39. Punto de Quiebre

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—Más rápido, Zeke. — Ordeno. — ¡Rápido!

Mi grito se escucha por todo el auto y más alto que la música. Estoy furiosa. Volteo a ver el tablero y me doy cuenta que seguimos yendo a la misma velocidad, que no es a más de cuarenta y algo, pero que para este auto en particular es como ir a trecientos y estamos arriesgándonos a que en cualquier momento el motor pase a mejor vida y quedar varados en medio de la nada. Todo eso sumado me pone peor, mis emociones ahora mismo son una bomba de tiempo. 

»—Zeke más... ¡Zeke!

¡Por los clavos de Cristo, no, no y no!

Pero por supuesto él, siendo él, opina diferente y hace las cosas a su manera, entiéndase a lo correcto y no a lo maldita sea como quiero yo que se hagan.

»—Ok, — suelto el cinturón de seguridad de mala gana y me estiro hacia el asiento trasero para recoger mi mochila y un par de libros que saqué de la biblioteca, — gracias por traerme hasta aquí.

Bajo del auto y doy un portazo al irme que le hace sonar todo al carro. Me cuelgo la mochila a la espalda y comienzo a caminar por la berma de la carretera con dirección a mi casa, estoy jodidamente lejos y con suerte llegue en un par de horas. Con mucha suerte también al llegar descubra que sólo fue una broma pesada y que debo bajarle un toque al café de las mañanas porque me tiene mal.

—Pinky. — No me detengo, ni siquiera cuando lo escucho bajar—. Intento entenderte, ponerme en tus zapatos y comprender lo que pasa en tu cabeza, pero no soy adivino, Bea, necesito que hables conmigo para poder ayudarte.

— ¡¿Ayudarme?! — Me giro bruscamente, — ¡¿Eso es lo que soy para ti?! ¿Un caso de caridad?

Se sienta sobre el capó del auto y se me queda viendo fijamente. No sé qué pasa conmigo, mi inestabilidad emocional últimamente ha empeorado. En este momento estoy odiando que ese par de ojos azules calienten cada célula de mi cuerpo, que esa cosa en mi pecho lata descontrolada cada vez que lo tengo cerca, que mis cargas no pesen tanto cuando estamos juntos, que todo mi maldito mundo se venga abajo con él y que empiece a construir desde cero sobre las ruinas de mi infierno.

Okey, también estoy pasándome de cursi, en serio, ¿qué anda mal conmigo?

— ¿Qué esperas? ¿Qué por el poder del amor me sane y olvide mis traumas? — Continúo—. Esta es la vida real y eso no pasa, así que olvídalo.

Giro sobre mi eje dispuesta a continuar con mi camino, pero justo ahí se le ocurre hablar:

—Intento existir para ti, — mis pies se anclan al piso y se niegan a moverse, — eso hago y he hecho todo este tiempo, desde que te conocí estoy intentando mostrarte que estoy para ti, que contigo quiero todo.

La cosa en mi pecho da un vuelco y acaba atascada en mi garganta impidiéndome articular palabra alguna, de paso mis pies adquieren vida propia y se regresan sobre sus pasos solitos. Inhalo, exhalo y dejo que poco a poco las revoluciones vayan disminuyendo en mi interior hasta llegar a cero, desde que salí de casa de Lee me monté en un tren de máxima velocidad. Así soy yo, intensa, impulsiva, profundamente inestable y jodidamente incomprensible.

»—En la vida real, si no hablamos, esta relación no irá a ninguna parte, Pinky, y no quiero sonar intenso, pero yo ya ando imaginándome una vida contigo, una casa en la playa, tres hijos, un perro y muchos gatos.

Es que él... es que... ¡Aah! ¡La vida era más sencilla cuando no le tenía amor y ganas a la misma persona!

En modo zombi voy acercándome lentamente hasta que llego a él y me acomodo en medio de sus piernas para que me abrace y me mime como sólo él sabe hacerlo. No sé cuál es su truco, pero de que doma a la Bea salvaje, la doma.

El club de las niñas mal: Bea Libro I 🩷 [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora