Miriel ya caminaba y empezaba a gustarle hacerlo mas y mas rápido. María ahora la llevaba a sus caminatas por el castillo, los patios, donde los guerreros se entrenaban o vigilaban. María ahora era la señora de Las Diez Forjas, pues Lord Oscar y sus dos hijos ahora se encontraban marchando al sur, las fuerzas de Whitewood marcharían por el bosque de Breen y se enfrentarían a las fuerzas del usurpador, no solo habían planeado que atacaran Magna desde el este y así tomar desprevenida la ciudad, si no que también necesitaban distraer a las fuerzas enemigas para que no sospecharan de cuales eran sus intenciones. Por el este marcharían las fuerzas del principado lideradas por el Príncipe Agdrian. Ahora ella estaba en el castillo al mando del hogar de los Whitewood, viendo como su hija crecía, aunque aun no lograba entender porque no lograban avanzar mas rápido, había estudiado por años acerca de la preparación de la guerra y las batallas, pero aun no lograba soportar los tiempo que tardaban en prepararse las fuerzas y las marchar a la batallas y mucho mas en tomar la ciudades. Nirde había caído en días, su capital, defendida por su propio esposo, pero Isma había tardado casi medio año en caer y ahora medio año después estaba cerca de Magna, solo esperaba que no tardaran tanto en tomarla. No podía perder mas tiempo, su gente sufría de la tiranía en el sur y habían empezado a circular rumores de que desde occidente mas allá del mar comenzaban a armarse nuevas tropas que vendrían a apoyar al usurpador. Era como si el destino mismo no quisiera que recuperara su trono. Tenia a cientos de agentes a lo largo y ancho del mundo, pero aun no lograban descubrir como era posible que se haya ganado el apoyo de esos pueblos de mas allá del mar y que estuvieran tan dispuestos a enviar a esa cantidad de hombres y recursos a una tierra extranjera.
Miriel siempre corría delante de ella, la hija de Ambras que llevaba el nombre de su hermana muerta siempre la llevaba de la mano y se encargaba de cuidarla. María siempre se preocupaba cuando Miriel corría y se caía, pero antes de que ella pudiera llegar hasta ella, su hija ya estaba levantada y seguía corriendo, ya estaba por cumplir un año. María siempre terminaba yendo al mismo lugar, sin darse cuenta terminaba dejando a María jugando con Helena, mientras que ella atravesaba la entrada del santuario y caminaba hasta posicionarse enfrente de la estatua de Andros y cada vez que iba se encontraba con que el árbol estaba cada vez mas alto.
Andros la observaba desde su altura, la estatua clavaba sus ojos sobre ella. María aun se sorprendía de lo bien representado que estaba su esposo, pues había visto la estatua que de su padre que decoraba el mausoleo familiar de Nirde y lamentaba admitir que el artista no había logrado representar a su padre como ella lo hubiera querido. En cambio, cada vez que observaba aquella estatua sentía que Andros en carne y hueso se encontraba justo delante de ella.
- Majestad - escucho que decían detrás de ella.
María se dio la vuelta y vio a Helena parada detrás de ella y a Miriel caminando hacia María mientras reía. María la tomo en brazos y la levanto.
- ¿Qué ocurre? - le pregunto a Helena, siempre la miraba con miedo.
- Miriel, discúlpeme, la princesa vio que entraba aquí majestad y la siguió - dijo mientras se miraba los pies y retorcía las manos.
- Helena - dijo, mientras caminaba hacia la niña, no debía tener mas de cinco o seis años - quiero que me respondas una cosa.
La niña levanto la mirada con miedo, sus ojos eran de un color miel muy intenso.
- Si majestad, lo que usted diga.
- ¿Por que me temes? - dijo mientras se agachaba y se arrodillaba para tener a la niña a su altura.
La joven retrocedió un paso.
- No le temo majestad - dijo con la voz temblando - jamás le temería a mi reina.
María sabia que mentía, ese miedo que se reflejaba en sus ojos era claro.
