Quebrado

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Unas manos gentiles lo tocaban, curaban su ya destruido cuerpo mientras se encontraba herido y sumido en la oscuridad. 

Dolor, todo era dolor, ya no lograba entender lo que era no sentirlo, poco a poco se estaba volviendo parte de el.

No lograba ver a quien pertenecían esas manos, pues siempre que venían el ya se encontraba al borde de la muerte, sin logran moverse o ver nada a su alrededor. Lo único que si no podía dejar de ver era el rostro del hombre que lo torturaba y ver como jugaba con su cuerpo.

No sabia cuanto tiempo llevaba allí, pero era como si llevara una vida entera, una vida de insoportable tormento en donde solo podía esperar la muerte. Recordaba aun los primeros días de encierro, aun herido y cubierto de vendajes, pero aun en ese estado tan lamentable se había lanzado sobre los hombres que quisieron entrar para darle su comida, ese había sido su primer intento fallido de varios de escapar. Pero cada vez fallaba y cada vez había mas hombres esperando fuera para detenerlo, luego de eso fue que aquel hombre empezó a visitarlo para torturarlo, pero era una tortura cruel, pues nunca le preguntaba nada, simplemente sonreía con satisfacción ante sus gritos de dolor, gritos que por unos instantes no podía creer que fueran suyos. Lo único que decía mientras lo torturaba era "Quiébrate, quiébrate, quiébrate, quiébrate", entonces entendió que el único objetivo de su torturador era destruir su espíritu y quebrar su voluntad de pelear.

Pero sin importar cuanto lo intentaran el jamás lo haría, si su enemigo deseaba verlo roto, el jamás le daría esa satisfacción, aunque lo encerraran, mataran de hambre y sed y se dedicaran a destruir su cuerpo extremidad por extremidad, si eso significaba oponerse a la voluntad del usurpador así lo haría, resistiría todo eso y mas con tal de no caer ante el. Soportaría todas y cada una de las visitas de aquel monstruo que el usurpador enviaba a torturarlo.

Las manos gentiles siempre aparecían poco tiempo después que su torturador terminara su tarea, lo recostaban en el frio y duro suelo de su celda, palmeaban su cuerpo y escuchaba como parecían preparar sus herramientas de sanación y lo hacían beber un liquido amargo que lo adormecía y hacia que flotara, que no sintiera nada, solo aquellas manos que restauraban su cuerpo.

Luego de que lo curaran, las manos desaparecían y los carceleros entraban y dejaban una mísera porción de lo que se podría llamar comida en frente de el. Luego de iban y el se dedicaba a devorar su miserable fuente de sustento, como había sido soldado estaba acostumbrado a comer mierda, pero esto era peor que la mierda.

Siempre se encontraba atado a una pared, sometido por las cadenas que salían de las paredes, de esa manera no podía acercarse a las otras paredes y mucho menos a la puerta. Cada vez que entraba el torturador hacían que las cadenas se acortaran y terminara con la espalda pegada a la pared sometido para que su visitante hiciera lo que deseara con el.

Lo único que le podría dar una pista de cuanto tiempo llevaba allí eran las comidas, suponía que le daban una comida al día, luego de la tortura y su curación. Pero no lograba contar los días, pues no podía marcarlos en ningún lado y su mente se borraba con cada tortura.

Se encontraba atado cuando entraron otra vez, el mismo hombre de siempre seguido por dos mas, llevaba su caja de herramientas en una mano y una sonrisa siniestra le decoraba el rostro, toda la luz que había allí era por una lampara que siempre traían con ellos, el resto del tiempo siempre lo pasaba inmerso en la oscuridad y frio de aquella celda.

- Buenos días mi muy querido amigo - dijo mientras apoyaba las herramientas en una mesa y lo estudiaba - ¿Cómo has dormido esta noche?.

Miro a su torturador, siempre desafiante, de esta manera le demostraba que su voluntad seguía intacta. Siempre lo estaría, pues a el ya no le importaba lo que pasara con su vida, no le importaba vivir o morir, nada de lo que le hicieran podría quebrar algo que ya había sido quebrado durante años. 

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