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Llevaba ya una semana como invitada en la corte de Nirde, bajo la protección de la reina María de Alban. En ese tiempo habia conocido a muchas personas interesantes, miembros del consejo, de la corte, nobles de alta y baja cuna, soldados, incluso habia conocido a un herrero pelirrojo y a su mujer guerrera.

Habia estado la mayor parte del tiempo acompañando a la reina. Al parecer, su padre entre los muchos documentos y cartas que habia hecho de Mariella entregara a la reina María, habia una en la que pedía a su majestad la reina que la tomara como una clase de pupila, su padre deseaba que aprendiera de una mujer en persona como gobernar, pues algún día a Mariella le tocaría ocupar el lugar de su padre, tal y como la reina María habia hecho hacia años.

Salían de una de las reuniones del consejo, Mariella estaba presente y María la habia hecho encargada de servir las copas y escuchar, debía escuchar todo, cada susurro y observar cada gesto, leer cada documento que pasara por sus manos. La reina le dijo que su padre habia hecho exactamente lo mismo con ella y que así habia conseguido comprender como funcionaban las cosas, como se tomaban decisiones y como leer a las personas.

- Quiero saber una cosa Mariella - dijo cuando estuvieron a solas en uno de los pasillos del palacio.

Mariella aun no podía creer la ostentosidad de aquellos pasillos, aquellos salones y aquellos hermosos patios de piedra. Habia escuchado que alguna vez la ciudad de Nirde fue una de las muchas capitales que el antiguo imperio habia construido para sus provincias, pero nunca hubiera imaginado que en todas parte se pudieran encontrar los vestigios de aquellos antiguos hombres.

- ¿Qué desea saber majestad? - pregunto curiosa, sin poder apartar la mirada de un mural en el cual se podía ver a dos grandes ejércitos chocar y a un alto hombre de cabellos dorados y armadura plateada liderando desde lo alto de un caballo.

- ¿Estas prometida con algún hombre? - pregunto con una normalidad de hizo que Mariella olvidara completamente la pintura y fijara su mirada en la reina.

María era una mujer baja, tanto como ella, pero siempre mantenía el mentón y la frente bien altos, no usaba corona y lo único que parecia ser ostentoso era una sortija que siempre levaba en la mano izquierda.

- No majestad - dijo nerviosa - mi padre considera que soy demasiado joven para eso.

- ¿Cuántos años tienes? - pregunto a continuación.

- Diecisiete - respondió rápidamente Mariella.

La reina sonrió, como si fuera gracioso.

- ¿Qué ocurre majestad? - pregunto, pues ahora queria saber que pasaba por al mente de la reina.

María la observo con ternura.

- Yo tenia dieciséis años recién cumplidos cuando me prometieron con mi esposo - dijo y Mariella vio que la reina sonreía de forma casi tonta, como si recordara algo.

La reina pareció volver en si y volvió a observarla con aquella seriedad que era tan típica en ella.

- Si algún día reinaras sobre Dumbria - dijo acercándose - debes elegir a un consorte digno, las mujeres en nuestra posición necesitamos algo mas importante que amor, necesitamos un brazo fuerte y firme que someta a nuestros enemigos. Que nos sea leales y que pueda procurarnos estabilidad y descendencia, es triste, pero es así como deben ser las cosas, mientras mas rápido lo entiendas, mejor será la experiencia.

Mariella escuchaba esto con desconfianza, algo que siempre habia agradecido a su padre era el hecho de que nunca la hubiera obligado a conocer posibles pretendientes. Es mas su padre nunca sacaba el tema de un matrimonio para ella. Pero ahora la reina, por primera vez en su vida, le hacia ver que quizá debiera ser ella la que eligiera a un hombre que sea su futuro consorte.

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