61. Dionne

84 21 1
                                        

Mi pecho dolía por lo fuerte que mi corazón latía

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mi pecho dolía por lo fuerte que mi corazón latía. Mis manos estaban sudando y los vellos de mis brazos se erizaron, como si fueran un presagio, como si me estuvieran advirtiendo de un peligro cercano.

Me quedé en el mismo lugar en el que estaba cuando oí la voz, debatiéndome en si avanzar o no, los miles de escenarios de destinos pavorosos no me lo estaban permitiendo.

No quería acercarme a esa puerta. No quería seguir caminando. Pero el pensamiento de lo que podría pasar si no lo hacía me hizo dar un paso hacia adelante. Luego otro, otro y otro.

No tenía frío, pero mis dientes castañeaban a medida que me aproximaba hacia el final. Quería llorar, y no entendía por qué, estaba asustada pero no solía llorar por el miedo, y mucho menos iba a hacerlo ahora. No podía verme débil, había posibilidades de que me estuvieran vigilando.

Inhalé y exhalé disimuladamente, esperando calmarme y mantenerme a flote. Busqué en mis recuerdos alguno que me hiciera feliz, como si fuera una gran ayuda. Sin embargo, un suave toque, similar al de una pluma, se desplazó por mi nuca. El reconocimiento fue suficiente para mi.

Ya no estaba sola.

—¿Y bien? —inquirí con la voz casi temblando—. ¿Para qué exactamente estabas esperándome?

En el lapso de tiempo que se tomó en responder, las sombras se envolvieron en mis tobillos, como si quisieran apoyarme y, a pesar de que seguía molesta con ellas, quise que volvieran a tomar la forma de un gato para poder abrazarlas.

—Hay algo que quieres de mi, hija de Jeno —respondió una voz femenina, la misma que había escuchado anteriormente. Tenía un tono agudo que estaba segura que podía aparecer solo en las pesadillas más oscuras—. Y estaré complacida de dártelo. Lo único que debes hacer es entrar.

El sonido de un click llamó mi atención, seguido de la puerta abriéndose unas pulgadas, lo suficiente para permitirme el paso. No podía ver qué había adentro desde mi ubicación, estaba completamente oscuro.

—Entra, muchacha —volvió a decir, con cierta calma que me casi me hizo confiar. Casi—. Entra y recibirás el cráneo del silencio, aquel que ha estado en mi posición por tantos siglos.

El cráneo del silencio, eso era lo que Mávros quería que recuperara. Había leído ese nombre en un libro, los dioses más temibles lo habían buscado incontrolablemente. Era algo muy preciado e importante, ¿pero por qué exactamente? ¿Qué podría lograr y por qué Mávros había insistido en que me apresurara a conseguirlo? ¿Tan especial era?

Instintivamente, quise entrar y tomarlo, pero estaba siendo muy fácil. Y por supuesto, me gustaba ser cautelosa.

—¿Vas a pedirme algo a cambio por ello? No creo que esto se deba a  un acto altruista.

—¿Es tan difícil pensar que quiero ayudarte? Si sigues perdiendo el tiempo vas a hacerme enojar y no te daré nada.

Hice caso omiso a su amenaza.

Huellas y SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora