"EL ÁNGEL DEL SEÑOR"

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Castiel vagaba por las calles de Nueva Orleans pensando en lo que le había llevado a esa situación. Se había cansado de ser un esclavo, alguien manipulable solo creado para obedecer órdenes. Estaba harto de que todo el mundo le dijese lo que tenía que hacer y cuando debía de hacerlo.

Quería que las cosas surgieran esporádicamente sin estar planeadas. Quería sentir. Quería vivir. 

Entró en un bar y le pidió amablemente al camarero que le trajera una cerveza, este asintió con la cabeza y se alejó en busca de su bebida. A los pocos segundos regresó con la botella y Cass se lo agradeció con una inclinación de cabeza.

Dio un buen trago a su bebida justo en el preciso momento en el que dos hombres de unos 26 años entraban en el local y se sentaron cerca suyo. Le resultaban familiares en especial el rubio, pero no sabía donde los había visto antes.

El rubio se dio cuenta de que le estaba mirando y fijó su mirada en él. El moreno se dio cuenta y también se giró hacia él. Ahora ambos le miraban. Dean y Sam percibieron algo que no habían sentido nunca antes, una fuerza que les invitaba a acercarse a él, a pesar de que no le conocían de nada. 

Ambos se acercaron a él hasta quedar frente a frente

-¿Quién eres? -preguntó Dean extrañado, Sam le imitó mirándole con curiosidad-

-Castiel 

Los hermanos se miraron entre si arqueando las cejas. No les decía nada ese nombre.

-Quiero decir ¿Qué eres? -evaluó Dean-

Castiel terminó la cerveza de un trago y fijó su mirada en ellos

-Este no es un buen lugar para hablar ¿No os parece?

Sam le miró sorprendido al igual que Dean

-Claro, salgamos fuera

Los hermanos siguieron al hombre misterioso fuera del local donde había un pequeño cuarto, suponían que sería el almacén del local, previsiblemente nadie iría ahí, así que entraron y cerraron la puerta tras de sí. 

Dean palpó su bolsillo en busca del Colt al igual que Sam tocaba el cuchillo de Ruby con la punta de los dedos.

-Dean suelta la pistola -susurró Cass- Si quisiera haceros daño ya estaríais muertos 

Ambos sacaron las manos de los bolsillos

-Responde a la pregunta ¿Qué eres? -repitió Dean-

-Soy un ángel del Señor

Sam sonrió y Dean se empezó a reír descontroladamente

-Tienes que estar de coña

-No Dean no estoy de broma 

En ese momento las luces se arremolinaron a su alrededor y en la pared se proyectaron dos grandes alas negras, dejando claro lo que era. Ambos hermanos lo miraron patidifusos, en especial Dean el cuál jamás pensó que existían los ángeles. Que demonios ni siquiera pensaba que existía el cielo después de haber estado en el infierno.

-Te creemos -logró decir Sam- Pero ¿Qué quieres de nosotros? 

-Como digas cumplir con la palabra de Dios te juro que te meto un tiro en tu angelical cara -espetó Dean y Sam lo miró con una mueca reprobatoria-

Castiel se esforzó por no sonreír. Los ángeles no podían mostrar sus sentimientos, pero él había tomado otro camino, así que estiró los labios en algo parecido a una sonrisa.

-¿De qué te ríes? 

-Déjalo ya Dean -dijo Sam tocando su hombro- 

-No pasa nada Sam, es normal reaccionar así

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