«El pasado siempre atormenta».
Dionne y Némesis Ducreux guardan un profundo secreto. Ellas se vieron obligadas a vivir en el mundo de los mortales por quince años tras la muerte de su madre. Lo que nadie sabe es que ellas son las únicas dos hijas de...
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Él no podía estar aquí.
Mi ceño se frunció en genuino desconcierto. Era imposible, debían estar confundiéndose con alguien más. Las sombras me indicaron que él había subido. No había ninguna razón para mentirme, pero aún así, tampoco había una razón para que esta muchacha llamada Abi me engañara.
Inhalé y exhalé, tratando de calmar todos esos pensamientos que me atormentaban. Me arrepentía tanto de creer que Mávros iba a ayudarme sin otras intenciones en mente. Sin embargo, había algo más que punzaba en mi pecho, algo como tristeza, no por los guardias, sino por las sombras, de las cuales, para mi mala suerte, me había encariñado.
Y ciertamente, no debería. Tampoco había tenido demasiada interacción con ellas, pero de todas formas, me sentí en paz cuando estaba con ella, algo que tanto me costaba sentir.
Pero no iba a perdonarlas, nunca perdonaría una traición, mucho menos una a ese nivel. Yo había lastimado a tantos, sabía que eran malas personas, que no merecían que les llore, pero no podía evitar sentir culpa. Había infringido muerte, algo que mi padre había hecho. ¿Con qué cara diría que no quería ser como él?
Tal vez no era el mismo caso, o tal vez estaba buscando puras excusas para justificarme.
Decidí enfocarse en mi alrededor antes de que mi juicio me ahogase. No valía la pena lamentarme con el pasado de nuevo, tenía más cosas en que concentrarme, como en dónde mierda estaba.
Un lugar muy lejos de Revant, eso era obvio, hacía tanto frío que incluso con el gran abrigo que me habían dado no podía sentir ni una pizca de calor. Las paredes eran de una madera oscura desgastada, habían ciertas zonas en las que huecos dejaban entrar la luz de luna y podía jurar que el impacto de una roca los había provocado.
Traté de levantarme, el movimiento ocasionó que un fuerte dolor se presentara en mi estómago, fue tanto que tuve que detenerme un segundo antes de continuar. Me sostuvo de un barril a un lado de la cama hasta que mis piernas dejaron de temblar, no entendía porque me dolía tanto, Gregor me había golpeado, pero en aquel momento no había dolido tanto como ahora.
Llevaba puesto unos pantalones oscuros y una especie de túnica que me llegaba unos cuantos centímetros más debajo de la cintura, así que debería ajustarme el pantalón sobre la misma, para que no pareciera que me que quedaba gigante. Ambos tenían ralladuras, haciendo que el frío tocara mi piel. Me apretuje contra el abrigo de piel, rogando obtener un poco de calidez.
Mordí mi labio inferior mientras levantaba mi camisa, pero no pude mirar demasiado ya que bajar la cabeza hizo que otro dolor me asaltara en el estómago.
Gruñí frustrada y con impotencia. ¿Realmente no podía hacer nada sin que me doliera justo allí?
De reojo noté que había un pequeño espejo colgado en la pared, tal vez si pudiera...