57. Dionne

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Las tierras salvajes eran un absoluto infierno

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Las tierras salvajes eran un absoluto infierno.

Ese fue mi primer pensamiento mientras seguía a los gemelos por las calles; no podía dejar de observar a los demás trabajadores, ataviados con ropas desgastadas y agujereadas, las cuales parecían incapaces de darles calor con estás bajas temperaturas.

Los guardias los miraban fijamente con las manos apretando los látigos, pareciendo esperar el más mínimo error para poder castigarlos.

Casi me congelé cuando vi a tres niñas llevando cestas de ropa de un lado a otro. Estaban descalzas; sus pies de un tono violáceo al no tener protección contra el frío.

Lo peor era que escasa nieve cubría el suelo, lo suficiente para que las niñas hicieran muecas de dolor con cada paso que daban.

Quise acercarme a ellas, quitarme mi abrigo y mis zapatos y dárselos, pero cuando di un paso hacia adelante Kam jaló mi mano, deteniéndome. Me giré hacia él para pedirle que me soltara, pero al ver la advertencia y pánico en sus ojos me callé. Hizo una leve inclinación, casi imperceptible, de cabeza hacia un costado. Cuando seguí hacia donde señaló divisé a un guardia observándonos con atención, con sospecha y la mano puesta sobre el mango de su espada.

Kam volvió a tirar de mi mano y esa vez lo seguí, temiendo que terminaran castigando a los gemelos por mi culpa.

A medida que avanzábamos, traté lo máximo posible no fijarme en cómo trataban a las personas de aquí. No recordaba demasiado de mi tiempo en el Olasis, solo fragmentos sin sentido y sin conexión, pero sí rememoraba una vez en que vi cómo tundían a patadas y golpes a una ninfa.

Yo estaba escondida entre los arbustos, me había escapado de nuevo para ir a explorar y cuando escuché ruidos me escondí allí pensando que eran Helena o Elora buscándome, pero había sido todo lo contrario. Estaba tan asustada que solo me quedé allí, sin parar de observar como la golpeaban hasta la muerte. No hice nada para ayudarla; pude haber hecho algo, pero lo único que podía pensar en que me harían daño a mi también si lo intentaba. No supe cuánto tiempo pasó, salí cuando el sol se había ocultado, me senté al lado de la ninfa y lloré y le supliqué perdón hasta que Basha me encontró.

Nunca supe qué criaturas fueron, pero antes de que todo se desmoronara había escuchado en una conversación de Calix y Galatea sobre un grupo de cazadores de ninfas, el cual se había multiplicado con el tiempo. Y sospechaba que mucho más ahora después de la muerte de mi madre, una ninfa.

Creí que ese día había conocido la verdadera crueldad, pero la vida de nuevo me decía que me quedaba mucho más por ver.

Sacudí la cabeza, no debería estar pensando en eso ahora. Terminé prestando atención a las casas: eran pequeñas, no parecía que cupieran más de dos personas en ellas; algunas hechas de madera y otras hechas de piedras. Sin embargo, había demasiadas que no tenían techo, solo estaban cubiertas por una tela delgada. Pasamos por al lado de un puente estrecho y colgante, debajo había un río escaso y congelado. A los lejos pude observar que al otro lado del puente se encontraban más casas, pero de ese lado eran mucho más lujosas y espaciosas. De ese lado parecía haber mejores condiciones.

Huellas y SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora