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Heron había sido uno de los afortunados que habían sido perdonados por el usurpador, en los días siguientes a su toma de la ciudad ejecuto a muchos de los hombres que se negaban a jurarle su fidelidad, muchos de sus mejores amigos habían muerto por el simple hecho de no incar la rodilla ante el nuevo rey. Heron tampoco lo había hecho, pero había algo que lo hacia irremplazable y eso era su don con el acero, era uno de los mejores herreros de la ciudad y uno de los pocos que no había abandonado la ciudad cuando la reina María ordeno la evacuación de los civiles. Heron no se había ido, su abuelo y su padre habían muerto en esa ciudad y el se quedaría a morir como lo habían hecho ellos. Se había unido al ejercito del consorte para defender la ciudad, pero no habían puesto una espada en sus manos, el consorte le había ordenado que forjara, afilara y ayudara a los caballeros con sus armaduras. Esa había sido una de las razones por la que seguía vivo y no había sido ajusticiado como los demás.

Como pago por haberle perdonado la vida el nuevo rey le había ordenado convertirse en el artesano real, aquel que construiría en acero todo lo que el monarca ordenara, aquel que forjaría sus armas, aquel que cuidara de sus armaduras y herrara a sus caballos. Lo había visto solo unas veces, pero ya podía ver que el usurpador no era un hombre común, había algo en el, algo que parecía recordarle al consorte, no se parecían en lo mas mínimo, el usurpador era alto y de cabellos rubios, de ojos azules cristalinos y rostro cruel, el consorte era alto de cabellos negros y ojos verdes, su rostro era frio y triste, no, en los que le recordaba al consorte era en como caminaba, como daba las ordenes y como miraba a la gente. Heron estaba convencido que había una clase especial de hombres, aquellos que nacen para dirigir, y aunque odiara admitirlo Alexander Hawks como se hacia llamar el usurpador, era uno de esos hombres.

- Como primera tarea - dijo el usurpador sentado en su trono y disfrutando una copa de vino - quiero que revises cada una de las celdas que se encuentran bajo este castillo, quiero que te asegures de que son seguras y quiero que agregues algo en una.

Heron se encontraba sentado en un banco sin respaldo o apoya brazos, tenia sobre sus piernas una tabla de madera donde apoyaba papel y sus lápices.

- No será ningún problema majestad - dijo con a mayor sumisión que le fue posible, ya había visto como hacia decapitar a los que no lo trataban como el deseaba - le pido que por favor me diga que desea agregar a las celdas.

El nuevo monarca se levanto de su trono, termino su copa de vino, la cual apoyo en la bandeja que sujetaba uno de sus sirvientes. En la sala del trono aun se podían ver los rastros del combate, los ultimo hombres que habían resistido se habían encerrado en el baluarte y aquellos que se negaron a rendir sus armas fueron masacrados por un numero absurdamente superior de enemigos en esa misma sala, se quedaron a defender el trono de su reina y el cuerpo de su general.

- Quiero que pongas cadenas y grilletes en las paredes, si es que las celdas no los poseen ya - dijo mientras caminaba hacia el, bajaba los escalones mientras apoyaba su mano izquierda en la empuñadura de su espada - también deseo que busque una manera de que lo que pase dentro no pueda ser escuchado desde el exterior.

Heron apuntaba cada uno de los deseos del monarca en papel, no pudo evitar sentirse algo intimidado cuando planto los pies frente a el y comenzó a mirarlo de arriba a abajo de manera inquisitiva con esa mirada tan cruel que parecía caracterizarlo.

- ¿Algo mas que desee ordenarme majestad? - pregunto mientras dejaba el lápiz a un lado, juntaba las manos e inclinaba la cabeza ante el usurpador.

- Si - dijo mientras caminaba a su alrededor, Heron intento contener el pánico - quiero que me forjes un juego especial de herramientas, unas que duren, que sean cómodas de utilizar, nada ostentoso, ya sabes, algo que dure y funcione.

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