Capítulo 10

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Me miro al espejo y no puedo creerlo, no puedo creer que lo hice, en realidad me arriesgué a este nivel, me veo al espejo y no me reconozco, pero me encanta

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Me miro al espejo y no puedo creerlo, no puedo creer que lo hice, en realidad me arriesgué a este nivel, me veo al espejo y no me reconozco, pero me encanta.

Me siento libre, feliz, ligera. Es como si solté de mis hombros una mochila llena de rocas que ya no soportaba más, que me lastimaba y no me dejaba caminar. Es un sentimiento único de libertad.

Miré mi closet donde estaba todo lo que había comprado ya acomodado, un cambio radical, los colores pasteles ya no predominan, el color negro, rojo, blanco y uno que otros colores vivos era lo único que había, sobre todo el negro, opté mucho por ese color, chaquetas de cuero y otras telas, tops hombligueros, pantalones del mismo color, de tela jeans y cuerina, faldas, me arriesgué a comprar faldas cortas, vestidos también. Compré muchos tenis, tacones, botas de combate y botas de tacón, no puedo estar más feliz con todo.

Ya había mandando a confeccionar todas mis piezas de mi uniforme también y será sensacional.

Bajé pasando hacia la cocina, le pedí a Luisa que me consintiera con un delicioso desayuno grasiento. Ella dijo que mi madre ya me había dejado mi desayuno pero no quería eso, quería grasa. Al final aceptó y cuando estuvo casi me babeo. Huevos, mucho tocino, pan de mantequilla, salchichas, todo un manjar. Ataqué como si no hubiera comido en años.

Luisa se fue para seguir con sus deberes y en su lugar entró Jace quién me miró con diversión.

—Eres toda una rebelde ahora.

—reí— ¿Miedo?

—Muchísimo, me haces temblar.

Él pasó tomando un pan de mantequilla engulléndolo, es que nunca paraba de comer. Si por él fuera pasaría comiendo todo el día.

Luego de que desayuné compensé todo lo salado de la comida con una dona que estaba en la nevera. De ahora en adelante no faltarán en mi día a día.

Luisa me avisó que me buscaban en la puerta, me pareció raro pues no esperaba a nadie, Jace pudo ver mi confusión así que juntos fuimos a ver quién era, yo caminando tras de él.

Resultó que era un repartidor, requería mi firma para descargar mis paquetes. Eran tres cajas muy grandes en total.

—¿Y ahora esto qué? —preguntó Jace.

—Ya verás —sonreí— Ayúdame con la que va arriba ¿si?

Él rodó sus ojos de mala gana pero al final si me ayudó. Comienzo a creer que toda esa actitud es simple fachada, solo se hace el duro.

Dejé la caja ahí y volvimos a bajar sacando las dos restantes hacia el patio, esas costaron el doble pues estaban increíblemente pesadas. Abrí las cajas dejando ver su contenido.

—Después de todo si te lo tomaste enserio —comentó con algo de asombro.

—Dijiste que no fuera mediocre ¿no? Pues con esto ni cómo serlo.

Corrupción Letal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora