16. Némesis

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Reverenda mierda

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Reverenda mierda.

Estaba de espaldas contra un hombre que me tenía atrapada con un brazo en mi pecho y una daga en mi garganta. ¡Y encima iba en toalla!

Tragué saliva con dificultad, tratando de moverme. Pero los nervios crecieron cuando sentí el filo del arma rozar mi piel. Temblé, me estremecí y estaba a punto de vomitar.

—Respóndeme.

Retrocedí un  corto paso, pegándome más a él, tratando de alejar la daga de mi. Él presionó más fuerte, cortándome la respiración.

—Habla, ahora.

Una de mis manos estaba sobre su antebrazo, mis desgastadas uñas clavadas en su piel, intentando soltarme. La otra estaba sosteniendo la toalla.

"Por favor, que no se caiga, que no se caiga".

¿En serio me estaba preocupando más que ese hombre me viera desnuda a seguir viva? Tenía que readaptar mis propias prioridades.

Alcé una pierna y me giré demasiado rápido, dándole un golpe en la entrepierna, haciendo que se doblara. Forcejeé un poco para arrancarle el arma y lo empujé contra la pared con todas mis fuerzas, apreciando por fin su rostro.

Por todos los dioses del Olasis, del cielo y del inframundo.

Sus ojos azules cristal recayeron sobre mí, su rostro de marcadas facciones estaba tenso. Su piel marfil parecía suave, sin imperfecciones. Su cabello negro estaba levemente revuelto, caía sobre su mirada que se oscureció al sentir el arma contra su yugular. Yo no dudé, aunque mi rostro debía delatar mis sentimientos encontrados.

¿De dónde había salido ese tío?

Me agarró de la cintura y cambió los papeles, haciendo que yo quedara contra la pared, el arma en mi mano apuntando hacia mi pecho. Me removí bajo su agarre. La toalla se resbaló un poco, y él pareció notarlo. Descendió la mirada sin disimulo alguno para luego toparse con mis ojos nuevamente.

Tenía que salir de allí. Y salir rápido.

—Eso me ha dolido.

No dije nada. Solo quería que la pared se hundiera para no tener la daga apuntando a mi corazón. Pero la espalda me dolía aun por el golpe. Intenté correr, pero era mucho más fuerte que yo y más alto.

—¿Se te ha comido la lengua el gato? —Una de sus manos subió a mi boca e hizo que uno de mis labios bajara levemente, como si fuera una leve caricia—, todo parece estar en su sitio. Responde a la maldita pregunta. ¿Quién eres?

Me tensé. ¿Qué parte de la historia podía contarle? ¿Qué mentira debía inventarme? ¿Qué quería decir? Tenía muy poco tiempo. Opté por la mentira más creíble.

—Hubo... un naufragio. Acabé aquí por casualidad. Necesitaba un lugar donde quedarme mientras encontraba el dinero para volver a casa.

—Mientes.

Huellas y SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora