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Odiaba todo lo que lo rodeaba, ese maldito palacio solo representaba problemas para el, desde que era joven habia querido gobernar Alban, reclamar su derecho de nacimiento y por fin conseguir lo que su padre nunca habia logrado. Pero quien diría que una vez que se conseguía el objetivo de tu vida todo el mundo se ponía en tu contra, parecía que debajo de cada piedra se escondía otro maldito pedazo de escoria esperando el momento justo para atacar. En esos momentos deseaba poder matar simplemente a todos los que lo rodeaban y así desquitar toda furia que tenia que contener.

Nirde, la capital de su reino era una ciudad magnifica y habia intentado reparar todo lo que habia tenido que destruir para tomarla de las manos de ese maldito Whitewood, pero lamentablemente no lograba hacerlo, en la ciudad ya no vivan ni una tercera parte de los habitantes que una vez tuvo, los mercados que habia intentado reabrir ya no son lo que una vez fueron y las caras de las personas que lograba ver cada vez que salía del baluarte era la de personas derrotadas y tristes, con el crudo odio escondido solo por la impotencia de no poder hacer nada.

Las tropas que el rey Valeram le habia dado eran grandes, pero no esperaba que los malditos norteños acabaran con la mitad en esa maldita batalla que hace unos días habían acabado con la mitad de sus fuerzas. Odiaba a los norteños, malditos Whitewood, tendría que haber atacado antes, ignorar esa estupidez del invierno y simplemente haber arrasado esa maldita tierra helada de la faz de la tierra. Pero eso no era todo, el principado era un autentico peligro, habia escuchado que  sus ejércitos eran potentes, pero lo que habia visto era otra cosa, no eran simplemente un ejercito, eran una maldita maquina de destrucción, Isma habia sido tomada y Magna era sitiada por el príncipe y no solo eso, los informes decían que el principado habia enviado a oriente refuerzos por lo cual ahora no solo tenia a los norteños a un solo paso de su capital, los malditos orientales de Ashterion podrían volver a atacar y esta vez con las fuerzas aun mas potenciadas.

Era todo caos, caos y mas caos en el orden que intentaba imponer, solo tenia una oportunidad, reforzar Nirde y retrasar todo lo posible la llegada de los Ashterion, pues si lograban recuperar Finot y avanzar en dirección a Nirde no le quedaría de otra que abandonar la ciudad y ir a occidente y reforzarse en la costa, y allí suplicar a los dioses que los vientos permitan la llegada de los tan esperados refuerzos que sus aliados de mas allá del mar enviarían. Sabia que les habia prometido mucho, literalmente les habia prometido que si tomaban Alban el resto del continente seria una presa fácil para una conquista, pero no, esos malditos seguidores de esas perra desgraciada estaban destruyendo todo lo que con tanto esfuerzo habia logrado conseguir.

Habían recuperado a Toran, uno de sus capitanes y los informes que le habia dado le decían que algunos remanentes de leales a María estaban planeando algo, seguramente quisieran infiltrarse en la ciudad y derrocarlo o simplemente debilitar la defensa de la ciudad si llegara a tener que defenderla en contra de las fuerzas de Alban.

Escucho pasos apresurados, muchos, debía ser un grupo entero de hombres que caminaban apresuradamente por el pasillo. Alexander se apretó los ojos con los dedos y se preparo para que irrumpieran en su estudio, seguramente con alguna otra mala noticia, algún asalto a sus caravanas o incluso algún avance enemigo que el no esperaba después de todo parecía que los dioses se cagaban en el.

Se escucharon dos potentes golpes en la puerta y algunos susurros nerviosos provenientes del otro lado de la puerta.

- ¿Quién es? - pregunto molesto.

- ¡Mi rey! - grito el que claramente era Lord Harlam - ¡tenemos un problema!.

Alexander no se sorprendió es mas no pudo contener una sonrisa que se le escapo al escuchar algo que ya era costumbre.

- Pasa - dijo mientras se acomodaba en su asiento.

Entraron cuatro hombres, Lord Harlam lideraba la marcha acompañado por Lord Drugaj y otros dos caballeros, Sir Hunt y Sir Drugg. Los cuatro hombres parecían muy alterados y eso no era normal, era como si algo que ni siquiera el mismo hubiera podido imaginar y no le gustaba que pasaran cosas que no esperaba.

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