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Ya habían establecido una fecha, Casia y la reina habían elegido el día, seria dentro de dos meses, pero era definitivo. Heron estaba feliz, nunca imagino que la vida se pudiera convertir en algo tan bello. Se casaría con la mujer que amaba y parecía que el futuro de su familia estaba garantizado.

En las ultimas semanas se la pasaba yendo y viniendo de aquellas tierras que la reina Maria les habia otorgado, habia llamado a sus hermanos y a su madre para que se hicieran cargo de la casa que Maria les habia dado, aunque mas que casa era un castillo, uno pequeño y humilde en comparación con el Baluarte Real, pero un castillo en toda regla.

Las tierras que la reina les habia dado eran tierras de cultivo, con algunas aldeas esparcidas por el territorio, las tierras se encontraban siguiendo el camino real hacia el oeste, Heron noto que el ejercito de la reina habia acampado allí y que una batalla se habia llevado a cabo en los campos que rodeaban el castillo. Las aldeas en su mayoría estaban quemadas, resultado de los saqueos y de la migración de sus ciudadanos a lugares mas seguros en el norte o al este.

Heron no soportaba ver aquellas aldeas deshabitadas, las casas quemadas y los campos consumidos por maleza o por las cenizas de las quemas que se habían llevado a cabo. Esta era para Heron la cicatriz de la guerra que la reina le habia ordenado curar. La reina le habia dado libertad para administrar las tierras como el deseara y así hacerlas prosperar, Heron no era un administrador, no era un noble que era educado desde el nacimiento para gobernar una tierra, era un simple herrero que sabia leer gracias a las insistencias de su padre de que sus hijos aprendieran esa habilidad.

La reina le habia dado una docena de hombres, soldados que habían luchado en la guerra, pero que eran originalmente granjeros, granjeros que habían trabajado estas tierras y que ahora volvían bajo el liderazgo de Heron.

Caminaba por la ruinas de una de las aldeas, era una de las mas grandes de aquellas tierras, mas de treinta casas, con una plaza central que se usaba como mercado, tenia una herrería ahora en ruinas y una posada que era una de las únicas estructuras que aun estaban intactas.

Los hombres que llevaban lanzas y espadas envainadas en sus cinturones observaban aquella escena con furia en los ojos, estos hombres habían vivido aquí, comerciado en esta plaza, comido y bebido con sus amigos en aquella posada y trabajado en las tierras y talleres que habían entre las ruinas.

Heron se subió a una estructura de piedra que habia en el centro de la plaza, habia una gran estructura de madera que seguramente funcionaba para dejar los decretos y avisos reales y comunicados de los administradores.

Los hombres lo observaron.

- ¿Cuántos de ustedes vivían aquí? - les pregunto mientras se llevaba las manos a la cintura y los observaba.

Vio como siete de los hombres levantaban las manos.

- Busquen sus hogares, vuelven a ser suyos como siempre lo fueron - ordeno a los siete - si aun tienen familia pueden traerlos para que rehabiten el lugar.

Los hombres asintieron y se dispersaron la aldea. Los demás hombres se quedaron observándolo.

- Los demás - dijo señalando en todas las direcciones - ¿vivían en estas tierras o provienen de otras zonas del reino?.

- Yo vivía a dos aldeas aquí señor - dijo uno mientras daba un paso al frente.

- Nosotros somos del sur - dijo uno mientras se adelantaba con dos mas.

- Yo soy de Sinca señor - dijo el ultimo dando un paso al frente.

Heron asintió complacido.

- Bien - dijo volviendo a señalar el área - busquen casas que puedan habitar si así lo desean serán bienvenidos a vivir en estas tierras para cultivar y darles un nuevo hogar a sus familias si las tienen.

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