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Las Diez Forjas se había convertido en su nuevo hogar, aun debía aceptar el hecho de que no volvería a la capital, debía aceptar que la habían perdido y que el lugar que fue su hogar, suyo y de su familia durante siglos ahora estaba en manos de un bastardo, un bastardo que le había arrebatado todo lo que mas quería en todo el mundo. Los días que siguieron a su recuperación no fueron para nada agradables, Jhon, el viejo medico de la familia Whitewood controlaba cada uno de sus movimientos y no parecía estar dispuesto a dejarla sola nunca, alegaba que su única intención era cuidar de su salud y asegurarse de que no le pasara nada, pero algo le decía a María que lo que realmente le preocupaba era niño que ahora crecía en su vientre. Esa noticia tuvo que aceptarla con amargura, pues estaba embarazada, uno de sus deseos mas profundos se había hecho realidad, pero las circunstancias en las que se encontraban solo podían hacer que esa noticia fuera una puñalada mas en su corazón. Su hijo crecería sin un padre, crecería escuchando historias, relatos de aquellos que lo conocieron en vida, pero nunca jugaría con el, nunca cabalgarían juntos, nunca le enseñaría a usar una espada.

María siempre visitaba un lugar en aquel castillo, todos los días sin falta visitaba la tumba de los padres de su ahora fallecido esposo, se sentaba allí, frente a pálidas estatuas de piedra y las observaba, imaginando que ahora su esposo al menos estaba con ellos. Pero ese día no fue como los demás, pues cuando llego acompañada con Jhon y algunos mas de sus caballeros que se negaban rotundamente a dejarla a solas, vio que algo era diferente, justo al lado de la estatua de Miriel, la madre de Andros habían excavado y colocado una gran placa de piedra.

- ¿Qué es eso? - le pregunto a Jhon - ¿Por qué cavaron en un lugar sagrado como este?.

El viejo parecía haber envejecido mucho en los últimos días y María entendía a la perfección porque, no debía ser fácil saber que un hombre al que cuidaste desde que era un niño, uno al que querías y apreciabas como si fuera tu propio nieto hubiera muerto.

- Están comenzando con los preparativos - dijo mientras se sentaba en uno de los bancos de piedra - allí es donde descansara Andros, junto con todos los Whitewood que lo precedieron.

María se sentó junto al anciano.

- Cuando un miembro de la familia muere - comenzó con la mirada clavada en una de las estatuas - su cuerpo es cubierto con las ramas del árbol de su padre, se entierra y entonces - señalo los imponentes arboles que descansaban detrás de cada una de las estatuas - crece un nuevo Whitewood, como llamamos a los arboles.

María observo el árbol que estaba detrás de la estatua de su suegro, era un árbol inmenso e imponente de madera blanca y hojas negras, entonces recordó que detrás de la estatua de Miriel no había un árbol, había un enorme arbusto de flores blancas.

- ¿Por qué enterraron a la madre de Andros aquí? - pregunto María - ¿no se supone que era una princesa del principado?.

El viejo Jhon miro entonces la estatua de la madre de Andros.

- Esa pobre mujer - dijo mientras se miraba las manos, era unas manos grandes, de dedos largos y arrugados y cubiertos por cicatrices - su familia la repudio luego de que decidiera casarse con alguien inferior.

- ¿Inferior?.

- Los Whitewood no son una familia poderosa, nunca lo fueron, su linaje es antiguo y sus miembros siempre fueron comandantes y grandes guerreros, pero nunca fue una estirpe rica o con prestigio y mucho mas después de que se volvieron vasallos del reino de Alban.

María había escuchado rumores, incluso su propio esposo le había relatado como su familia había llegado a gobernar el norte, lo habían logrado por la extinción de las familias que gobernaban antes que ellos.

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