59. Dionne

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Tuve que entrecerrar los ojos para poder observarla mejor

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Tuve que entrecerrar los ojos para poder observarla mejor. La bruma la rodeaba como si formase parte de ella, haciendo que fuera difícil reconocer sus facciones.

Incluso si la distinguiera, podía sentir una gran diferencia de todas las veces que vine al Nekróum. Cuando estaba con Mávros, podía notar que nunca estábamos solas; si no nos encontrábamos acompañadas por las almas, lo estábamos por las sombras. Pero esta vez, no había absolutamente nada que me indicara que no éramos solo nosotras dos.

Ella y yo, nada más.

El silencio era inquietante, muy poco confortable. No percibía otra presencia, lo que era extraño, porque sentía una gran energía llenando el espacio. Sentía mucha vida, y todo eso provenía de la mujer frente a mí.

Comenzó a acercarse y me vi obligada a pararme con firmeza. Parecía que con cada paso que ella daba una fuerza me empujaba hacia atrás.

—No pareces muy afectada —fue lo primero que dijo, con una pizca de sorpresa.

Casi tropecé hacia atrás cuando pude verla sin impedimentos. Su cabello era del mismo color exacto que el de Némesis; había algo en ella que me recordaba a alguien y no era exactamente a mi hermana.

¿La había visto en algún otro lado? Lo veía difícil, la mujer no parecía tener más de cincuenta años, pero como si una vocecita en mi cabeza me lo dijera, ella debía tener muchos más años.

—¿Quién eres tú? —indagué, rogando para que mi voz no saliera temblorosa—. ¿Dónde está...?

—Uh. —Puso los ojos en blanco, borrando todo entusiasmo en su voz—. Mávros me dijo que hacías muchas preguntas, pero dos en una oración es demasiado.

Fruncí el ceño, desconcertada.

—Entonces, conoces a Mávros.

La mujer se encogió de hombros.

—Podría decirse que sí. Tenemos cosas en común.

Esa fue suficiente señal para que tuviera que despertar. Cerré los ojos al instante, ya sabía cómo manejarlo. Solo debía pensar que tenía que irme y...

Una risa bastante conocida me hizo volver a abrir los ojos.

Giré hacia mi costado izquierdo. Una esfera  con leve luz alrededor se elevaba unos centímetros sobre el suelo, dentro de esta se reproducía un momento que había olvidado.

Toda mi familia estaba ahí. Mis hermanas, mi madre y yo nos encontrábamos sentadas de forma circular sobre el césped, con un pastel de cumpleaños en el medio. Estábamos cantando alegremente, todas con una gran sonrisa en el rostro. Al finalizar la canción, aplaudimos con más felicidad de la que deberíamos mientras mamá besaba los cachetes de Némesis. Galatea se acercó a ellas dos y sacó algo de su bolsillo.

Era un bonito brazalete bañado en oro, con un diamante azul en el centro. El ceño de mi madre se frunció levemente al verlo, pero con rapidez mantuvo la sonrisa al mismo tiempo que Galatea le colocaba el brazalete a mi hermana menor.

Huellas y SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora