51. Dionne

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No quería darme la vuelta

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No quería darme la vuelta.

Había estado en peligro tantas veces que no podría contarlo con solo los dedos de mis dos manos. Había sido atacada por monstruos, acorralada por unos cuantos borrachos que se encontraba en el pueblo, y otras cosas que no quería recordar, pero algunas de esas veces contaba con ayuda, especialmente de Theron, quién siempre me había ayudado en cada problema.

Está vez, en este barco, no tenía idea de cómo reaccionar, mucho menos al darme cuenta de que la voz provenía de Gregor, había escuchado que lo llamaron así, era el hombre que anteriormente se había burlado de mi y que me había dedicado una mirada lasciva y de muerte cuando Laertes le ordenó que me trajera a mi habitación.

No tuve la menor idea de cómo reaccionar, salvo salir y correr hacia dónde los demás estaban, pero haciendo eso podría dificultar todo a la hora de que escaparán. Tampoco podía llamar a las sombras, ya tenían suficiente guiando y sosteniendo a las canoas por la tormenta para que llegarán a la tierra más cercana, además, una parte de ellas también dirigían el barco, ya que el capitán también debía estar inconsciente.

Tal vez podría correr hacia las celdas, encerrarme allí y esperar a que los guardias despertarán. Ya vería qué inventar sobre porqué estaba vestida así, lo importante ahora era que saliera viva.

Mi mano se posicionó sobre el pomo de la puerta, lo giré para escapar de la habitación, pero este no se movió. La puerta permaneció cerrada, como si alguien le hubiera puesto llave desde afuera.

Mordí mis labio inferior para que un gemido de frustración no se me escapara. ¿Por qué mierda estaba cerrada?

—Bueno —dijo Gregor, canturreando—. Parece que nos quedamos atrapados aquí. Solos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —oculté con un tono iracundo lo asustada que estaba. Me di la vuelta para enfrentarlo—. Creí que te habían ordenado que no te acercaras a mí.

Gregor estaba apoyado contra la pared, sus manos en los bolsillos de sus pantalones, adoptando una postura despreocupada y tranquila, su espada estaba al lado del respaldo de mi cama, no muy lejos de su alcance, pero eso no fue lo que llamó mi atención. Sino que se encontraba impecable, sin ojos hinchados, su cabello negro perfectamente peinado, él no acababa de levantarse. Él no había estado durmiendo como los demás guardias.

—Supongo que a ambos nos cuesta cumplir con nuestra palabra.

—¿Qué quieres decir con eso?

Él sonrió, al mismo tiempo que sacaba algo de su bolsillo. Casi doy un paso hacia atrás cuando me mostró una hoja de la planta Ceibel, la que las cocineras habían utilizado para dormir a todos.

—¿Reconoces esto?

—Sí —respondí con voz firme—. La utilizo para...

—¿Para dejar inconscientes a mis compañeros? —me interrumpió. ¿Cómo lo sabía?

Huellas y SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora