Mis papás se separaron cuando yo tenía cuatro años, de ese momento no tengo muchos recuerdos por dos motivos:
a) Era una niña y mi preocupación más grande en ese momento era que la maestra del kínder se diera cuenta que me había convertido en la gánster de la clase y que era quien les quitaba parte de la lonchera a los otros niños.
b) Vivía con mi abuela, ella se había hecho cargo de mí prácticamente desde que nací y pasábamos tanto tiempo juntas que era a ella a quién llamaba «mamá».
Mi verdadera mamá se había ido a la universidad para obtener su título como enfermera y mi papá ya se había borrado del mapa. En cuanto ella se graduó regresó a la casa con nosotras, pero no le gustó mucho llegar y darse cuenta que para mí «Mamá» era la abuela y ella era solo «Ángela», por eso un día, así sin más, y luego de una discusión acalorada entre ellas, decidió que nos iríamos y acabamos mudándonos a otra ciudad con ese novio que había conocido en la universidad; vivimos ahí unos meses, a ese le siguió una larga lista de padrastros idiotas, porque debo decirlo, mi mamá tiene un pésimo gusto para elegir a sus parejas.
Desde entonces la puerta giratoria de padrastros no se ha detenido, ya perdí la cuenta y no sé qué número es, pero el de ahora se llama Bradley Ross. Trabaja en el mismo hospital que ella, es cardiólogo, se divorció hace cinco años y sale con mi mamá hace nueve meses. Ah, se me olvidaba, el dato de color es que tiene un hijo de mi edad y su nombre es Wyatt.
— De toda la ropa que tienes, justo hoy decides vestirte como pordiosera. — Pongo los ojos en blanco y solo me dejo acomodar la ropa a su gusto—. Y ese pelo, Beatrice, ese color cada vez me parece más espantoso.
Casi se muere cuando me vio llegar teñida rosa, literalmente, casi la mato del disgusto.
— A mí me gusta.
Podría ser la emperatriz del mundo e igual no sería suficiente para ella, por eso ya no me afecta su falta de aprobación. Cuando me pinté el cabello sí esperaba su visto bueno, su aprobación era la única que quería, pero como cosa rara no le gustó ni poquito y sí me hizo sentir mal. Ahora hago las cosas solo porque se me da la gana hacerlas y porque para mí están bien. Punto.
— ¿Por qué la dejaste salir vestida así, mamá?
Bien, ahora se la va a agarrar con la abuela. Me saca la gorra y la guarda en su bolso, después pasa a abotonarme la camisa de béisbol que llevo sobre el top negro y que me queda más abajo de los shorts, ahora parece que llevo puesto un vestido.
— No tiene tres años, ya se viste sola, además desde chiquita siempre ha decidido lo que quiere ponerse.
Exacto, lo sabría si hubiera estado en esa época en la que todos los días usaba un busito rosado con la cara de Barbie estampada en el frente, shorts de mezclilla, medias de lana y un par de botas que rompí de tanto usar.
— ¿Qué parte de iremos a un lugar fino no fue clara, Betty?
— No voy a disfrazarme de niña bien solo para agradarle a tu novio. Es lo que hay, si le gusta bien, si no ya conoce la salida. — Sentencio—. Y no me llames Betty, sabes que no me gusta.
Nos quedamos viéndonos fijamente y sé que ninguna de las dos va a ceder, somos demasiado orgullosas para agachar la cabeza ante la otra. Somos muy parecidas físicamente, o eso dice la gente, aunque carezco de sus curvas de infarto, el sabor latino, la personalidad arrolladora y la chispa que la hace destacar a donde sea que vaya. Una pensaría que con madre colombiana y padre mexicano el retoño obtendría lo mejor de ambos mundos a lo Hannah Montana, pero pues nací yo con lo peorcito de ambos.
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El club de las niñas mal: Bea Libro I 🩷 [TERMINADA]
Teen FictionBeatrice Ramírez es sinónimo de caos. Problemática, impulsiva, rebelde e ingobernable. Son muchas las opiniones sobre Bea, pero todas coinciden en algo: Bea es una niña mal.