuesta a la mía, sin emitir una sola queja por su boca. Con tranquilidad, extendió sus muñecas hacia los guardias, que tampoco le estaban tratando con educación. Tiraban de él con violencia y no le hablaban con gentileza.
Aunque estaba convencida de que si él respondiera, los hombres no tendrían nada que hacer contra Bastian Craine.
Conmigo fueron un poco más amables, tal vez porque pensaron que era débil por ser del sexo opuesto, o porque sus madres les enseñaron que debían tener al menos un poco de respeto a una mujer pese a estar prisionera.
Nada de eso me libró de las pesadas esposas metálicas y del frío de la mazmorra de piedra.
Nos habían cubierto los ojos cuando nos adentramos en el castillo de Asteria para que no viésemos el camino hacia la capital y nos diera la oportunidad de huir. Era absurdo, porque Bastian debió hacerlo muchas veces seguidas se había pasado gran parte de su vida en Acraven.
Lo opuesto a mi, que jamás había salido de Revant, al menos fuera de los terrenos conocidos del reino, y tampoco había tenido la intención de conocer nada más allá, tal vez por miedo o por inseguridad a toparme con quién no debía. Mi padre seguía presente, omnisciente, aunque no pudiera verlo.
Nos abandonaron a los diez minutos, cuando se aseguraron de que estábamos bien encadenados. La tela blanca que nos cubría los ojos la ataron dos guardias a sus cinturones y se quedaron de pie frente a las celdas, con las manos cruzadas sosteniendo su espada, con el filo contra el suelo.
Ninguno se atrevió a dirigirnos la mirada cuando nos dejaron solos.
Con frustración, sacudí mis manos repetidamente, tratando de soltar las cadenas enganchadas en el eslabón. Incluso apoyé un pie en la fría madera para tirar, recibiendo un resbalón y estuve a punto de caer al suelo de culo.
—No te va a servir de nada —dijo Bastian, quien ahora se encontraba sentado en el suelo, con los antebrazos apoyados en sus rodillas.
—Es una injusticia —me quejé, en voz alta—. Quiero hablar con el rey, con la reina, con alguien.
—Y estás convencida de que van a hacerte caso —ironizó, con una ceja enarcada.
—Ah, porque es mejor tu idea de quedarnos sentados aquí sin hacer nada, esperando a que decidan qué hacer con nosotros.
—Tampoco hay más opciones.
—Eres demasiado negativo —resoplé, volviendo a agitar las cadenas—. ¡Parlamento!
Bastian soltó una carcajada amarga.
—¿Parlamento?
—¿No se decía así?
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Huellas y Susurros
Fantasia«El pasado siempre atormenta». Dionne y Némesis Ducreux guardan un profundo secreto. Ellas se vieron obligadas a vivir en el mundo de los mortales por quince años tras la muerte de su madre. Lo que nadie sabe es que ellas son las únicas dos hijas de...