21. La Declaración (II)

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— ¿Qué mierdas estás haciendo?

Parpadeo confundida por la patética escena ante a mis ojos. Peter Pan está parado frente a la puerta esperándome, está con su habitual cara de cólico y su típica actitud de «Tienes prohibido respirar el mismo oxigeno que yo».

— ¿Lo que viene a hacer cualquier persona a un baño? — Me burlo y eso le molesta—. Quítate, estorbas y me están esperando.

Tengo un problema: carezco de sentido de auto preservación, a mí no me importa qué tan grande o fuerte sea mi oponente, ni siquiera que tan peligrosa sea la situación para mí, yo sólo voy directo a la acción. De pequeña me agarraba a golpes con los niños, más grande me enfrentaba a figuras de autoridad como maestros, mi progenitora o los idiotas de sus novios, me peleaba en la escuela, en el vecindario, en la iglesia; en pocas palabras, era y soy ingobernable. Dicen que lo saqué de mi papá, y justamente ese lado indomable es el que me mete en problemas, es como que soy muy brabucona y todo eso, pero el sentido común me falla a la hora de estar expuesta al peligro. Cualquier persona normal al sentirse en riesgo huye o busca protegerse, yo no, yo me voy de frente contra lo que se venga.

—No estoy para tus juegos. — Me toma por las muñecas cuando intento apartarlo de mi camino, sin ningún cuidado me hace regresar al baño, una vez adentro le echa seguro a la puerta—. Te hice una pregunta: ¿Qué mierdas estás haciendo?

Pude ir al baño de visitas, pero no, yo decidí venir al de empleados para no romper la costumbre. Tonta, Beatrice.

—Okey, veo que ya te cansaste de ignorarme.

Me ha ignorado toda la tarde, debo reconocer la dedicación que le ha puesto a tan titánica labor, aparte de una que otra mirada furtiva cuando nadie estaba viendo, no ha existido el más mínimo contacto entre nosotros. El Cameron que es cuando está en público y rodeado de su gente es muy distinto del Cameron que sale a la luz cuando está a solas conmigo, él es tan complejo de entender que ya desistí de descubrir cuál de sus mil versiones es la real, si es que la hay, claro está.

— ¿Qué haces aquí? — Dice entre dientes, — ¿Quién te dijo que podías venir?

No retrocedo, les planto cara a él y a sus ataques de niño mimado, porque si algo me ha enseñado la vida es a tratar con cualquier clase de macho furioso y a ponerlo en su lugar. Con peores me he enfrentado y los he sabido domar, Cameron no será la excepción.

—Vine por Hannah, no tiene nada que ver contigo. — Choco con el lavado y quedo arrinconada cuando decide acercarse, pero ni así logra amedrentarme—. Además es un país libre, voy a dónde me dé la gana de ir.

— ¿Justo a mi puta casa y con ese imbécil que dices que es tu novio?

Evalúo el panorama buscando una forma de defenderme por si las cosas se salen de control. El instinto de supervivencia es una cosa bárbara, en honor a él he hecho algunas cosas de las que no me siento precisamente orgullosa, pero que de no haberlas hecho probablemente no estaría aquí contando el cuento.

—Yo no lo digo, es mi novio, — ahí va la falta de auto preservación,— y si vuelves a hacerle daño atente a las consecuencias, porque te aviso que no soy nada amable cuando joden a las personas que quiero.

— ¿Estás amenazándome?

Una sonrisa burlona se instala en sus labios, una clara muestra de que para él no soy más que una insignificante hormiga en su mundo.

—Eso acabo de hacer. — Su sonrisa se amplía mostrando sus perfectos dientes—. Si quieres guerra, no dudes ni por un segundo que voy a responder.

Da un par de pasos más hacía adelante y queda casi sobre mí, puedo percibir el olor de su perfume caro y el calor emanando de su cuerpo. Negar que su presencia me afecta es querer tapar el sol con un dedo, él tiene efecto sobre mí y lo sabe.

El club de las niñas mal: Bea Libro I 🩷 [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora