12. La Cita

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Escuchar risitas y cuchicheos me hace levantar esos lentes con forma de corazón que saqué de la vitrina hace un rato para ponérmelos, dejármelos sobre la cabeza y apartar la mirada de la revista para ponerla en ese grupito de niñas que entró a la tienda hace como quince minutos con la excusa de comprar unos granizados. Probablemente tengan unos Trece o catorce años, pero parecen urgidas por crecer y lo demuestran en su vestuario y exceso de maquillaje. Yo también pasé por ahí, con mis amigas hacíamos lo mismo para llamar la atención de los chicos grandes.

Me quedo viendo como dos de ellas empujan a la única pelirroja del grupo motivándola a hablar con el empleado de la tienda que está siendo distraído por su otra amiga fingiendo que está interesada en comprar golosinas. La situación es clara para todos, menos para Zeke que ingenuamente sigue atendiéndolas con normalidad sin sospechar nada; la pelirroja parece adquirir valentía de repente y se acerca decidida a entablar charla con él. Eso me saca de mi estado de observador, agarro un osito de goma de la bolsa y le arranco la cabeza para luego comerme el cuerpo. Lo siento, rojita, al rubio inocentón lo vi primero yo.

—La política de la compañía dice que la atención exclusiva es para compras mayores a veinte dólares, — atraigo la atención de todos, incluida la de él, — teniendo en cuenta que hace un rato estaban contando monedas, dudo que puedan pagar por eso.

— ¿Y tú eres?

La que parece ser la líder del grupo me cuestiona y aprovecha para analizarme de pies a cabeza.

—Un alma caritativa que quiere evitar que sigan haciendo el ridículo, — me acerco a Zeke, lo tomo por el uniforme y sin mediar palabra lo beso en la boca, luego me aparto y me limpio el brillo labial con los dedos, — también quien lo vio primero.

— ¿Tienes novia?

Pregunta la pelirroja desilusionada y me encojo de hombros.

—Síp. — Respondo por él y rodeo su cintura con los brazos—. Lo siento chicas, ya está apartado. Suerte para la próxima, no desistan, algún día se les dará, pero no con él. 

Si las miradas mataran ya estaría tres metros bajo tierra y mi alma ardiendo en el infierno. De mala gana dejan sobre el mostrador las monedas por los granizados y se marchan, no sin antes lanzar un «No está tan bueno» acompañado de otro «encontraremos uno mejor». Las sigo con la mirada hasta que las pierdo de vista en la calle; creo que las había visto antes, al menos a una de ellas sí estoy segura de haberla visto porque vive en el mismo edificio que yo, es una de las hijas de la vieja chismosa del 203, la que vive pendiente de la vida de todos los que vivimos en la unidad residencial.

— ¿Qué fue eso? — Me bajo de nuevo los lentes de sol y regreso a mi lugar, — ¿Bea?

—Solo me aseguraba de que no terminaras en prisión. — Me oculto tras la revista fingiendo leer—. De nada, por cierto.

Bajo un poquito la revista para poder verlo al escuchar sus pasos acercándose con dirección a mí. Lleva puesto ese espantoso overol del que tanto se burla mi abuela, es color rojo y tiene su nombre bordado sobre el lado izquierdo del pecho. El uniforme no es una oda a la moda y siendo justa no le favorece a nadie, ni siquiera a Ashley que parece un Oompa Loompa con eso puesto, y si ella que es una diosa se ve así, ya podemos imaginar cómo se ven el resto de los mortales.

—Pinky, — se sienta a mi lado en la banca, — ¿Por qué les dijiste eso?

— ¿Qué cosa? — Se inclina y me saca los lentes, — Dije muchas.

Tonteo con él, pero sé perfecto a qué se refiere, le di a entender a su club de fans que era «su novia» y la prueba de mi arranque de locura aún está en sus labios tiñéndolos de color rosa neón.

El club de las niñas mal: Bea Libro I 🩷 [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora