Entreabro un ojo al escuchar el molesto sonido de la vibración del móvil avisando de un nuevo mensaje. La habitación entera está sumergida en total oscuridad y hay un olor agrio en el ambiente, es una mezcla extraña entre perfume barato, desodorante masculino, sudor y suavizante para ropa. En conclusión: este no es mi cuarto, el mío siempre huele a inciensos. Mis gustos de señora son gastarme las mesadas y ahorros en esencias y velas para que los espacios huelan bien.
Busco moverme para alcanzar la mesita de noche en donde dejé la cartera, pero tan pronto lo hago casi acabo cayendo porque la cama es de una sola plaza, por reflejo intento sujetarme de algo y lo primero que encuentro es un cuerpo flacucho pegado al mío, notoriamente desnudo, sudoroso y excitado. A este lugar le urge un aire acondicionado, me siento como una sardina enlatada cada vez que vengo. No es la primera vez, por supuesto, desde aquella ocasión en que nos cruzamos en esa fiesta nada volvió a ser como antes a pesar que siempre prometo que será la última y que no volveré a buscar a este niño.
No es un dios del sexo, pero tiene un «algo» que lo hace adictivo, tal vez sea porque es muy tierno, pero más porque torturarlo resulta interesante, es divertido ver lo que provoco en él.
El móvil vuelve a vibrar y esta vez con mucho más cuidado me siento, aparto su brazo para poder moverme hasta la parte de arriba del colchón y así alcanzar mí cartera, al hacerlo veo mi top colgando de la cabecera de la cama. Fue una noche salvaje, solo diré eso. Agarro la cartera y busco entre esa zona de desastre el aparato que en algún lugar ahora está vibrando, al final lo encuentro bajo mi reserva de chicles, condones y billetes arrugados que saqué del frasco de propinas en la tienda. Me paso los dedos por los bordes de los ojos apartando los restos de maquillaje corridos, pestañas sueltas y lagañas, mientras lo hago aprovecho para leer los mensajes:
De: Cruela.
¿Tienes algún tipo de fobia a las llamadas? Te aviso que los teléfonos sirven para algo más que programar alarmas y tomar fotografías.
Yo no caigo en estafas porque nunca contesto el teléfono. Unida a la religión del celular en silencio 24/7. Creyente radical, en silencio todo el año, espacio libre de oportunistas, jefes controladores, familiares manipuladores, exnovios arrepentidos y de toda clase de interesados. Amén.
De nuevo suena y otro mensaje aparece en la pantalla acompañado de una serie de fotografías:
De: Cruela.
¿En dónde carajos andas? Estamos esperándote.
¿Y Zeke? Dile que responda mis mensajes.
Abro las imágenes y me encuentro con una mesa perfectamente organizada y exquisitamente decorada. Eso no es un almuerzo "casual", parece un banquete para la realeza, un evento social más que tiempo de calidad en familia. Cruela tiene un ligero problema de percepción, aunque es obvio que lo que busca es impresionarla a ella y no a nosotros, por mí hubiera estado bien sólo sentarnos en un parque a comer helado como en los viejos tiempos.
Para: Cruela.
Lo siento, se me hizo tarde, ya voy en camino.
Zeke dijo que no iría, así que inventa algo para cubrirlo.
Bloqueo la pantalla y vuelvo a guardar el móvil antes de levantarme, recoger el top y empezar a vestirme para salir de aquí pronto. Normalmente no me quedo a pasar la noche, pero de vez en cuando hago una excepción; recojo la falda, las bragas y los zapatos, termino de vestirme y voy directo a abrir la ventana por la que salgo o entro siempre que vengo. Me subo a la cómoda que hay debajo, le saco el seguro y deslizo el cristal, antes de saltar miro sobre mi hombro y veo su cuerpo tumbado de medio lado sobre el colchón, está profundo y ni siquiera notó que me levanté. Diría que cuando despierte va a llevarse una sorpresa, pero no es la primera vez que me voy sin decir nada, reafirmándole así la teoría de que es sólo el chico con el que follo de vez en cuando y con el que he estado tonteando durante el verano, sólo eso.
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El club de las niñas mal: Bea Libro I 🩷 [TERMINADA]
Novela JuvenilBeatrice Ramírez es sinónimo de caos. Problemática, impulsiva, rebelde e ingobernable. Son muchas las opiniones sobre Bea, pero todas coinciden en algo: Bea es una niña mal.