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Los preparativos para su partida se realizaban bajo la atenta vigilancia de Malco y Ambras, mientras que Andros sostenía a Miriel en sus brazos, el viaje seria muchos mas rápido ahora que no tenían que acompañar la marcha de un ejercito. Partirían con mas de doscientos hombres, entre los que se encontraban los mercenarios de Malco y los caballeros del principado. Seria un viaje de menos de una semana si tenían suerte, aunque Miriel no parecía estar muy contenta de tener que irse y Andros lo entendía perfectamente, este era su hogar, Las Diez Forjas era todo lo que Miriel conocía, nunca habia salido de sus muros, era su mundo, igual que habia sido el suyo cuando era igual de pequeño, pero el mundo era enorme y Miriel debía estar en Nirde, era la princesa de Alban, no la hija de un campesino.

- Papa - dijo su hija mientras tiraba de uno de sus mechones para llamar su atención.

- ¿Qué ocurre mi vida? - le dijo mientras la miraba, era tan pequeña que con solo uno de sus brazos podía llevarla a donde fuera.

La niña apretó su rostro en su pecho parecía avergonzada.

- ¿Qué va a pasar con el tu de piedra? - pregunto sin apartar el rostro de su pecho.

Andros se quedo congelado por la pregunta que habia salido de los labios de su pequeña hija que según entendía estaba por cumplir los cuatro años.

- ¿Qué pasa con mi yo de piedra? - le pregunto.

Vio como la niña apretaba las manos con las que sujetaba cabellos de la piel de oso que Andros llevaba en ese momento.

- ¿Lo van a romper? - pregunto preocupada.

Andros apoyo su mano izquierda sobre su cabeza y acaricio sus cabellos.

- Mi hija - le dijo con el tono mas amable que pudo - las estatuas son sagradas, no pueden romperse.

- ¿Enserio?.

- Si - le dijo acariciando su cabeza - te lo prometo.

Andros no pudo ver el rostro de su hija, pero era claro que ahora estaba mas calmada, aunque era tan pequeña entendió que esa estatua que había en el santuario familiar era algo que se creaba y ponía cuando una persona moría, estaba impresionado de que al ser tan pequeña fuera tan perspicaz.

- ¿Hay alguien de quien te quieras despedir? - le pregunto mientras acariciaba sus cabellos.

Lo observo con tristeza.

- ¿El abuelo Jhon no puede venir con nosotros? - le pregunto con la esperanza de que esta vez dijera una respuesta diferente.

- No querida, este castillo es su casa, el ha vivido aquí toda su vida, aunque se lo pidiera seguramente me diría que no.

Como en las veces anteriores su hija se mostro triste y decepcionada. Andros con su hija en brazos comenzó a caminar en dirección al patio interior del recinto familiar, allí se abrían tres caminos, uno que daba a las estancias familiares, otro al santuario y otro en dirección a la biblioteca y residencia de Jhon. Tomaron el camino de la izquierda para visitar al viejo Jhon, al entrar se podía encontrar en el interior una larga mesa llena de sillas y varias estanterías de libros en el fondo, en el segundo piso abierto en balcones de madera había mas hileras de estanterías llenas de los conocimientos que su familia había reunido y resguardado. De niño siempre le contaban la historia de como el fundador de su familia y su amada se habían enamorado en una biblioteca y que por eso era esa edificación la primera en ser construida por su fundador y su esposa.

- Papa - dijo entonces Miriel en sus brazos - ¿Cuándo voy a poder usar estas cosas?.

La niña señalo entonces los libros que estaban esparcidos sobre la mesa del centro.

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