47. Joyce

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BEA

Husmear en el refrigerador a mitad de la noche se ha vuelto en algo habitual para mí, ya sea porque siento hambre o sólo porque de la nada se me antoja comer helado o prepararme algo que calme ambas cosas. Estar embarazada es raro e incómodo, según Nia es normal sentirme así, pero sospecho que a mi cosita divina le encanta dormir, comer y jugar con mis emociones. Algo así como otro yo, pero en miniatura.

Un bostezo ruidoso se me escapa al abrir el refrigerador, el frío me golpea de frente y en respuesta me hago bolita bajo la manta que traje y que me cubre desde la cabeza. También me he vuelto más susceptible al frío, parezco un oso invernando, aunque eso ya no es culpa de pequeño Pinky, es de su papá por mal acostumbrarme a dormir conmigo y mantenerme calientita entre sus brazos, últimamente estoy tan mimosa que me desconozco, la Bea fría e indiferente ha desaparecido y ha dejado en su lugar a la Bea que siempre evité ser: afectiva, humana y expresiva, pero sobre todo una niña mimada, una princesita.

—Baja la voz, no queremos despertar a nadie.

Aparto lentamente el frasco de la mermelada y dejo de comer. Escucho pasos y murmullos en el patio, así que me muevo para poder asomarme a la ventana y ver hacia ese lugar.

—Coopera, muy liviano no eres.

Me pego al cristal para ver mejor y a lo lejos diviso tres figuras cruzando el patio, al pasar bajo una de las farolas distingo a cada una de las tres figuras: Joyce, Cameron y Wyatt. Interesantísima combinación. Me quedo viéndolos y ahí detallo que tanto Joyce como Wyatt están ebrios, más él que ella, por lo menos ella puede moverse por sus propios medios mientras que a mi hermanastro su ex mejor amigo (aunque ahora están en fase de reconciliación) lo trae casi a rastras.

¿Cómo un inofensivo partido terminó así? La respuesta es simple: Los Intocables. Para ellos todo es motivo para celebrar y cada fin de semana, ganen, pierdan, jueguen o no, siempre hay fiesta en la casa de alguno y no una fiesta de té propiamente.

— ¿Ross, traes llaves?

Entre los dos revisan los bolsillos y las pertenencias de Wyattsaurio buscando las llaves, pero como la que limpia su tiradero soy yo, sé que el tonto las dejó en el pantalón que tenía puesto en la mañana. Limpio su cuarto porque limpiar es uno de mis hábitos de señora que no toleran el desorden, el precio de su silencio era ponerle su nombre a mi bebé, cosa que no va a pasar, lógicamente, así que lo dejamos en que va a ser tío, él no tiene hermanos y yo tampoco, así que oficialmente es el tío de pequeño Pinky, cosa que no pienso decirle a Allen porque siempre ha dicho que va a ser el tío cool de mi descendencia.

Me apiado de esas tres almas bajo la lluvia que ha empezado a caer y decido ir a abrirles antes de que alguien más en la casa se despierte, porque a mí no me conviene que mi mamá lo haga, porque si lo hace va ir a mi cuarto y si lo hace se va a encontrar con Zeke dormido allí, y eso no puede pasar porque nos complicaría más las cosas de lo que ya están, me quedaría sin novio y mi bebé sin papá, porque mi mamá es capaz de aniquilarlo, no tengo dudas al respecto.

— ¡Algodón de azúcar! — Se lanza a mis brazos tan pronto abro, — ¿Ya te he dicho que te quiero?

Oh, genial, está en esa fase de embriaguez.

—Dile que sí, eso lo hace hablar menos.

Joyce pasa por mi lado y se adentra en la casa con toda la confianza del mundo, lo cual es lógico porque según Wyatt son amigos desde hace años. Lleva puesto el uniforme de animadora y su cabello castaño rojizo recogido en una coleta alta que hace resaltar esos rasgos de muñequita de porcelana que todo el mundo le alaba en las redes sociales. Joyce es guapa, lo sabe y no es nada modesta al respecto.

El club de las niñas mal: Bea Libro I 🩷 [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora