15. Dionne

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Ren Delvoire era un luchador innato

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Ren Delvoire era un luchador innato.

Cuando Ileana y yo escapábamos al pueblo, oíamos a numerosas personas hablar de lo impresionante que era peleando y como vencía a campeones y luchadores invictos. Le llamaban "el tigre" por su inaudita agilidad a la hora de esquivar golpes y su imponente fuerza para darlos.

Nadie sabía de dónde venía, era bastante misterioso y no entablaba amistades. De vez en cuando aparecía en otros pueblos e incluso en otros reinos, lo que me interesaba aquí era el como viajaba tan rápido a estos puntos, ya que para hacerlo en esa velocidad debía irse en barco, pero él nunca era visto en los puertos. No que yo hubiera escuchado.

No era extraño que supiera esto, todos hablaban de él. Hubo una vez que quise ir a ver una de sus luchas, pero amigos de mi padre iban a este lugar y era imposible pasar desapercibida, ya que las mujeres allí no eran bien vistas.

Ren había ganado una gran popularidad y respeto de personas de altos rangos, pero también unos cuantos enemigos. Frecuentaba a los casinos, sin embargo, dejó de ir hace aproximadamente un mes.

Desde entonces, participaba en más peleas de lo que acostumbraba, pasando de dos a casi cinco o siete en una noche.

Era extraño que alguien estuviera tan desesperado por ganar en las luchas, al menos aquí en Revant. Se adquiría un buen número de dinero en cada una de ellas. ¿Así que qué estaba pasando?

"¿Qué problemas tienes, Ren Delvoire?"

—Has cambiado tu cara de babosa a tu cara de malas ideas y ahora estoy asustado—dijo Theron, mirándome con desconfianza.

Ignoré su comentario y tomé la bolsa con ropa, adentro había unos pantalones marrones, que extrañamente parecían de mi talla, una amplia camisa negra y los mismos zapatos que usé la noche del baile. Al parecer, lo último fue lo único rescatable a consecuencia de mi agradable encuentro con la arpía.

—Quiero que vayas al casino Golden King, averigua sobre la deuda de Ren Delvoire.

—¿No quieres una taza de té también?

Puse los ojos en blanco.

—No seas reina del drama.

—Oh, ahora te pones de insolente —articuló con una mano en su pecho, fingiendo estar ofendido—. ¿Y cómo se supone que haré eso? Soy un espíritu, no un espía perfectamente entrenado. Además, cuando estoy lejos de ti no puedo tocar las cosas, solo las traspaso.

Extendí la ropa en la cama y me giré a verlo:

—En el casino ha muerto mucha gente, ¿no puedes encontrar a alguien como tú para tener una linda charla?

—¿Quieres que socialice con otro fantasma? —asentí—. Estoy muerto, no necesito amigos.

—¿Y yo qué soy?

Huellas y SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora