Después de aproximadamente una hora en el agua, me sentí mucho mejor.
Los rasguños en mi cuerpo se habían esfumado, como si nunca hubieran estado allí. Sin embargo, los moretones fueron más difíciles en irse, los que tenía en las muñecas habían adquirido un tono entre morado y negro. Lo mismo había ocurrido con los de mi torso, lucían horribles y el mínimo movimiento ocasionaba que quisiera sollozar.
Pero no iba a quejarme, menos cuando era la que mejor la estaba pasando.
Ren se quedó por horas en el agua, sus heridas se habían cerrado y cicatrizado por si solas, ni siquiera le habían quedado marcas, algo que, con mucha razón, me sorprendió.
No tenía ropa para ponerle y tampoco sabía en donde se quedaba para ir a buscársela. Por lo que, luego de sacarlo de la bañera, le puse la camisa que usé el primer día que llegué aquí, bueno, el día que desperté. En cuanto a los pantalones, tuve que colocarle los que usó el día de ayer, o, mejor dicho: lo que quedaba de esos pantalones.
Me llevo más tiempo llevarlo a la cama, no me refería a que yo no tuviera mucha fuerza, pero Ren me doblaba en tamaño, tal vez no tanto, pero sí lo suficiente como para que mis brazos temblaran por no poder soportar del todo su peso. Luego de lograr aquello, llevé una silla a su costado y me senté, aguardando a que despertara.
No supe cuánto tiempo estuve en esa silla, pero sí sabía que me sentía muy preocupada porque no despertara. A la vista parecía sano, no entendía porque seguía durmiendo.
Mi respuesta llegó cuando él comenzó a temblar.
No había notado que la temperatura de su cuerpo subió hasta que toqué su frente con la palma de mi mano. Estaba muy caliente.
Instantáneamente, lo cubrí con todas las mantas que tenía en la habitación. Después, mojé algunas toallas en el lavamanos del baño y se las puse en su frente, esperando que eso fuera suficiente para bajarle la fiebre.
A partir de ese momento, fui cambiándoselos cada cierto tiempo, estaba tan desesperada que incluso lo hacía antes de que se secaran.
Las mantas no fueron suficientes para que dejara de temblar, eran de algodón y livianas, lo único que tenía a mi disposición. No era común que hiciera frio en Revant, por lo que resultaba difícil conseguir mantas que realmente abrigaran.
Ren se sacudía en pequeños escalofríos. Sin poder soportar que siguiera en ese estado, fui al lado contrario de la cama, atraje su cuerpo contra el mío y como pude hice que recostara su cabeza sobre mi pecho, acomodé la toalla para que no cayera. Mis brazos lo rodearon y comencé a acariciar su espalda para darle calor.
Había temblado menos desde entonces.
Cuando noté que el paño se había secado, quise levantarme, pero sucedió algo que me tomó por sorpresa.
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Huellas y Susurros
Fantasy«El pasado siempre atormenta». Dionne y Némesis Ducreux guardan un profundo secreto. Ellas se vieron obligadas a vivir en el mundo de los mortales por quince años tras la muerte de su madre. Lo que nadie sabe es que ellas son las únicas dos hijas de...