- No me mientas - dijo María mientras apoyaba a Miriel en el suelo - se te ve en el rostro, me temes y yo no se porque.
La niña seguía mirándose los pies y retorcía sus manos nerviosa.
- Siempre quise conocerla majestad - dijo Helena con la voz tensa y entrecortada - Lord Andros era mi padrino majestad - la niña la miro con miedo - mi madre siempre me dice que usted es mi madrina, pero cuando la veo, siento que usted no me quiere, como si no quisiera que este aquí.
María tomo de los hombros a la niña, ella no sabia nada de que Andros fuera el padrino de la niña, pero no le sorprendía, después de todo era el mejor amigo de Ambras, pero lo que nunca hubiera imaginado era que María tuviera el honor de ser su madrina.
- No me temas - dijo María mientras le peinaba los cabellos por detrás de la oreja - eres solo una niña, una niña hermosa, ¿Cómo podría no quererte?.
La niña la miro y vio que había lagrimas en los ojos.
- Si en algún momento te mire de mala manera - continuo María mirándola a los ojos - es porque me recuerdas a alguien, alguien que tuvo algo que yo ame mucho y que de haber seguido en este mundo posiblemente ese algo que yo tanto ame jamás me hubiera correspondido.
- Entonces, ¿usted no me odia? - pregunto con algo mas de animo en la voz.
María tomo su cara entre sus manos y la beso en la frente.
- Miriel te quiere - dijo María mientras la niña se acercaba a ellas y abrazaba a Helena - y yo también te quiero.
Helena la abrazo con fuerza y María sintió un aroma que hacia mas de un año no sentía, la niña olía a hierro y polvo. Era el aroma de Andros.
- Hueles raro - le dijo a la niña.
Helena se alejo avergonzada.
- Lo siento majestad - dijo mientras se tapaba el rostro con la tela del vestido - es que me gusta estar en la herrería con mi abuelo.
- ¿Tu abuelo? - pregunto curiosa, María creía que el padre de Ambras estaba muerto y que los de Tacia también.
- Bueno - dijo algo nerviosa - no es mi abuelo, pero todos los niños del castillo le decimos así.
María sonrió y miro a Miriel, pero no estaba junto a ellas. María se desespero, Andros una vez le había advertido de aquel lugar, que no era un lugar seguro, busco desesperada en todas las direcciones a Miriel. Para su alivio estaba a pocos pasos de ellas, estaba recostada a los pies de la estatua de Andros con una de sus manitas apoyada en los pies de la estatua.
María se acerco a su hija. Y observo como dejaba algo a los pies de la estatua, se sorprendió al ver una de las flores blancas que había en el patio de la fuente. María no pudo evitar ver las estatuas de sus suegros, en ellas también había objetos, objetos viejos, algunos mas nuevos otros mas viejos, María sabia que todos eran recuerdos de Andros, el dejaba siempre recuerdos, ahora era Miriel la que inconscientemente parecía continuar una tradición.
Tomo a Miriel en sus brazos, ella señalo la estatua que las observaba.
- El es tu papa - dijo mientras besaba su mejilla - era guapo, ¿verdad?. También era valiente y te ama, el te ama mucho mi princesita.
María le hecho una ultima mirada a la estatua y comenzó a caminar en dirección a Helena que las observaba desde uno de los bancos.
- Papa - escucho que alguien decía.
María sorprendida observo a Miriel, señalaba la estatua con uno de sus pequeños dedos.
- Papa - volvió a decir.
María no logro contener las lagrimas ante la primera palabra que salía de los labios de su hija y odio al mundo por el hecho de que Andros no estuviera allí para escucharla, quizá esa simple palabra saliendo de los labios de Miriel, hubiera podido sacarle una sonrisa verdadera, una que borrara aquella tristeza que siempre se reflejaba en su rostro.
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Legitima
RomanceEste libro es la secuela de El Consorte y La Reina, recomiendo que vayan a leerlo primero. Nirde ha caído, Andros ha desaparecido y fue dado por muerto. Los ejércitos de Alban se encuentran desmembrados por todo el reino y Maria debe prepararse para...