•75•

128 4 4
                                    

Narra Shawn.

Después de un agotador viaje de quince horas, finalmente llegué a Argentina. Al buscar mis maletas y sentarme en unos asientos, saqué mi móvil del bolsillo y lo encendí, decidiendo llamar a Amelie.

—¿Diga? —murmuró Amelie al otro lado de la llamada.— ¿Shawn?

—Hola, Ame, perdona si te he despertado. Solo quería avisarte de que he llegado a Argentina. —me acomodé el cabello.— Todavía estoy en el aeropuerto.

—Oh, Shawn, está bien. No te olvides de la dirección del hotel.

—No te preocupes, en cuanto salga pediré un taxi.

—Mucha suerte, y espero que la traigas de vuelta. —tragué saliva.

—Es lo que más deseo. —murmuré.— Te enviaré un mensaje cuando llegue al hotel.

—Está bien. Cuídate.

—Igualmente, Ame. —finalicé la llamada y cogí mis maletas para salir del aeropuerto.

Una vez fuera del edificio, me sorprendió la multitud de personas buscando taxis o micros de la empresa aérea. Me acerqué a un auxiliar del aeropuerto intentando mantener la calma, pero mis nervios comenzaron a aflorar cuando intenté preguntarle sobre cómo tomar un taxi.

Después de unos minutos de confusión, finalmente me ubiqué en la fila para los taxis. Después de esperar un tiempo, finalmente abordé uno y le di la dirección del hotel. Al llegar, pagué al conductor y fui a la recepción para obtener la llave de mi habitación.

Tras instalarme brevemente en la habitación, le envié una foto a Amelie para informarle que había llegado al hotel. Al no recibir respuesta, busqué la dirección de Martina en el GPS y me preparé para ir a verla.

Después de ducharme y vestirme, solicité un auto en la recepción y me dirigí hacia la casa de Martina. Cuando llegué, toqué el timbre y esperé nerviosamente a que alguien abriera la puerta.

Finalmente, un hombre mayor y serio me recibió y, tras una breve conversación, me enteré de que Martina no estaba en casa. Me sorprendí al descubrir que estaba en rehabilitación, y decidí ir a visitarla a pesar de las advertencias del hombre.

Con la ayuda del padre de Martina, llegué a la clínica donde estaba internada. Después de algunas formalidades, entramos al edificio y nos dirigimos a la recepción, donde unas jóvenes sonrieron al ver al padre de Martina.

—Señor Hurley, qué alegría verlo aquí —saludó una de ellas.

—Buenas tardes —respondió él—. ¿Mi hija?

—En su habitación, como siempre —comentaron las chicas entre ellas—. No creemos que quiera verlo.

—Lo sé, pero quizás quiera verlo a él —dijo su padre señalándome.

Las chicas me miraron y luego me reconocieron.

—¿Eres Shawn, verdad? —confirmé—. Ella te dibuja y nos pide que pongamos tu música.

El padre de Martina me miró con una pizca de esperanza.

—¿En serio? —pregunté incrédulo.

—Sí, pero hay días en los que se enfada si te mencionamos —añadió una de las chicas.

El padre de Martina me tomó del brazo.

—Muchacho, ve. Quizás tengas más suerte que yo y puedas verla.

—¿Y si viene conmigo? —propuse, pero él negó.

—Me prohibió verla, y si me ve llegar contigo puede alterarse. Por favor, ve.

—Está bien.

Las enfermeras me hicieron llenar unos formularios y las seguí hasta la zona de asesoramiento. Su padre me observaba desde lejos, mientras yo jugaba nerviosamente con mis manos.

Finalmente, fuimos al sexto piso y caminamos por el pasillo.

—Mira —dijo una de las enfermeras deteniéndose y colocando su mano en mi brazo—. Los días de visita son los fines de semana, pero hicimos una excepción contigo. No sé cómo la conocías, pero olvídate de la chica que solías recordar. Ella está agresiva, solitaria, no come y a veces no quiere tomar su medicación. Si te dejamos pasar es porque nunca quiere recibir visitas, pero quizás contigo pueda cambiar. De ti siempre habló bien, excepto en los días en que te odia, pero la mayoría del tiempo habla muy bien de ti.

—Entiendo —respondí con dificultad.

Me guiaron hasta una puerta blanca y la enfermera de cabello negro fue la primera en entrar.

—Hola Martu, ¿cómo estás hoy? —saludó ella amablemente.

—¿Qué quieres? —respondió Tina secamente.

Me mordí el labio inferior nervioso mientras la otra enfermera me empujaba hacia la habitación.

Tina estaba sentada en un sillón, mirando por la ventana, con una expresión sombría. La enfermera me guiñó un ojo antes de salir de la habitación.

Observé la habitación, notando su aspecto desolado. Decidí hablarle, aunque no estaba preparado para esto.

—Hola... Tina... —murmuré, pero ella se giró hacia mí bruscamente.

Su aspecto era desolador, con ojeras marcadas y un semblante apagado.

—Shawn —dijo sorprendida.—¿Qué haces aquí? —preguntó con sorpresa.

—Vine a verte, a hablar contigo —respondí sinceramente.

—¿Qué? —desvió la mirada y luego volvió a fijarla en mí—. ¿Cómo supiste que me encontraba aquí?

—Tu padre me trajo —suspiré—. No supe nada de ti durante estos largos meses y me preocupé.

Di un paso hacia ella.

—¡Sí, claro! —ironizó con furia—. ¿No te estabas por casar?

—¿Qué? —me sorprendí.

—¿La traidora también está aquí? —se levantó bruscamente, lo que me hizo retroceder.

—¿De qué estás hablando?

—Vete, Shawn.

—No.

—¡Shawn, vete!

—¡No!

Ella agarró un almohadón y me lo lanzó.

—¡Vete!

Me acerqué a ella y comenzó a golpearme.

—¡Te perdí una vez y no lo volveré a hacer, Tina! —le aseguré—. Estoy aquí por ti. Me importas y mucho.

—¿Amelie?

—Ella jamás te traicionaría. Lo que escuchaste son noticias falsas.

—No te creo.

—No te estoy mintiendo, Tina. Te quiero a ti.

Ella se relajó y se aferró a mí. Sin pensarlo, la abracé.

—Lo siento mucho —murmuró, y sentí un nudo en mi pecho—. No quería que me vieras así. Perdón, Shawn.

—Te ayudaré a salir adelante, pequeña. Lo prometo.

Recuérdame ~ Shawn MendesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora